miércoles, 22 de junio de 2011
Mandy o la ruptura del aislamiento
'Mandy' (1952), de Alexander MacKendrick es un excelente melodrama que despoja a la vez que transfigura las convenciones genéricas a través de un (formidable) montaje más atento a las emociones en juego, a los rostros, a las circunstancias y actitudes emocionales, ya desde las portentosas secuencias iniciales en las que el matrimonio formado por Christine y Harry descubre que su pequeña hia es sorda (con la incógnita de si también será muda). Ese despojamiento, que implica esencializar, rehuye los mecanismos formularios de 'sobredramatizar' los conflictos, consiguiendo así momentos de desbordante emoción catártica, en los que son cruciales el empleo del sonido ( o su ausencia o selección de lo que se oye o no), como en la secuencia en la que Mandy logra, con el incentivo de su profesora, decir sus primera palabras (de una intensidad que desgarra por su fuerza liberadora, casi una acción de Odisea). La cuestión de la mudez o de la sordera, de la dicultad de comunicación, de la incapacidad de discernimiento, del aislamiento ( o ajenidad) como forma de interrelacionarse socialmente se amplifica en las relaciones de los adultos. Ya de entrada en la opuesta actitud del matrimonio: Christine no quiere que su hija viva aislada del mundo (protegida en una vitrina) y se esfuerza en buscar el medio para que su hija sepa en vivir en sociedad ( más allá de si logra o no hablar), a diferencia de un sobreproteccionista padre (que ni se preocupó de conocer las instalaciones del colegio especializado, justificándose en la mala impresión que le daba su fachada; no era más que una excusa para su reticencia). El aislamiento de la realidad de este, o de su actitud, se ejemplifica en la mansión de sus padres, de alta clase, separados del mundo, de un espacio desvencijado de arrabal, por una verja ( incluso abuelo y abuela parecen vivir en dos mundos diferentes en esa mansión); hay un aislamiento o ajenidad de clase.
Christine es capaz hasta de abandonar a su esposo firme en su propósito de abrir a su hija al mundo, ingresándola en el colegio especializado que rehusó conocer su marido. Es cautivador el personaje del profesor del colegio, excelentemente interpretado pro Jack Hawkins, entre elusivo y huraño, desconfiado con respecto a los padres ( o lo adultos en general), y cuya actitud, tan escasamente diplomática como complaciente, no deja de suscitar inquinas o rechazos, cuando tan admirable es su entrega y dedicación con los niños ( pero es algo de lo que no hace alarde; no es personaje que cultive las apariencias; aunque haya en él rescoldos de resentimiento con respecto a las actitudes sufridas con esa criatura llamada 'ser social' o adulta, su tendencia a enmarañar o destruir). Hay hermosas ideas como asociar los planos de la nuca de Mandy ( cuando descubren que no puede oir) con plano semejante sobre la del padre, cuando al fin se vuelve y se desprende de todas sus reticencias y miedos, o desconfianzas ( el rumor que por un momento ha dominado su despecho, de abandonado, de que su mujer pudiera tener una relación con el profesor). Las verjas de la sordera y la mudez, del aislamiento y la ajenidad, al final, se quiebran, y se abren al mundo, como Mandy jugando con los otros niños del barrio.
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