viernes, 29 de junio de 2012
Trafic
Desde los tiempos de 'Las vacaciones de Monsieur Hulot' (1953), en la cual la llanta de un coche que conduce Hulot es confundida, al pegársele unas hojas, con una corona funeraria, se podía intuir que, tarde o temprano, el coche se convertiría en figura principal de alguna de sus obras. A veces se ha dicho que en su cine se debaten los conceptos encontrados de tradición y progreso. Más bien, me parece, que es el de la espontaneidad enfrentada a lo cuadriculado, lo singular enfrentado a la intercambiabilidad en serie o masa indiferenciadas, ese mundo 'moderno' de reflejos, réplicas y compartimentos multiplicados hasta el infinito aunque sean el mismo, que se ve dinamitado por la aparente no armonia de jirafa de Hulot, que colisiona con esa rigidez de pautas, normas, tráficos de signos y rituales codificados, valor de imagen y apariencias protésicas. El coche es el emblema de esa realidad en serie (es una prolongación de nosotros, de nuestro ego, de nuestra condición de seres intercambiables, nuestra cuadrícula ambulante, un organo más: los salaces montajes secuenciales de conductores hurgando en su nariz, bostezando, o de diferentes compases de los parabrisas acompasados a sus conductores, que puntuan la narración de 'Trafic'). Hulot es como la bicicleta, como la del cartero de 'Día de fiesta'(1949), que 'altera' el orden/'paso' de un pelotón ciclista cuando interfiere en su paso (en una de sus secuencias más afortunadas). En 'Mi tío' (1959), los niños gastan bromas a los conductores haciéndoles creer que han colisionado contra su coche mientras están detenidos en un semáforo(como Hulot/Tati hace 'colisionar' a la realidad).
Al final, el hermano de Hulot, y padre del niño, se entrega a la realización de las travesuras, dejando de lado las 'distancias' de su rol de padre ( y empresario) para crear una relación de complicidad con su hijo, de desapego y despreocupación con respecto al valor de imagen (a la vanidad de sentirse en un escaparate, que debe ser admirado, en el escenario en la vida; es más divertido romper los escaparates). En la secuencia final de 'Playtime', parece que los coches en un rotonda, gracias a los efectos de sonido, fueran parte de un tiovivo (el reflejo del autobús en una ventana oscilante hace parecer, también con los efectos de sonido, que están sus pasajeros en una atracción de feria). Hay que vivir la vida como un juego, no como una sucesión de reflejos. La imaginación evita, a su vez, que te conviertas (apoltrones) en una réplica que busca sentirse excepcional en el reflejo de los otros.
'Trafic'(1971), con su narrativa centrífuga, discontinua, relata las peripecias del traslado de un coche camping, en cuyo diseño ha intervenido Hulot (acompañado del conductor del camión, y la relaciones públicas, en su coche deportivo, con su perrito), a la feria de coches de Amsterdam. Su cine es pura coreografía, musicalidad de cuerpos en un territorio transfigurado: la secuencia de la colisión de coches, con los personajes fuera de sus autómoviles estirándose, contorsionándose, como si hicieran ejercicios gimnásticos; los personajes que, tras ver un reportaje sobre los astronautas en la luna, emulan sus movimientos recogiendo la mesa.
Hay dilatadas set pieces que se convierten en plétora de hallazgos ingeniosos, como aquella en la que el coche camping es revisado por la policía holandesa, y Hulot, el camionero/mecánico y la relaciones públicas les enseñan sus cualidades y ventajas. O la estancia en el camping donde se detienen (en la que destaca los ímprobos esfuerzos de Hulot por hacer comprender que el chaleco de lana bajo las ruedas del coche no es su perrito). Como los compartimentos réplicas en 'Playtime', la realidad seguirá siendo ese escenario donde las figuras, sean humanas, sean objetos, como paraguas y coches, se confunden, un escenario además hacinado, cada vez más sobrehabitado, como refleja el plano final. Previamente, Hulot intenta entrar acceder a los subterráneos del metro, pero tiene que volver a la superficie porque la masa de gente le impide entrar. Hulot es un transeunte de la vida, un danzarin de lo espasmos de la espontaneidad, de los movimientos no controlados ni pautados, es la armonía de lo aparentemente desencajado en el falaz orden que camufla el enajenador caos, es una figura singular que no puede ser otra figura intercambiable e indiferenciable, siempre irá a contracorriente. Por eso, la última obra de ese exquisito y transgresor coreógrafo que es Tati transcurrirá en un espacio aparte, fuera del 'tráfico', un circo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario