martes, 31 de julio de 2012
The deep blue sea
Aún por estrenar, 'The deep blue sea' (2011), de Terence Davies, es una hermosa obra que recupera las genuinas raices del melodrama, que explora con la agudeza del sabio cartógrafo las redes enmarañadas de las emociones y sentimientos, y se sumerge con la mirada firme en los embates de sus oleajes y corrientes, con esa conmovedora intensidad emocional manifiesta en obras previas como 'Trilogy' (1978-1983), 'Voces distantes' (1988), 'El largo día acaba' (1991) o 'Of time and the city' (2008), que considero entre lo más sublime que he vivido ante (en) una pantalla. El título, 'The deep blue sea', está extraido de una frase hecha, 'Between the devil and the deep blue sea', en referencia al dilema que se plantea cuando hay que elegir entre dos opciones ninguna de las cuales resulta deseable. Es lo que le sucede a Hester (extraordinaria Rachel Weisz), y por eso ha tomado la decisión de suicidarse inhalando gas, acción con la que comienza una narración que transcurre durante este día, tras su fallido intento, alternado con diversos saltos atrás en el tiempo en breves flashbacks (que nos muestran con una afinada y sintética dosificación la raiz de la vida quebrada de Hester). Ni desea volver con su marido, Sir William (Simon Russell Beale), con el que le une una cálida relación afectiva, pero sin pasión (una ilusoria sensación de hogar), ni la pasión que siente por Freddy (Tom Hiddleston) tiene futuro, ni consistencia:Él no sólo no puede aportarle algo parecido a un hogar, ya que no tiene trabajo, sobre todo no le ama en la misma medida que ella. Ella se queda expuesta en 'The deep blue sea', en las corrientes deL profundo mar azul, y la resaca y el oleaje de esa vertiente absolutista, inflexible, del amor, de la pasión, le llevan a esa decisión drástica de intentar suicidarse. Hester quizá anhelaba, en su vida anodina, erosionada por las violentas mezquindades cotidianas (las puyas de su suegra), sentir esa pasión que la haga sentir que se sumerge en la vida, pero ese anhelo puede ofuscar el discernimiento. Hay una secuencia que lo condensa: esa acerada discusión que mantiene con Freddy ante un cuadro cubista; dos perspectivas en colisión, cuya distancia se irán engrandeciendo. Pocos cineastas como Davies han trabajado la banda sonora de un modo tan creativo ( y con tal hondura expresiva). La presencia de la música es escasa y significativamente puntual (en La casa de la alegría', casi no existía).
En las primeras secuencias refulge en todo su esplendor intenso, el Opus para violín y orquesta de Samuel Barber, acorde a ese incendido de emociones elevadas, en un montaje secuencial sintético que considero entre lo más bello que ha dado el cine en la última década. El salto de la ilusión a la decepción, se produce a través de unos semejantes movimientos de cámara, en espiral, en un plano cenital. Primero sobre los desnudos cuerpos de Hester y Freddy, en la cama, haciendo el amor, realizando el mismo movimiento sobre el cuerpo de Hester en su intento de suicidio. La espiral de emociones la ha atrapado, la ha sumido en ese abismo, o en esa fosa abisal, en el que se deja 'ahogar'. Prefiere dejar de respirar, antes que vivir la asfixia de una vida corriente varada, o extraviarse en una intemperie, la de un oceano en la que no hay posibilidad de avistar nave ni tierra en la que fluir y residir en un amor posible. Hay otra secuencia en la que reaparece como unas olas batientes, aquella en la que ha intentado un acercamiento telefónico con Freddy, pero él la cuelga. Hester entra en la estación de metro, como guiada por un impetu que pareciera finalizar precipitándose a las vías. Es una secuencia que conecta con dos obras magnas con las que comparte complejidad emocional y mirada, 'Breve encuentro' y 'Passionate friends' (1949), ambas de David Lean (pocos cineastas como él han llevado el melodrama a tal elevadas cotas, aunando reflexión y acción/emoción), en las que sus dos protagonistas están a punto de suicidarse lanzandose al tren o metro. Esta secuencia tiene una de las más bellas resoluciones de la película, con otro salto en el tiempo, hilvanada a través de una canción (a las que tan prodigioso uso dramático, tan fordiano, daba en 'Voces distantes' y 'El largo día acaba' como contraste entre el peso de la gravedad de la realidad y los sueños de la emoción elevada, entre los que las canciones eran su fugaz y entrañable ilusión de hogar y conciliación), las que cantan aquellos que permanecen en la estación mientras se produce un bombardeo: la cámara se desliza lentamente en un largo travelling lateral hasta llegar a Hester con Sir William ('ilusión de hogar bajo las bombas de la realidad').
Rattigan, precisamente,escribió el guión de una excelente, y menos conocida obra de Lean, 'La barrera del sonido' (1952). Un autor que ha sido adaptado en varias ocasiones, con medio siglo de diferencia, como es el caso de 'La versión Browning' y 'El caso Winslow'. Pero si la realizada por Mike figgis en 1994, no superaba los corsés más funcionales (el lustre expresivo provenía de la gran interpretación de Albert Finney), y la de David Mamet en 1999 se revelaba como una perspicaz aplicación de unos modos expresivos dramatúrgicos que no alteraba, 'The deep blue sea', como otra excelsa obra con la que se puede asociar, 'El fin del romance' (1999), según la novela de Graham Greene, son dos poderosos melodramas que transcienden el tiempo (además de coincidir en compartir una compleja estructura de saltos en el tiempo), entre una tradición y una ruptura, porque realizan una exploración y una inmersión en unas coordenadas de emociones que superan la coyuntura del momento, sea la de los 40 o 50, o sea la actual, revelando las ruinas de un bucle, el de una tradición expresiva, y el de una mirada emocional que se enquista en su absolutismo, desamparada. Por eso la obra se inicia y termina con movimientos de cámara inversos. Y son las ruinas vecinas, causadas por un bombardeo, de un edificio vecino, las que culminan esta arrebatadora inmersión en las raíces quebradas de una emoción que no sabe dónde mirar(se), extraviada en el 'entre', negando una realidad que es mero espejismo, y anhelando unos sueños que sabe ya se han abrasado: qué bella y sutil asociación entre las llamas del gas y las llamas de una velas del cumpleaños del que se había olvidado felicitarla Freddie: ese sentirse nada en la mirada del hombre que ama que determinó como guinda su drástica decisión de suicidio. Esa exquisita asociación visual condensa la magnitud de esta inmensa obra, la mirada que desmonta un 'escenario', una 'ilusión', con su aguda reflexión, y la inmersión que nos rapta con la expansiva música de la emoción.
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