domingo, 13 de marzo de 2011

La condición humana

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De entre los recónditos anaqueles polvorientos de la historia del cine no escrita surgen, de vez en cuando, obras que incomprensiblemente han permanecido sumidas en el silencio, cuando se las puede considerar entre lo más destacados prodigios que ha dado el cine. Ese es el caso de esta magna obra, 'La condición humana', de Masaki Kobayashi, estrenada en tres partes, de tres horas cada una de ellas, 'No hay amor más grande' (1959), 'Camino a la eternidad' (1960) y 'La plegaria del soldado' (1961). Es el relato de la odisea de un hombre justo y noble, Kaji (Nakadai Tatsuya), en la provincia China de Manchuria (ocupada por Japón desde 1931 a 1945), en plena guerra, en 1943, enfrentado a la condición humana, que en este sombrío, convulso, lírico, desgarrado y áspero relato, parece definida por su predominante inclinación a la crueldad, la destrucción y el desprecio por el congénere (sobre todo, si no pertenece a su posición, género o categoría de identidad). En la primera secuencia de 'No hay amor más grande', que me evocaba 'Noches blancas' (1957), de Luchino Visconti, y se puede enlanzar con 'Rocco y sus hermanos' (1960), del mismo director, con la que comparte 'talante', ya se condensan los opuestos. El amor, representado en Michiko (Aratama Michiyo) y la violencia. En una noche nevada, en una calle donde viven, se palpa la intemperie vital que dominará la obra, en el contraste entre las do figuras de enamorados y los soldados que marchan. Michiko, el amor que siente por ella, será el sostén e incentivo en la odisea que vivirá, y que es tránsito por el infierno.
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Kaji es pacifista (y de ideas socialistas), y para evitar enrolarse en el ejercito, acepta un puesto de trabajo en una remotas minas, en la que es contratado como supervisor laboral. Su propósito no es otro que el de conseguir las mejores condiciones para los trabajadores, lo que propiciará la colisión con quienes detentan el poder, representado, principalmente, en el supervisor, que aplica una disciplina esclavista. Esta colisión se amplificará cuando son traídos 600 prisioneros chinos para trabajar en la mina (en las condiciones más infames, hacinados, o más bien comprimidos, en vagones). Pero para Kaji no son los 'otros', son otros humanos, y aunque se les separe en un espacio apartado, rodeados de alambradas electrificadas, se esforzará en aplicar medidas que no les traten como meras bestias, como conseguir raciones especiales o que trabajen en espacios abiertos, pero aunque la productividad aumente no logrará contrarrestar la brutalidad del supervisor, y que tengan lugar unas ejecuciones, ante las que se rebela (y que provoca que sea apalizado y torturado). Su soledad es manifiesta, y su desamparo, reflejado en ese encuentro en las áridas colinas de la mina con Michiko. Como desolador su fracaso a la hora de conseguir aplicar medidas justas.
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Además ve cómo su rebelión determina que ahora sí sea enrolado en el ejercito, en donde se enfrentará, en 'El camino a la eternidad', a otro entramado institucional regido por la insensibilidad a la justicia, y definido por las rigidas jerarquías que determinan también la crueldad y la explotación. De un lirismo sobrecogedor es la secuencia en la que disfruta de una noche de amor con Michaki. De nuevo, no cejará de rebelarse, enfrentándose a los otros oficiales por pretender aplicar un trato justo a los reclutas, que sufren, como los mineros o los prisioneros chinos, un permanente maltrato, lo que llevará a que sea calificado despectivamente como 'comunista'. Aunque consiga evitar, de nuevo de modo provisional, que los reclutas no sufran las constantes acciones crueles de los oficiales veteranos, éstos no cejarán en amargar la vida de Kaji, hasta que éste, una vez más, se enfrenta a ellos, lo que determina que sea trasladado a un regimiento de trabajo. Y posteriormente, a línea de combate, en la que, de 160 hombres, será uno de los tres supervivientes. Esta segunda obra finaliza con sus gritos en el desolador paraje buscando a los otros supervivientes.
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'La plegaria del soldado' es, si cabe, aún más extraordinaria. Es el relato de un periplo, de una marcha hacia el sur de Manchuria en busca de su amada, pero no es posible la huída de las miserias de la crueldad humana. La reciente, y portentosa, 'Camino a la vida' (2010), de Peter Weir, comparte su proverbial sentido de la fisicidad y el aliento que determina la odisea. En esta obra resuenan preguntas (la obra se hace a la vez más introspectiva, a través de los pensamientos en off del protagonista; se podría enlazar en este sentido con el cine del gran Terrence Malick). ¿Qué es una nación?, se pregunta, ¿Es posible crear un país donde los humanos sean libres? En su viaje se les unirán tanto civiles como otros soldados, la mayor parte de los cuáles irán pereciendo por hambre, fatiga o muerte violenta en distintos enfrentamientos, como, aunque la guerra esté llegando a su fin ( o ni lo saben), con destacamentos perdidos que siguen empecinados en seguir las directrices de absurdas abstracciones, o la respuesta violenta de las guerrillas chinas. La desolación se incrementa cuando toma consciencia de que el ultraje a las mujeres es recurrente (la secuencia en la que es testigo de cómo lanzan fuera de un camión a una mujer ya muerta que han violado repetidamente; y que se repite, variando la planificación, como si Kaji no logrará dar crédito a que tal infamia sea posible), y que algunos de sus compañeros abogan por el ojo por ojo, por violar a mujeres chinas si los chinos lo hacen con las japones, lo que determinará que Kaji se enfrente, y mate a uno de ellos (por otro lado, hay una mujer que se sorprende de que no ceda al deseo con otras mujeres como así hace el resto).
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El hecho de haber tenido que matar, y que no pueda escapar al hecho de tener que repetirlo, es otra de las circunstancias que más le torturan. Como una letanía, cada vez más intensa, la evocación de Michiko será su aliento vital para resistir y continuar con su odisea, no dejando de avanzar, pese a que la condición humana que le rodea parezca desmentir la posibilidad de que ese amor más grande, que se revela excepción en paisaje humano tan sombrío, pueda ser posible, realizable, en un mundo que alienta la destrucción.

‎'La condición humana', de Masaki Kobayashi, dividida en tres partes, 'No hay amor más grande' (1959), 'Camino a la eternidad' (1960) y 'La plegaria del soldado' (1961), es una de las obras más hermosas y admirables que ha dado el cine. Kobayashi, con Zenzo Matsuyama, adapta la novela de Jumpei Gomikawa. Pocos cineastas con tal exquisito y elaborado sentido de la composición ha habido como Kobayashi (el trabajo con las opresivas texturas del blanco y negro de Yoshio Mijayima es portentoso), refrendado en las otras tres extraordinarias obras que he visto de este fascinante cineasta, 'Harakiri' (1962), 'Kwaidan' (1964) y 'Rebelión' (1967).

1 comentario:

  1. Bellísima obra que uno, por esos azares del destino, asocia con una virulenta y legendaria ciática que no me impidió disfrutarla.

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