sábado, 21 de abril de 2012
Estrellas dichosas
'Estrellas dichosas' (1929), de Frank Borzage, es un catártico trayecto hacia la luz, aquella que emana de esa ocasión especial que puede lograr lo inconcebible, que se recupere la capacidad de andar. Porque si hay algo que ponga en movimiento, que supere cualquier ceguera, que propulse lo posible, es algo llamado amor. El cine de Borzage es también una ocasión especial, porque pocos cineastas han logrado que logren andar con tal brío nuestras emociones, como si echaran a volar, como si al fin lograran despertar. Su cine hace posible lo sublime. Por eso, contados son los cineastas que han llevado el melodrama (romántico) a tales elevaciones. 'Estrellas dichosas' es la tercera de las obras que realizón con los esplendidos Charles Farrell y Janet Gaynor como protagonistas, tras las también esplendorosas 'El ángel de la calle' y 'El séptimo cielo'. Borzage hace del espacio otro personaje, que refleja la hostilidad de un entorno, la opresión que atenaza los anhelos de aquellos que aspiran a elevarse sobre el ra del suelo, conectar en las alturas. Tim (Farrell) intenta reestablecer la conexión en lo alto de un poste telefónico. Desde ahí es cuando ve por primera vez a Mary (Gaynor), de aspecto tan desastrado que en principio no sabe si es chico o chica, ni qué edad puede tener, quizá sólo un chaval. Su primer encuentro es beligerante, porque él advierte sus tendencias al hurto, y le da unos azotes. Las misma circunstancias se definen por la hostilidad: Tim acaba de pelearse con el capataz, Wrenn (Guinn Williams), hasta que han sido interrumpidos por la noticia de que ha sido declarada la guerra. El entorno en el que vive Mary es también asfixiante, tétrico, realzado por esos espacios que parecen comprimidos, sin relieve, sin profundidad de campo ( de posibilidad de liberación),como su vida en esa granja en la que vive con sus hermanos pequeños, y una madre que la apaliza a las primeras de cambio.
Fuera de ese entorno que parece cautiverio no hay sino otro espacio definido por la noche, por las tinieblas, por la opresión, en la que lo contorno parecen diluidos, el entorno de la guerra en Francia, tan magníficamente descrito por Borzage, posteriormente, en la excelsa 'Adiós a las armas' (1932), y en el que Tim resultará herido, necesitando de una silla de ruedas (la elipsis es asombrosa: Tim arrástrándose por el barro hasta su compañero muerto; en el plano siguiente ya estamos del nuevo en el pueblo; Mary, como si no hubiera pasao el tiempo, movida por su resentimiento con Tim le lanza una piedra hacia su casa, rompiendo una ventana; inmediatamnte llega un amigo de Tim, y es cuando vemos que él está en silla de ruedas).
Es de una belleza incomporable cómo está narrado ese proceso de mutua atracción, no explicitada por ninguno, hasta el catártico final, a través de gestos, expresiones y miradas, con una delicadeza y sutilidad cautivadoras. A destacar: Cómo Borzage planifica la conclusión de ese primer reencuentro cuando se despiden. Tim le dice que se verán al día siguiente, el contraplano de ella, ya fuera de la casa, en plano general, a través de la puerta, que asiente; él dice que también al día siguiente, ahora ella es encuadrada a través de la apertura en las ventanas abiertas, que vuelve a asentir; él dice que todos los días, ella, más alejada, encuadrada a través de las ventanas abiertas, se vuelve, y ahora se pasaa un plano medio de ella, sin objetos interpuesto en el encuadre, y de nuevo asiente sonriente.
Cómo lograr transmitir la emoción, y la belleza, de la secuencia en la que él le lava el pelo con un huevo, que la deja con el pelo ahuecado, 'liberado', y después, tras advertir que ella tiene la piel sucia alrededor del cuello, e instarle a que se asee, comienz a desvestirla, pero al preguntarle qué edad tiene, y ella decirle dieciocho, la expresión de Tim se transforma radicalmente, reflejando admirablemente cómo acaba de tomar consciencia de que ella 'es una mujer', y le indica que se asee ella sola. Es prodigioso también el detalle en la secuencia en la que ella aparece con su nuevo vestido ( en la culminación de la tranformación que realiza de su aspecto, que también es de su interior, ya que la enseña lo importante que es decir la verdad, y se honesta, y dejar de robar) cuando Borzage hace una panoramica sobre ella hasta los pies, en correspondencia con la mirada de Tim, admirada a la vez que consciente de lo que les separa, o más bien de lo que a le inmoviliza o condiciona para expresar sus sentimientos, sus piernas inmovilizadas. Es sobrecogedor el plano general, dominado por las sombras, de Tim, tras que se haya marchado Mary.
Borzage no corta el plano, sino que exaspera la tensión mostrando cómo Tim abandona por primera vez la silla de ruedas, e intenta sostenerse sobre las muletas, y dar algún paso, hasta que se desploma. Pero hay otro tipo de invalidez, moral o de sensibilidad, que emponzoña a otros, aquellos que representan a ese entorno que se cierne opresivo sobre su amor, como esa nieve que parece (querer) congelar sus sentimientos, caso de la madre de Mary, o de Wrenn, que la corteja, y al que la madre le ve como el partido ideal (dejándose sugestionar por las apariencias, el uniforme que él porta, cuando ha sido expulsado del ejercito). EL bellísmo plano final, con ambos abrazándose en un extremo del encuadre, y al fondo entreviéndose el tren, es la culminación de un movimiento realizado, o la realización del movimiento que es desplazamiento, de uno a otro, realizando lo que no parecía (creía) posible, arrastrándose por la nieve apoyado en una muleta, haciendo andar las piernas porque ha puesto en movimiento a sus emociones. Porque si no lo hace, puede perder a quien ama, a quien le ha hecho sentir que su vida puede moverse.
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