viernes, 17 de agosto de 2012
La vida y nada más
El cine de Bertrand Tavernier se aproxima al de Otto Preminger en ciertos aspectos. Su engañosa (o sutil) transparencia de estilo tiene más recovecos de los que aparenta. Al cine de Preminger durante mucho tiempo se le endilgó la etiqueta
de 'estilo objetivo', como si fuera una mirada neutra. Lo estimulante de ambos cineastas es que toman una distancia que alienta la interrogante, la ambivalencia, la exploración, sin forzar la mirada del espectador, de los múltiples ángulos, y desmonta toda presunción de certeza. Ambos han realizado una aguda y feroz disección (demolición) de las instituciones, y de la mirada institucional. En el caso de Tavernier, la judicial en 'El juez y el asesino' (1975), la militar, en 'La vida y nada más' (La vie et rien d'autre, 1989), 'Capitán Conan' (1996), la policial en 'L 627' (1992) o la educacional en 'Hoy empieza en todo' (1999). Por no hablar de la familiar. Compárase 'Buenos días, tristeza' (1956), de Preminger con las fisuras intergeneracionales de las extraordinarias 'El relojero de Saint Paul' (1974) y 'Un domingo en el campo' (1984). Soprendente es la consideración de Tavernier como cineasta académico: quizá sea su sutileza de estilo, su recuperación de conceptos en desuso como puesta en escena: véase la poesía doliente en los travellings de 'Un domingo en el campo' o las transiciones de 'Hoy empieza todo', o del sonido en 'El relojero de Saint Paul', que revelan que su estilo es más escurridizo de lo que puede aparentar, y que hay ocasiones en que su cine se aproxima al de su admirado Michael Powell ( o hasta Jacques Tourneur). Tavernier entrevistó para un libro a los que sufrieron la infame Caza de brujas, y apoyó a quienes habían sido sepultados en el olvido, por pertencer a una tradición que había sido estigmatizada como cine de papá o cine de qualité, caso de los guionistas Pierre Bost y Jean Aureche.
Tavernier es un cineasta que se preocupa de algo tan maltratado como la memoria histórica, porque pronto se quieren sepultar, por conveniencias, los desafueros o desatinos del pasado. Como hace el comandante Dellaplane (Philippe Noiret), encargado de contabilizar e identificar a los cientos de miles ( más de 300.000) desaparecidos en combate en la primera guerra mundial. Han transcurrido casi dos años desde su finalización, y aún prosigue esa 'odisea', como la viven todos los familiares que erran en busca del familiar cuyo cuerpo no ha sido aún 'identificado' ( y con la esperanza o ilusión de que no sea uno de tantos cadáveres irreconocibles sino que esté vivo). Herida o búsqueda, ausencia irresuelta, que se convierte en la herida que une a las diferentes clases sociales, omo ejemplifican Irene (Sabine Azema), mujer de clase alta que viaja en el coche con chofer, o la joven que busca a su esposo, o Alice (Pascale Vignal), profesora que se queda sin trabajo porque la sustituyen por un soldado inválido ( otro de los diversos sutiles apuntes de una compleja dramaturgias, tramada sobre apariciones, desapariciones y ocultaciones y excavaciones (entierros y desentierros). Bombas que se encuentran cuando se ara la tierra (la tierra sigue siendo un espacio incierto en donde no sabes qué puedes encontrar enterrado), miles de objetos de los cadáveres que los parientes intentan reconocer como el de su hijo o marido o padre. El gobierno,en cambio, está más preocupado por 'enterrar' el incómodo pasado. Las pregintas son incómodas,como las búsquedas, y la memoria. Su pretensión es que se busque alguien, que no se haya identificado, para que represente al 'soldado desconocido', Uno que represente a trescientas mil 'heridas' aún por indentificar, desesperadas búsquedas que recuerdan el mayor horror realizable, una guerra.
Ese túnel que se quiere olvidar (como aquel en el que explotó el tren, en el que buscan entre sus cadáveres algún rostro que identificar). Pero entre tanta desaparición, y ausencia, y enterramiento, 'aparece' una veta de pasión, de amor imprevisto, lo inesperado, que puede sobrevenir incluso a quien interroga y busca ( en otra feliz ocurrencia dramatúrgica de un cineasta que busca los contrastes y los matices en el perfil de los personajes), como es el caso de Dellaplane, que no sólo irá variando su perspectiva con respecto a Irene, con la que muestra cierta reticencia en los primeros compases de la película, con la colisiona como si fueran dos perspectivas contrarias, aunque ambos buscan, sino que se irá dando cuenta paulatinamente de algo que le desestabiliza sobremanera, que no es cómo pensaba (presuponía) y que, aún más, se está enamorando de ella, lo que le hace perder el paso y su dominio, trabucándose cual adolescente. Abandonar el uniforme, ese universo que tiende a cerrar heridas a base de olvido y jactanciosas ceremonias, su hartazgo de tanta destrucción y miseria y pesadumbre, que le han atascado sus emociones, su confianza en poder aún amar, posibilitará recobrar la capacidad (como quien recupera la memoria) de por fin ser capaz de expresar esas palabras que construirán una relación, una 'aparición' entre tanta desaparición, un sencillo 'te quiero'.
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