miércoles, 12 de septiembre de 2012
Historia de Marie y Julien
En una secuencia, de la magistral ‘Historia de Marie y Julien’ (Histoire de Marie et Julien, 2003), de Jacques Rivette, que transcurre en un espacio de tránsito, la habitación de un motel, Julien (Jerzy Radziwillowicz) le pregunta a Marie (Emmanuelle Beart) al ver su equipaje sobre la cama si va o viene. Y le propone que vaya a vivir con él. Tras un intertítulo con el nombre de ambos protagonistas, ambos yacen juntos en la cama. Comparten un espacio, aunque más incierto si comparten una realidad, o cómo la comparten, siendo más precisos. El principio de incertidumbre. Hasta entonces, ya transcurrido el primer tercio de la obra (45 minutos) la narración transita en un ‘entre’, en un va y viene, en el que no se sabe con certeza cuándo estamos en un sueño, en la mente de algún personaje, o en la realidad. Esa sinuosidad, y esa condición enigmática, son esas cautivadoras, seductoras, cualidades del cine de Rivette, esa genuina raíz fantástica que altera nuestra percepción de la realidad, que la hace poner en interrogantes ( quizá habría que construir las frases al hablar de su cine siempre entre interrogantes). Hay unas leyes que siempre nos superan, dice en un cierto momento Marie, por eso no podemos romper las reglas, aunque igual no sepamos cuáles son esas leyes o esas reglas. Quizá sea esta una historia de fantasmas. Desde luego, es una de las obras ( ¿ o quizás sea más preciso decir sombras?) más bellas que he presenciado.
Julien es relojero, arregla relojes, como si quizá quisiera arreglar, recuperar, el tiempo, lo que fue y ya no es. Su gato se llama Nevermore, la frase en el poema de Poe que repetía el cuervo, como la piedra anclada de un recuerdo, impregnado de desolada tristeza, del que no hay modo de desprenderse. Quizá Marie sea un fantasma. Julien, en la primera secuencia, descansa en un banco en un parque, cruza ante él Marie. Es un reencuentro, o eso parece, sus frases son más cercanas al recitado, o una lírica construcción literaria, nada coloquial ( el lirismo del lenguaje y el lirismo de los cuerpos se conjugan dando cuerpo a lo sublime en las portentosas secuencias sexuales entre ambos) . Pero la última reacción de ella es la de sacar un cuchillo. Julien despierta (¿despierta?), era un sueño. Se la vuelve a encontrar, se citan pero ella no acude. Escurridiza. Una voz en el teléfono le indica dónde está. Mientras, Julien chantajea a una mujer de nombre ‘X’. Cuando ya comparten el espacio, o la realidad, o la mente, Marie se enseñorea del espacio, de la narración, de la mente. Se prueba las ropas que hay en los armarios, recorre los pasillos y habitaciones de la casa, abre todas las puertas. Y refresca su rostro, sus brazos, con agua. ¿Los recuerdos pueden cobrar cuerpo? Los fantasmas quizá puedan reconstruir el espacio, la habitación, en la que su cuerpo decidió desconectar de la vida, ahorcándose. El sonido del reloj, el avance de las horas, puede asemejarse al de la aguja sobre el disco cuando ha finalizado la canción, y no se aparta el brazo. Los extremos pueden confundirse. ¿Cómo discernirlos? ¿Se quiere dejar de recordar o volver a recordar una vez más?¿Se puede decidir? Nevermore. O incógnita, X.
Rivette quiso realizar esta obra treinta años antes, pero una crisis nerviosa, o de agotamiento, al tercer día de rodaje, le hizo desistir. Su ayudante de dirección entonces, Claire Denis, recopiló 51 páginas de la escaleta con anotaciones en el que resonaba la influencia de Vértigo, de Alfred Hitchcock, otra historia de fantasmas, de modelaciones, de difusas fronteras entre lo real y lo proyectado, de la materia movediza de los sueños. En aquella historia de un hombre que se encuentra con una mujer idéntica a la que amó y perdió que revive su deseo. Entre las anotaciones, un enigma del que ni Rivette se acordaba: un gesto prohibido que no conviene olvidar. Apareces y desapareces, vas y vienes, siempre en un entre, entre el olvido y el recuerdo, entre los cuerpos y los fantasmas, entre lo real y las fantasías. Y Nevermore, la frase y el gato. Este se tumba sobre Julien, que es Jerzy, mira con ojos como platos hacia el fuera de campo, a esa cámara que se mueve hacia él, y arriba hay algo que capta su atención, un micro que recoge su sonido, una extraña e intrigante criatura a los ojos de Nevermore, como el cine de Rivette. Marie también mira hacia arriba en varias ocasiones. En cierto momento, lo que pende es una soga. En otro, Julien quiere utilizarla, o abrirse las venas con un cuchillo, para unirse a ella. Pero hay leyes que nos superan, no podemos romper reglas a nuestra voluntad. Aunque a los recuerdos también se les puede abrir de nuevo las venas. Es cuestión de darse tiempo. Ya se sabe, Nervermore
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