lunes, 18 de julio de 2011
Plácidas pausas de rodaje: Billy Wilder, James Cagney, Pamela Tiffin y Horst Buchholz. Un, dos, tres, corrosión a ambos lados del muro
Billy Wilder, Pamela Tiffin, James Cagney y Horst Buchholz en una pausa de rodaje de 'Uno, dos, tres' (1961). Hay comedias que podrían catalogarse de 'comedias de propulsión a chorro', tal es su acelerado ritmo sin pausa, que invalida la opción de dar a la tecla del 'forward' porque más rápida no puede ir. Un caso es el de 'Luna nueva' de Howard Hawks. Otro, el de 'Uno, dos, tres', de Billy Wilder. Sobre todo, su última media hora no la supera en velocidad ni Speedy Gonzalez. Como a ver qué actor puede dotar de tal supersónico ritmo a su interpretación como James Cagney, que lleva a cabo una demostración de febril claqué interpretativo, cuando, a contrarreloj, debe hacer parecer al esposo comunista (Buchholz) de la hija (Tiffin) de su jefe en la compañía de Coca cola, que está a punto de llegar a Berlín, un refinado heredero de la aristocracia alemana. Wilder lanza aceradas invectivas a diestro y siniestro, en esta corrosiva, y por qué no, siniestra sátira, a los representantes de esos dos sistemas. Y qué corte de secundarios, empezando por el secretario que no puede evitar dar unos taconazos que evidencian su pasado en las SS aunque diga que pasó la guerra en los subterráneos conduciendo el metro, y terminando por ese trío de representantes comunistas, herederos de los dibujados en 'Ninotchka' (1939), de Ernst Lubitsch, que son capaces de cualquier cosa por conseguir los servicios de la secretaria de Cagney. Decididamente, los escrúpulos morales no son algo que definan a la condición humana, da igual bajo que bandera, sistema económico o dogma se identifiquen. 'Un, dos, tres' es un jubiloso dechado de irreverencia que deja en evidencia a sus grotescos personajes y lo que representan. Un auténtico disfrute que te deja tras acabar la proyección como si te hubieras metido un chute de adrenalina. Y, por último, mención especial merece la causticidad de la esposa del personaje de Cagney, intepretada por Arlene Francis, el último irónico y desapegado baluarte de la integridad y la conciencia.
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