jueves, 16 de agosto de 2012
El pan nuestro de cada día
¿Para qué seguir preocupándose del alquiler, facturas y cuentas de supermercado? ¿Por qué no montar una cooperativa agricola con otros desheredados que sufren penurias económicas? ¿Por qué no compartir y apoyarse mutuamente? King Vidor no e
ncontró financiación y apoyo de los Estudios para realizar y distribuir 'El pan nuestro de cada día' (Our daily bread, 1934). Con excepción de Charles Chaplin que le facilitó la distribución a través de la United Artist. Pero Vidor tuvo que hipotecarse para financiar con su propio dinero una obra que se planteó como una continuación de la magistral 'Y el mundo marcha...' (The crowd, 1928), con esta pareja común representativa de una sociedad, John y Mary Simms, aunque los actores no pudieron ser los mismos; por un lado, por el alcoholismo que padecía James Murray, siendo reemplazado por Tom Keene, por su parecido físico, y Vidor acababa de divorciarse de Eleanor Bordman, tras dos años de matrimonio, así que decidió sustituirla por Karen Morley. La película incomodó a muchos: Hearst la acusó de comunista ( aunque en el festival de Moscú la calificaron de propaganda capitalista); los medios de comunicación le hicieron el vacio, lo que influenció en su escaso éxito (aunque Vidor pudiera pagar al menos sus deudas); no atraía este descarnado realismo que enfrentaba a las miserias de un presente, aún reciente el crack del 29, sin que se hubieran aplicado las adecuadas soluciones, con lo que el descontento estaba más que extendido.
Vidor era implacable con la 'palabrería' de los que se empapaban la boca aludiendo a la democracia, e incluso al socialismo, como expresan con sus abucheos los desheredados que se unen y organizan en la granja de los Simms ( y no digamos, implicitamente, con el capitalismo que deja a tantos en la 'cuneta'). Aunque se trame sobre el compartir, y la solidaridad, se necesita cierto lider, y el elegido es aquel que ha propiciado esta singular circunstancia de unión y colaboración, Simms. En las secuencias iniciales, sintéticamente, se refleja sus precariedades (que son las de otros tantos miles como ellos), la dificultad para encontrar empleo, y los ahogos y agonías para encontrar el dinero para pagar facturas, comida y alquiler (tiene que recurrir al más elemental trueque, su ukelele por un escuchimizado pollo). La cesión, por parte de un tío de ella, de un terreno que no lo quiere él ni siquiera por el que muestra mucho interés el banco, de unos terrenos lo aprovecha la pareja como agua de mayo, porque es mejor ese que las penalidades de encontrar dinero para pagar las facturas. El azar también propicia que un granjero (interpretado por John Qualen, que encarnará una variante más desoladora en 'Las uvas de la ira', de John Ford) que perdió sus terrenos, y viaja de Minnesota a California, pinche junto a la casa de los Simms, y John le proponga, dado sus conocimientos de agricultura, que vivan con ellos, y comparta su saber. Es el primero de otras decenas que se unirán después, cuando Simms comience a promocionar el lugar, en principio en búsqueda de otros que también tengan el dominio de trabajos artesanos y manuales, como carpinteros, fontaneros etc, pero se ampliara flexiblemente, porque aquel que es violinista, trabajador de pompas fúnebres o vendedor estará dispuesto a ofrecer sus manos para realizar la tarea que fuera necesario, o para realizar cualquier intercambio ( el violinista enseña al hijo del zapatero a tocar el violín,el zapatero arregla los zapatos del violinista).
Todos comparten sus pertenencias, como un banco comunitario, y se esfuerzan en buscar el modo de encontrar comida aunque les escasee el dinero. No faltarán los sacrificios por el bien común ( hay quien es capaz de entregarse a la polícia para que cobren la recompensa), las tentaciones de abandonar, cuando sufren una larga sequía (la fuga en la irresponsabilidad, del disfrutar de los placeres livianos de la vida, como la tentación que sufre John con la chica de ciudad que parece una réplica de Jean Harlow, en la línea de aquella que sufría el protagonista de 'Amanecer', de Murnau). Lo que es auténticamente excepcional es el cuarto de hora final: los esfuerzos que realizan para crear un canal de irrigación, que Vidor convierte, retomando unos hallazgos de Griffith (lo que este llamaba 'Música silenciosa'), en una prodigiosa orquestación narrativa musical, medido con metrónomo, en cuatro tiempos, jugando con la aceleración de las acciones de los hombres con los picos y la playa,creando el canal, y la ralentización de la cámara, conjugada con la música de Alfred Newman, logrando una gradación de ritmo tan exultante como catártica, una soberana celebración de la unión, solidaridad y colaboración.
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