domingo, 19 de agosto de 2012
Mi tío de América
Nuestras pulsiones y automatismos culturales los enmascaramos con el lenguaje, el de un discurso lógico, comúnmente conocido como justificaciones, o racionalizaciones, a las que somos más adictos que a cualquier otra cosa, como bien apuntaba el personaje de Jeff Goldblum en 'Reencuentro' (1983), de Lawrence Kasdan. Entre estas, está la de pensar que un día u otro vendrá 'mi tío de América', y todos nuestros problemas se habrán resuelto, y así podemos mantener la vida en suspenso, sin enfrentarnos a la realidad, sin tomar decisiones que puedan transformar nuestra vida, frustrados, confusos, indecisos y cautivos de la maraña de ansiedades, a la deriva o rebufo, por tanto, de nuestras reacciones emocionales, que pueden ser agresivas, como ser bloqueos, y por tanto generadores de psicosomatizaciones, es decir , autoagresiones. El cerebro sigue siendo ese misterio al que no nos hemos enfrentado para adquirir algo denominado inteligencia emocional, no hemos querido aún penetrar en su laberinto, para matar al 'dragón', ese ansía de dominio (de los demás y de la vida) sobre la que se traman nuestros 'mecanismos'. 'Mi tío de América' (Mon oncle d'Amerique, 1980), de Alain Resnais, explora, ilustra, y hace cuerpo, de estas reflexiones, las de Henri Laborit, estudioso de la biología de la conducta. La película pareciera en su primer tramo una desconcertante combinación de documento y ficción. Nos es presentado el mismo Laborit,ncuya voz en off, sus comentarios, acompaña la narración. Se presenta un esbozo de sus ideas: por ejemplo, cómo considera que el cerebro está dividido en tres secciones, la reptilinea, aquella que atiende a las reacciones instintivas (comer, beber, sexo...la supervivencia, la reproducción), la mamífera (la afectiva o cómo somos memoria que actúa, según lo que nos ha reportado placer o no), y el cortex cerebral, la que diferencia a los humanos, la de la imaginación, la asociativa, la conciencia.
Por otro lado, nos son presentados, sumarialmente, los tres 'ratoncitos humanos' que ejemplificarán sus reflexiones, René (Gerard Depardieu), nacido en ambiente rural, contra el que se rebela, que encuentra el éxito como mando intermedio en una empresa textil. Janine (Nicole Garcia), que aspira a ser actriz, y también tiene que enfrentarse a la oposición de sus padres. Y Jean (Roger Pierre), de clase alta, periodista com ambiciones políticas y literarias. Los personajes se desplazan en sus 'jaulas', 'consumen' y actúan, o reaccionan, afirmativamente según las gratificaciones que reporten las diversas experiencias, o luchando, huyendo o inhibiéndose cuando las circunstancias o los otros contrarían o frustran. El paralelismo con los ratoncitos, siempre con la 'batuta' de la voz de Laborit, se hace evidente en el ecuador de la narración, cuando se equiparan con los estímulos aversivos que se ejerce sobre los ratoncitos (en la llamada jaula de Skinner) recibiendo una descarga eléctrica cuando han cruzado la puerta a otro compartimento ( o, en escala humana, cuando nos enfrentamos a una situación conflictiva). Si hay posibilidad de huir, lo hacemos por el resquicio que encontremos (la fuga de una situación que nos oprime o nos parece insatisfactoria: romper una relación que se encuentra atascada, e iniciar otra). Si no encontramos una vía de salida ( o de vuelta), nos sumimos en la inhibición que nos va emponzoñando porque sentimos que no hay solución para dominar nuestras vidas (cuando en la empresa nos utilizan como un títere, trasladándonos, rebajando nuestra posición en la jerarquía, con la persistente sombra de la amenaza del despido, sumiéndonos en una impotencia; no podemos abalanzarnos contra nuestros superiores y descargar nuestra rabia de forma agresiva). Si hay un congénere 'a la vista', podemos descargar nuestra agresividad sobre el mismo (un familiar, sea esposa o hijo, cualquier viandante con el que nos cruzamos, y 'sentimos' que nos ha 'empujado' o 'mirado mal').
En estos pasajes, cual moviola, se nos ilustra con los avatares o trances, de decisiones (o umbrales para tomar una decisión u otra) que sufren en su vida los tres personajes, a los que llegamos a ver, en ciertos planos, caracterizados como ratones. Hay otro aspecto que enriquece sobremanera esta apasionante obra ( que con los años ha puesto de manifiesto su condición visionaria): cada uno de los personajes tiene un actor favorito; durante la narración, en las diversas sitaciones que viven, como reflejo de sus reacciones o estados emocionales, se inserta un plano de cualquiera de ellos, Jean Gabin (de René), Danielle Darrieux (de Jean) y Jean Marais (de Janine), recurso que evidencia cómo vivimos en una 'pantalla', en una 'representación', aunque sea inconsciente, dominados por nuestros prejuicios y juicios de valor, es decir, pulsiones y automatismos culturales que enmascaramos con justificaciones y racionalizaciones, las puestas en escena de una representación, la de tramar la vida sobre el establecimiento de una jerarquía de dominaciones. Las relaciones seguirán definiéndose por ese pulso o lid mientras el 'ratoncito' no elimine al 'dragón' (en vez de seguir esperando a 'mi tío de América'). O en palabras del mismo Laborit: "Para poder llegar a la luna, la humanidad tuvo que conocer primero la fuerza de la gravedad; eso no significa que ésta haya dejado de existir sino que puede dominarse. Del mismo modo, mientras la humanidad no difunda tanto como sea posible, entre todos los habitantes del planeta, la manera como funciona nuestro cerebro, el modo como lo utilizamos, y hasta que no sepamos que siempre se ha empleado para dominar a los demás, hay pocas posibilidades de que las cosas cambien"
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