sábado, 28 de julio de 2012
The shadow line
'The shadow line' (2011), miniserie de siete capítulos, escrita, producida y dirigida por Hugo Blick, para la BBC, me parece una de las experiencias, sea en cine o televisión, más cautivadoras, sorprendentes y conmocionantes de la última década. Sublime. Como otro magnífico thriller televisivo, 'Luther', es una fascinante inmersión en el lado siniestro, o en la indefinida línea de la sombra (de ecos conradianos), en la que resulta dificil dilucidar en qué lado está uno. Si 'Luther' realizaba esa apasionante exploración en un territorio en el que el thriller colindaba con la abstracción del fantástico, del terror (la figura de la psicópata), 'The shadow line' se trama sobre las difuminadas diferencias entre los dos lados de la ley, la policía y los delincuentes (traficantes de droga), definidos unos y otros por la corrupción, o lo que es lo mismo, la alianza de intereses, no por ello resultando menos sugestivamente abstracto. 'The shadow line' sigue la estela de aquella magnífica mini serie, 'Prime suspect', protagonizada por Helen Mirren, que tuvo seis entregas (entre 1993 y 2006). 'The shadow line'' es sencillamente asombrosa, como sus mismos títulos de crédito con esa maravillosa canción de Emily Barker, 'Pause'. A diferencia de otra gran serie reciente, 'Sherlock', su estilo no es febril, sino pausado (recupera el aliento de los thrillers de los 70, como bien ha hecho James Gray también). Dilata secuencias con una afinada modulación (hacía tiempo que no gozaba con tal dominio del sentido de la duración) hasta el estallido de violencia (hay set pieces portentosas, como la que acaece en una relojería, por citar sólo una de tantas). Es sorprendente encontrarse hoy en día con un cineasta que trabajo las composiciones de modo tan elaborado y exquisito ( como los cineastas que empezaron a trabajar con el scope en los 50), particularmente sorprendente en los planos de conjunto, o recursos como las elipsis, el fuera de campo, o de los insertos (la captación de pequeños gestos) y no dígamos su admirable uso de la banda de sonido, para crear una atmósfera inquietante como quien espera un disparo con silenciador que no sabes cuando llegará.
Hay ese sentido de la puesta en escena, y de atmósfera, que se podía admirar en la reciente 'El topo'(2011) de Thomas Alfredsson (aún hay cineasta que recuperan ese sentido de que cada plano tenga un sentido). Y su construcción dramática, afilada, sin complacencias, es soberbia. Un puzzle, que parte del descubrimiento de la muerte en un coche, por un disparo en la cabeza de un capo de las dorogas recién salido de la cárcel, en el que cada personaje adquiere una poderosa entidad, como hebras de un tapiz. Jonah (Chiwetel Ejiofor) es un detective de la policía que vuelve al trabajo, aunque amnésico con cierta parte de su pasado, aquella referida a los hechos que determinaron que le dispararan un bala que aún lleva alojada en la cabeza, y que se preguntará en qué lado estaba él, si era o no corrupto, quién era antes ( que deriva en sugerentes ramificaciones sobre la identidad; como le plantean, por qué ahora tiene que ser distinto, ¿no es algo instintivo?). Bede (Christopher Eccleston) es alguien más que delincuente una especia de ecónomo, un consultor del muerto, quien utilizaba su negocio de flores como tapadera para su distribución de drogas. Ahora Bede, quiere salir de ese mundo, y planea un último negocio, para marcharse con su mujer que padece el síndrome de Alzheimer. Son la columna vertebral dramática, dos personajes con cierto sentido de la honradez que sufren también conflictos en la vida interior (Jonah, no sólo las dificultades que ha tenido su esposa para poder quedarse embarazada, sino otra historia paralela, otro lado de la linea sentimental, como también lo tendrá Bede). Hay jóvenes, o subalternos, que aspiran ( o traman su asalto) al poder, que desean de ser el juguete para entrar a ser parte del juego, policías que no sabes si son lo que parecen ( o si habrá alguno que no sea corrupto).
Pero sobre todo destaca uno de los personajes más fascinantes que ha dado la televisión o el cine, en la última década, ese hombre aspecto inofensivo, de contable, con su sombrero tirolés y su bufanda, Gatehouse (inmenso Stephen Rea) enigmático personaje del tardará en saberse cuál es su papel (crucial) en la trama, un personaje que condensa ese 'entre' ambos (supuesto) lados, una de las encarnaciones de lo siniestro más sobrecogedoras vistas en la pantalla (qué pedazo de personaje, su forma de hablar, de mirar, de desplazarse...). La progresión dramática, la dosificación de giros y ampliaciones de perspectivas, es asombrosamente medida, hasta culminar con un descarnado, sobrecogedor y prodigioso final, que deja una punzante evidencia: este es un mundo para los que saben llevar la soga entre las sombras, mientras juegan con los hilos de los que sirven a sus intereses.
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