sábado, 5 de mayo de 2012
El jeque blanco
¿Qué tienen en común El jeque blanco y el Papa? Aparte de compartir el blanco como vestuario, son 'imagen', símbolo, representación y pantalla. Símbolo de la pureza, del ideal platónico romántico, y de la 'corrección' sin mácula (las sacras apariencias). En 'El jeque blanco' (Lo sceicco bianco, 1952), el primero es un héroe de una fotonovela, depositario de unos sueños, de una ilusión romántica, que contrarresta la vida anodina cotidiana de sus admiradoras, como es el caso de Wanda (Brunella Bovo), una chica que vive en provincias, ahora de viaje de luna de miel en Roma con su marido Ivan (Leopoldo Trieste), y que le había escrito unas cartas firmando como Bambola Passionata; ser otra, vivir un sueño; claro que, como ella misma comprobará los sueños pueden convertirse en pozos oscuros. Fernando (Alberto Sordi),el actor que interpreta al citado jeque blanco, desvelará la escasa correspondencia entre su imagen en la pantalla gráfica y su vulgar y patética condición real (o cotidiana), frente a la ilusa espectadora, Wanda, que le tenía idealizado como icono romántico. No deja de ser irónico cómo se 'encuentran'. Wanda camina por el bosque, alrededor del lugar del rodaje, extraviada, preocupada porque tiene que volver a Roma, porque no ha dicho a su marido que se iba (él piensa que sólo iba a tomarse un baño); la cámara se desplaza con ella, y a su espalda advertirmos, al fondo del encuadre, a Fernando en un columpio entre dos árboles. Wanda se integrará en ese mundo de ensueño, participe de esa 'ilusión', actuando en la sesión de fotos para la novela gráfica como 'Fatima', un personaje de ese 'otro mundo' exótico.
En el cine de Fellini la presencia del agua se revela como símbolo recurrente de cómo el ser humano no sabe vivir sus emociones. Es en el agua, en el mar, ambos en un bote, cuando la ilusión se trocará en decepción, cuando la imagen deja paso a lo real, cuando el haz del proyector se desvanece, y aparece el hombre que antes trabajaba en una carnicería, que es capaz de decir cualquier mentira, como es un hombre casado al que su esposa le ha llevado a la desgracia, para conseguir lo único que le interesa, un poco de beneficio corporal (carne para el carnicero). En paralelo, el marido, Ivan, tan preocupado, hasta la agonía, por la cuestión de la 'imagen', de las apariencias correctas, del honor de la familia (del nombre), vivirá su via crucis porque no puede compartir con su tío y su familía que Wanda ha desaparecido, así que tiene que inventar sucesivamente, 'a la carrera' ( como los bersaglieri, tocando las trompetas, con los que se cruza al inicio de su 'via crucis', en su desfile a la carrera; el momento, además, en que descubre la carta de respuesta de 'el jeque blanco' en el que expresa sus deseos de conocerla), mentiras sobre el precario estado de salud de Wanda ( incluidas falsas conversaciones telefónicas, con el camararo del hotel como perplejo interlocutor), a la vez que cada vez más torturado por la incógnita de qué ha sido de Wanda, de quién será el jeque blanco y si volverá, que se convierte en matriz de especulación de sus temerosos fantasmas de los celos. Irónicos los detalles del grupo de musicos que en el bar canta sobre Otelo, o que la representación de opera a la que acude con su familia sea 'Don Giovanni'.
Fellíni, en la que es su primer largometraje en solitario ('Luces de variedades' la codirigió con Albert Lattuada), ya demuestra su admirable talento para combinar tonos, el cómico y el dramático, el farsesco y el grave, el excéntrico y el tierno, incluso en la misma secuencia, como cuando Wanda se lanza al Tiber, con la pretensión de suicidarse y casi no hay ni agua (en mordaz correspondencia simbólica, una vez más, tanto con la secuencia en la playa, con el actor, como el detalle de la bañera del hotel, que se ha desbordado, en la que ella no se ha bañado, como ambos no se han 'bañado' sexualmente aún juntos; ambos son aún vírgenes). O la secuencia en la que Ivan llora en la plaza, y aparecen dos prostitutas (una de ellas, Cabiria, encarnada por Giuletta Massina, protagonista cinco años dispués de la maravillosa 'Las noches de Cabiria'), con representación improvisada incluida de un lanzafuegos (¿no estaba Ivan, de un modo figurado, lanzando llamaradas por su preocupación, ahora trocadas en lágrimas?).
Al final, a la carrera, marido y esposa, reconciliados, junto a la familía del tío, se dirigen hacia la audiencia con el papa, orgullosos de su 'pureza', en busca de su bendición (de una pantalla' en la que engañarse, consolarse), aunque las sombras (de la decepción, de los celos), manifiesto en detalles, unos más sutiles, como en lo que le cuesta a ella colocarse el velo, otros más manifiestos, como la expresión de Ivan cuando Wanda le dice que él es su jeque blanco, probablemente no dejarán de acompañarles.
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