miércoles, 12 de octubre de 2011

En rodaje: David Lynch, Kyle McLachlan y Frank Silva. Twin Peaks o la mirada metamorfoseada

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David Lynch, Kyle McLachlan y Frank Silva (Bob, el 'otro'), durante el rodaje de la excepcional 'Twin Peaks'. Como ya lo era 'Terciopelo azul' (Blue velvet, 1986), era una ventana abierta a la noche, un sueño que metamorfosea nuestra mirada, transportados a los ojos de un Gregor Samsa para, más que nombrar, adjetivar, en su relatividad, las habitaciónes interconectadas de nuestros mundos. Razón y sueño se conjugan en la encrucijada donde la enunciación se sabe habla, comentario, pero, también, fábula, juego y epifanía. Más que deconstruir unos mecanismos linguisticos, se metamorfosea la mirada utilizando los amplios márgenes del lenguaje y de sus combinaciones. Lynch se sirve de la mistérica rítmica del universo onírico, y abre lo real a una misma concepción extraña y compleja, inasible y diversa. La fuga de sentido es el frágil orden que Lynch explora, deslizado en desviaciones, chirridos o turbulencias. Desenmascara la falsedad del orden, presentándolo como aún más fantasmático que los pánicos fantasmas de su inconsciente (de su fuera de campo), que, a pesar de estar filtrados a través de sí, dejan intuir sus atributos de lo real (lo inefable y lo orgánico). Las fronteras se difuminan. Nos encontramos ante una mirada que surge de las espirales del sueño, y propone una aventura en la que se destierra el fin: Cooper golpeándose contra el espejo en la secuencia final, porque ya no hay dos lados, trasfigurándose su expresión en una carcajada perversa, como el abismo que nos miraba en la sonrisa perversa de Norman Bates en el antepenúltimo plano de 'Psicosis' (1960), de Alfred Hitchcock. Nunca hemos dejado de habitar el caos ( ni de generarlo): los nombres son perchas de un espejismo, el código de circulación de una cauterizadora ilusión lamada normalidad.

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