martes, 22 de mayo de 2012
Van Heflin, entre el temblor y la firmeza
La popularidad de ese gran actor que fue Van Heflin va a rebufo de la mítica de la película 'Raices profundas' (1953), de George Stevens, en la que intepretaba al hombre corriente y mundano frente al hombre fascinante, lindante con lo legendario, aun con sus sombras, interpretado por Alan Ladd, ecuación en la que reincidió en similar factor en un western posterior, y superior, 'El tren de las 3'10' (1957), de Delmes Daves, con un más siniestro y elegante contrapunto encarnado por Glenn Ford. Pero en su carrera interpretó una notable variedad de papeles, que impidieron que estuviera encasillado como también que adquiriera una concreción icónica que incidiera en el incremento de su popularidad. Alcanzó la notoriedad con una memorable creación, que ya evidenciaba su capacidad de registros, en un personaje, en cierta manera, diferente a esos dos personajes tan rectos como honestos, aunque no escondieran en su rudeza su fragilidad (su dificultad para dominar unas situaciones ante las que, en algún momento, dudaban de su capacidad pese a su determinación). En este caso, en el intelectual alcoholico mano derecha del gangster encarnado por Robert Taylor en la interesante 'Senda prohibida' (1941), era tan manifiesta su fronteriza lucidez como su desolada vulnerabilidad, el contrapunto a la carencia de escrúpulos del personaje de Taylor. Antes había protagonizado en el teatro 'Historias de Filadelfia' con Katharine Hepburn y Joseph Cotten, y en el cine había realizado intervenciones secundarias en 'Camino de Santa Fe' (1940), de Michael Curtiz y la estupenda 'Cenizas de amor' (1941), de King Vidor. Antes de alistarse en el ejercito, sirviendo en la guerra de cameraman, fue el protagonista de 'Tennessee Johnson' (1942), de William Dieterle, interpretando al presidente Andrew Johnson. Al retornar fue el contrapunto de integridad en la irregular 'El extraño caso de Martha Ivers' (1946), de Lewis Milestone,que perdía en interés cuando su personaje desaparecía de escena en favor de los de Kirk Douglas y Barbara Stanwyck. Fue coprotagonista de una obra que algunos consideran magistral, pero que para mi gusto no supera la discreción, 'Amor que mata' (1947), de Curtis Bernhardt, otra combinación de melodrama y noir al que lastra parecido envaramiento all de la de Milestone. Aportó densidad y toque de distinción dramática a la en cambio demasiado volatil 'Los tres mosqueteros' (1949), de George Sidney. Una de sus mejores interpretaciones, en un personaje más bien turbio, fue la del protagonista de la áspera 'El merodeador' (1951), de Joseph Losey. Como formidable es también la que realiza como el hombre íntegro que hace uso de la barbarie para derrocar la injusticia en 'La tempestad' (1958), de Alberto Lattuada. Entremedias protagonizó varios westerns. Aparte de los citados, 'The wings of the hawks' (1952), 'Fugitivos rebeldes' (1954), de Hugo Fregonese y, más flojo, 'El salario de la violencia' (1958). Interesante, dentro del género de aventuras africanas es 'Tanganica' (1953), y singular dentro del género bélico la notable 'Bajo diez banderas' (1960), de Dullio Colleti,en la que interpreta al admirado, por su destreza y su nobleza, capitán de un barco de guerra alemán que durante año y medio, entre 1940 y 1941, hudió numerosos barcos aliados. Más turbias y sórdidas son la desigual 'Camino a Cordura' (1959), de Robert Rossen, de agrio cuestionamiento de la heroicidad, y la sugerente 'Cinco mujeres marcadas' (1960), de Martin Ritt. Protagonizó en 1963 'Cry of the battle' de Irving Lerner que adquirió cierta celebridad porque es la película que estaba viendo Lee Harvey Oswald cuando fue detenido. Heflin realizó otra admirable creación en la que cierra su carrera, interrumpida por la muerte, y lo más sobresaliente de la película, el torturado hombre que pretende suicidarse haciendo explotar una bomba en el avión, para que su esposa cobre un seguro de vida, en 'Aeropuerto' (1970), de George Seaton. Heflin siempre aportó una singular 'nobleza' en sus personajes, por oscuros, corruptos y turbios que fueran. De pocos actores se puede decir que es raro recordar una floja o apagada interpretación, o que se acomodara en ciertos tics. Sus personajes siempre parecían estar prendidos por una mecha interior que les sumiera en un forcejeo con su pasado o presente o con un futuro que desprecian o por el que luchan por hacer posible.
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