domingo, 11 de septiembre de 2011
El proceso Paradine - Imágenes de un rodaje. La ceguera de la idealización.
No es 'El proceso Paradine' (The Paradine case, 1947) una de las obras de Alfred Hitchcock que se suela citar, o recordar, entre las más destacadas o admiradas, como tampoco es una de sus obras sobre la que más se ha escrito o reflexionado, se ha escrito mucho. Compárese, por ejemplo, con la que le precede, 'Encadenados' (1947), y la posterior, 'La soga' (1948). Una obra casi que ha permanecido en sombras ( o ensombrecida por otras), como en cierta medida pasa con otra obra magnífica, 'Yo confieso' (1952), tan densa y severa como ésta, y ambas sin notorios tour de forces de estilo (o que hayan 'ingresado' de la mítica popular o cinéfila). Por ejemplo, con respecto a dos obras que transitan próximos senderos en la disección de las proyecciones, sugestiones, (in)flujos, o procesos amorosos, de la enmarañada trama o pantalla de éstos, como otra previa producción de O'Selznick, 'Rebeca' (1940) y la posterior 'Vértigo' (1958). En la primera la protagonista lidia con dos modelos, lo que representa él, el hombre que ama ( el modelo romántico de la figura en el acantilado), que no deja de ser figura enigma (en sombras sobre la tantea el haz de luz de sus proyecciones, de su inseguridad para por fin dotarle de rostro) aunque conviva con él ya casada, y el de la anterior mujer, Rebeca, influo condicionante, manipulado de modo activo por la señora Danvers, y que moldea su comportamiento porque cree que es la de complacer lo que supone (especula ) él espera de ella. En 'Vértigo', asistimos al proceso de sugestión, de fasinación, por una imagen (la trama de un relato que dota de una fúnebre condición romántica de dama necesitada de ayuda), la ofuscación del discernimiento que proyecta sobre una imagen en La distancia y que nubla su 'relación' con ella a través de ese modelo creado, esa dramatización emocional proyectada de un escenario sentimenTal ( y a la vez manipulada, porque ha sido orquestada y tramada interesadamente por una tercera persona a través de una puesta en escena; superposición de puestas en escenas, la proyección ajena, desde fuera,y la propia, en la propia mirada, ya que luego será incapaz de reconocer a la mujer real porque amaba a un 'personaje', un modelo). En 'El proceso Paradine' el abogado Keane(Gregory Peck), se fascina, cautiva, sugestiona o enamora de la mujer que debe defender, acusada de asesinato de su marido ciego, la señora Paradine (Alida Valli). Él se califica de persona realista, en la primera conversación con su esposa, Gay(Ann Todd), cuando ironiza sobre cómo aún ella idealiza,o confía en la bondad humana (porque piensa que una mujer joven que se entrega al cuidado de un anciano hombre ciego con el que se casa debe ser buena). De alguna manera parece que Keane, ahora abogado de éxito ha perdido sus ideales de juventud, apoltronado en su prestigio, en su personaje. Los demás le consideran un abogado al que le gusta crear una atmósfera cargada de temeperatura dramática en los juicios. Y esa dramatización, de alguna manera, le posee. El personaje que en principio trama y crea, para su convenciencia de abogado, con respecto a la acusada, esa versión con la que quiere sugestionar al jurado ( de mujer entregada, noble, excepcional; casi una figura divina), será el modo en la que la 'mire' (idealice), autosugestionándse. Ella es una figura esfinge, enigma, sobre la que proyecta su idea, y de esa idea se enamora o cautiva. Aspecto muy sugerente al respecto en que no cae Hitchcock en fáciles contrastes, es cómo traza la relación con su esposa, en la que desde un principio se percibe una sintonía, una complicidad de lo más auténtica. No es la falta en su vida cotidiana lo que propicia el que se fascine con una figura extraordinaria, sino una derivación de su personaje, de abogado, de su tendencia a la dramatización, ya que él mismo crea al personaje del que se queda 'prendido', ciego, sin saber verla, en el haz de luz de su proyector. Es así que el escenario el juicio se convierte en transposición del escenario de su relación. Véase tras que ella le reproche a Keane que pretenda incriminar al criado, André (Louis Jourdan), desviando las sospechas hacia él, Keane, depechado, no acata sus ruegos, sino que insiste en sucesivos interrogatorios en presentar a André como el asesino, como quien quiere eliminar a quien intuye es su amante o enamorado, porque aún no se ha revelado; es su actitud lo que destapará fatalmente su relación real, cuando él se suicide y se sepa que ambos se amaban. A este respecto es elocuente la presentación de André, figura en sombras, cuando abre la puerta de la mansión en el campo a Keane (realmente, el motivo de éste fuera de lo corriente en su forma de trabajar, desplazarse a la mansión, es para 'ver', dar cuerpo a la imagen de su rival). Cuando André le visita esa noche en el hostal, ambos conversan con la lampara (encendida) entre ellos. Por último, cómo asocia Hitchcock a través de un parecido movimiento de cámara, de derecha a inzquieda en movimiento envolvente, y bajando desde arriba, dos (auto) destrucciones. La de ella, tras que notifiquen el suicidio de André, ya importándole todo nada, reconociendo que ella era la asesina, porque ha perdido la motivación en la vida, el amor que revela sentía por André. El escenario ya no tiene sentido, la máscara de la esfinge se desvela o quiebra, y se manifiestan las fisuras del dolor. Posteriormente, ya que esta revelación implica la 'derrota' como abogado en el escenario del juicio, Keane ante todos asume su fracaso, lo que implica asumir su ceguera con respecto a ella, la ilusoriedad de aquello que le había hecho creer que estaba enamorado ( que él había recreado), y que ha implicado destruirla a ella ( y a André) por su comportamiento despechado, lo que, a su vez, implica su fracaso como abogado ( como profesional), y como hombre. En este sentido no está lejos del demoledor y desolador final de 'Vértigo', aunque en su caso Keane encuentre el apoyo de esa cómplice, a la que había arrinconado por su ceguera, que le incentiva, 'reanima', a que se 'reinicie' en la vida en vez de abandonarse en el lamento de su fracaso, de su decepción ( consigo mismo).
Alfred Hitchcock, Gregory Peck, Ann Todd, Alida Valli, Louis Jourdan, Charles Laughton, Ethel Barrymore, David O'Selznick, Isobel Elsom y Charles Coburn en varios momentos del rodaje de la magnífica 'El proceso Paradine' (1947).
Hitchcock tuvo que aguantar al pesado de Selznick, un productor de un mal gusto impresionante, encumbrado por "Gone with the wind", una mierda de película basada en una mierda de novela. Selznick se creía importante por haber producido esa basura, y miraba por encima del hombro al director de peliculitas como "39 escalones" o "Alarma en el expreso". El tiempo ha dejado a cada uno en su sitio. Selznick está olvidado, aunque hay que reconocer que muchas veces acertaba ("Jennie", "King Kong", "Rebeca").
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