jueves, 13 de enero de 2011
Pozos de ambición
'Habrá sangre', es la tradución exacta del titulo original, 'There will be blood', de la extraordinaria 'Pozos de ambición'(2007), de Paul Thomas Anderson. Un título que indica ya la sutileza de la equivalencia que en el film se establece entre el fanatismo religioso y el económico. O una manera de establecer un incisivo correlato entre ambas teleologias y dinámicas. El protagonista, Daniel Plainview (asombrosamente interpretado por daniel day lewis), cuyo apellido puede traducirse como visión llana (irónico en alguien que tiene una noción 'vertical' de la vida), utiliza las mismas mañas que el mejor de los pontifices, para conseguir el apoyo para sus proyectos economicos, para edificar su imperio petrolífero, como el otro para conseguir sus prosélitos y edificar su iglesia. Habrá sangre, es lo que asevera el dirigente de la iglesia de la tercera revelación, Eli Sunday (Paul Dano), para conseguir la realización como creyente; y la hay para que el empresario petrolifero levante su imperio.
Todo sacrificio ajeno es valido para alguien que basa su planteamiento vital en una misantropia aguda y en la competitividad como guía. No hay humano del que fiarse, y todos son amenaza o competidor, lo que implica que además guarde celosamente su intimidad, el hablar de sí mismo, algo que como reconoce no le gusta porque propicia la vulnerabilidad, y edificar un imperio economico implica una coraza. Por eso todo aquel afecto que se crea, como con su 'hijo' o 'hermano' son lastres que no puede asumir que necesita, son puntos débiles. Su soledad, sobre la que edifica el conseguir sus propositos, no está exenta de una latente necesidad de afecto. Pero son dependencias que lastran, o si deja un resquicio de confianza y descubre que le engañan, habrá sangre. Él es la tercera revelación. El depredador capitalismo empresarial es otra institución religiosa, la de nuestra era, asentada en el Dios del exito y del beneficio (y propiciador de conflictos bélicos convenientes como el de Irak), y una partida de bolos en la que eliminar a todos los contrincantes. Si dejas de lado tus escrupulos no queda nada más que esa bola que apisona todo lo que encuentras en tu camino. Este henry plainview, al que se ha asociado con el Ciudadano kane (como se ha vuelto a hacer ahora, a raiz del estreno de la magnífica 'La red social', de David Fincher, asociándolo con Matt Zuckerberg: éste y Plainview pueden conformar el símbolo de nuestra era), está también cerca de aquel Elmer Gantry de 'El fuego y la palabra' (1960) de Richard Brooks, cinico que se aprovechaba de sus cualidades como elocuente orador para aprovecharlo en el negocio de la religión, pero en este caso en la iglesia de la empresa economica, y con el matiz diferencial de que no es tan cínico; hay una forzada actitud celosa de acorazar su necesidad de afecto porque se convierte en un punto débil que no puede aceptar en lo que es la prioridad en su vida, Edificar su iglesia económica aunque se convierta en un Dios solitario.
Daniel Plainview establece, y siente, una relación paternofilial, con el niño que adopta tras la muerte de un compañero, y lo presenta a la vez como su hijo en los encuentros para pedir apoyo en sus proyectos empresariales, como puro recurso de marketing, ya que sabe lo que vende una imagen familiar. Por otro lado, un hombre se presenta como su hermano, y él le da su confianza creyendo en su palabra y pruebas, incluso recurriendo a él como apoyo de marketing en los nuevos encuentros comerciales, enfatizado con el hecho de que es familia de verdad. Pero no, no lo es. Descubre que es un impostor, en uno de lo momentos más destacados de esta obra maestra, en una sucesion de secuencias tramadas sobre las miradas y expresiones de daniel plainview, que concluyen con su decisión drástica de acabar con la vida del impostor, porque se siente engañado. No importa lo que se ha creado entre ellos, más allá de que exista ese vínculo de sangre o no, ni tampoco que haya utilizado las mismas estrategias que él para conseguir un propósito. No hay perdón. Él ha 'invertido' una emoción. E inversión es la palabra clave en un hombre tan parco para hablar de su intimidad o forma de ser, como para entregarse. Las emociones le hacen sentir frágil, aunque no esté exento de sentirlas, como el verdadero afecto por su 'hijo', pero son dependencias que no se puede permitir, aparte del recelo susceptible que enseguida surge en él, de ver en los demás un competidor o alguien que se aproveche de él, aunque sea un espejo de lo que es él mismo. Una paradoja, o más bien contradicción, que define los complejos o enrevesados resortes de este personaje, que inevitablemente acabará solo y añorando el afecto del que ya no dispone en su trono de Dios solitario, en ese símbólico espacio de una bolera, en el que 'ejecuta' a su doppelpanger, aislado, y ya recluso de su extravío.
'Pozos de ambición' (There will be blood, 2007), refrenda, por si hacía falta, a Paul Thomas Anderson como una de las figuras más sobresalientes del cine actual. Su primer cuarto de hora, sin diálogos, es un auténtico tour de force prodigioso. Anderson adapta la novela de Upton Sinclair, y demuestra que hoy en día pocos cineastas trabajan de modo tan refinado y complejo el montaje. Aparte, fascinante la composición visual, con la inestimable colaboración de Robert Elswitt, y la heterodoxa utilización de la música, que incide en un extrañamiento casi de índole fantástica, de Johny Greenwood. Por último, como alegoría, es una de las más incisivas y corrosivas de la raíz de lo que se ha convertido su país, o esta sociedad globalizada de depredador capitalismo ya hipersalvaje.
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