miércoles, 15 de agosto de 2012
Los nombres del amor
No es frecuente, en los últimos años, que una comedia me estimule, me haga sonreir o reir, me parezca ingeniosa, y no digamos admirable. En el cine estadounidense, se creyó (quiso/necesitó) ver en Apatow y acolitos o colindantes una especie de electroshock reanimador de la mediocridad habitual del género, pero su aparente travesura adolescente no podía disimular durante mucho tiempo su rancio convencionalismo ( y su subordinación a ciertas vetas pleistocénicas masculinas que no, no parecen desaparecer, y quizá por eso se aplauden con los ojos vendados de quien quiere envolverlo en el celofán de algún signo de modernidad transgresora y revulsiva), y que no están tan lejos de comedietas adolescentes de los 80, como Almodovar ( por no hablar de directores de generaciones posteriores) no lo está de directores como Ozores, porque aún seguimos anclados en la España profunda de hace decenios (en eso no ha habido transición, o maquillada). Y de los clichés tampoco se desprenden las comedias francesas más estereotipadas (y exitosas), esa que va de 'La cena de los idiotas' a 'Bienvenido al Norte', o comedias amables, gratas, pero sin filo, como 'Intocable' ( variante comedias de buen rollito que alimenten las buenas conciencias). Particularmente me quedo con el humor 'marciano' de cineastas como los hermanos Coen, Anderson, Anderson (bis) o Jarmusch. O, sí, el tan 'zarandeado' Woody Allen. Y en este lado del Atlántico, ya sé que tiene muchos furibundos detractores, 'Amelie' de Jean Pierre Jeunet, o ahora está reconstituyente 'Los nombres del amor' (Le nom des gens, 2010), de Michel Leclerc, que no creo que atraiga a los que les disgusta la película de Jeunet o se han dedicado últimamente a lanzar dardos sobre la 'decadencia' de Allen, con quienes guarda sus buenos puntos de contacto, como su risueña excentricidad, o recursos como que los personajes conversan directamente a la cámara (aunque ya es algo que hiciera décadas atrás Fernando Fernán Gómez).
Singular es su duo protagonista, de características, en primera instancia, tan disimiles, pero que 'colisionarán', fusionarán, en ese anómalo, por excepcional, punto intermedio de complicidad que es el amor. Baya (Sara Forestier), de ascendencia argelina, se ha planteado follar al mayor número de fachas posibles, incluido por supuesto a los más retrógrados musulmanes que sojuzgan a las mujeres con velos físicos y mentales, un derroche exuberante y arrollador de espontaneidad tal que en un momento dado, 'imbuida' en sus pensamientos, no se acordará de que le esperan en la cola del supermercado porque ha dicho que iba a por cierto producto y hablando por teléfono se ha ido hasta su apartamento y sin dejar de hablar salir de nuevo sin darse cuenta de que va completamente desnuda hasta que se percata de tal hecho cuando dentro del vagón del metro un indignado musulman, acompañado de su 'velada' esposa, la míra escandalizado. En el otro lado del ring (que realmente no es tal pese a que haya que superar ciertas tensiones resultantes de encajar ciertos hábitos divergentes del otro), está Arthur (Jacques Gamblin), un hombre más bien apocado, un poco cuadriculado, que todo lo mira y remira quince veces, que se contiene demasiado, que habla con seres imaginarios, consigo mismo cuando era adolescente y con sus abuelos griegos, reflejo de todo el cacao mental que tiene en la cabeza porque aunque sea de mente abierta y no soporte tanta etiqueta y encasillamiento aún forcejea dentro de él con ciertos pudores o verguenzas como el pasado judio de su familia o que su padre fuera parte de las fuerzas de ocupación argelinas dedicándose además a las pruebas nucleares. Que se dedique a contrarrestar epidemias y virus animales dice mucho de alguien que más bien tiende a evitar riesgos, e incluso a hacer de su vida una dinámica ( un tanto estática) de prevenciones. Hasta que conoce a Baya.
Aunque le tiente, cuando no venía a cuento, cierto giro dramático, afortunadamente breve, en su tramo final, para complicar durante unos pasajes, con un fugaz ensombrecimiento de tal relación de exultante complicidad, esta risueña obra que sabe a genuina ( Y no a buenrollismo de diseño de laboratorio) me ha resultado una refrescante y estimulante rara avis. Una comedia que inyecta vitalismo lanzando cargas de profundidad a una sociedad rebosante de congestiones y represiones, de ver/temer 'virus' por todos los lados, de pasados sombríos no asimilados ( ya se sabe que la memoria histórica es un poco 'incómoda' y tocacojones), y de un presente en el que aún hay que extirpar demasiados pensamientos rancios xenofobos y lastres de necias verguenzas. El nombre del amor empieza a deletrearse cuando se empieza a quitar de encima tanta tontería.
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