domingo, 9 de enero de 2011
Andrei Rublev
En 'Andrei Rublev' (1967), de Andrei Tarkovski, un joven, Boriska (Nikolai Burlyaev), se propone la ímproba tarea de forjar una campana de gran tamaño en el desolado paisaje de una Edad media quebrada por la carencia, el abuso de poder, la superstición y la violencia más cruenta. Una acción, como otras en el cine de Tarkovski, que es lumbre de forja esfuerzo y confianza en lo posible, en un universo bárbaro, ya sea medieval o tecnificado. Son impulso de acción, aliento de fe en las aptitudes creativas y sensibles de un ser humano que parece tender más a la destrucción, a la incapacidad de amar, a la enajenación de su naturaleza y de la propia naturaleza. Destruir es muy fácil, construir implica esfuerzo. Este último capítulo, de ocho que conforman el recorrido, desde 1400 a 1423, del proceso de formación de Andrei Rublev (Anatoli Solonytsin), monje pintor de iconos, es la culminación, la condensación narrativa, la realización, de lo que hasta entonces, los diversos capítulos, eran 'esquirlas', una discontinuidad descentrada como el propio periplo de este artista, desde su ingenuidad cuando se 'abre' al mundo, y las diversas confrontaciones que jalonan su 'relación' con el mundo, la realidad, los otros y sí mismo, y con su 'habla' como artista, con su mirada. O el trayecto de la idea a la forma.
La rigidez que no acepta miradas disolutas, en el episodio del bufón que es detenido, y que refleja su 'distancia' de lo que es la realidad de la gente corriente; la colisión con la corporeidad, la desnudez, de la forma, el cuerpo de la mujer que trastorna sus rígidas ideas de lo reprobable, las cuerdas de la represión que reprimen la expansiva expresión del sentimiento y los sentidos; el enfrentamiento con los modelos institucionales de realidad, cuando se siente incapaz de realizar el encargo de pintar 'El juicio final' porque no lo 'siente', porque aún no tiene enfocada su mirada propia sobre la realidad; el enfrentamiento con la brutalidad del ser humano, con su barbarie, en el asalto de los tártaros, y el añadido de enfrentarse a que es capaz de matar (aunque sea por evitar una violación), lo que le sume en el silencio, en la fatalista asunción de que no vale la pena crear, expresarse, porque la realidad, el ser humano, es un abismo sin sentido. En la secuencia del prólogo, un hombre se eleva en un globo desde lo alto de una iglesia, de su campanario, y cae en tierra tras volar durante unos instantes que son celebración de lo posible. Tras la caída, Tarkovski cierra el prólogo con un bellísimo y enigmático plano, un caballo revolcándose jubiloso en el barro.
En la culminación del prodigioso capítulo de la forja de la campana (uno de los fragmentos más bellos que ha dado el cine), cuando van a probar si la campana suena, cuando se escucha el sonido del badajo golpeando la campana es sobre un plano del rostro de Andrei (durante la narración se ha escuchado en diversas ocasiones el sonido de las campanas, como una respiración que busca realizarse), y posteriormente su mirada se cruza con la de una mujer, vestida de blanco, que lleva de las riendas un caballo. En las últimas imágenes Andrei abraza a Boriska en un campo de barro. Boriska le revela que realmente desconocía los secretos de la forja de campana, aunque hubiera dicho que su padre fallecido se los había transmitido. Su intuición, su esfuerzo, su confianza en lo posible, el crear la Forma sublime con el barro de la materia, lo que somos, había transformado en logro lo que en Andrei era ya falta de fe, mudez vital cual asunción de una derrota, falta de impulso vital, que recobra a través del inexperto joven.( como el escritor y el científico de 'Stalker'). La cámara realiza un movimiento hacia una madera humeante, el fuego de la creación, el primer gesto del ser humano de crear lo que se consideraba imposible o inusitado, crear fuego. Las imágenes que culminan este portento de obra son las imágenes en color de las pinturas de Andrei Rublev, el logro sublime de la forma, el acto de realización. Y el último plano, el de unos caballos junto un río. El logro de la naturaleza. Pocas veces el arte, como en el cine de Tarkovski, nos ha ofrecido un espejo de tan honda belleza transgresora en el que nos evoca lo que pudiéramos ser.Crucemos con una vela encendida un espacio abandonado, reguemos cada día el árbol de la vida, forjemos esa campana que ilumine el canto de celebración, soñemos que aún somos capaces de tener esperanza en una Zona que hará nuestros deseos realidad si creemos en ello.
'Andrei Rublev' (1966), es una sublime obra de Andrei tarkovski, con guión propio y de Andrei Konchalovski, y extraordinaria fotografía de Vadim Yusov. Andrei Tarkovski, ese escultor del tiempo, de quien Ingmar Bergman dijo que había logrado realizar en su cine lo que él no había logrado, hacer tiempo y emoción de unas ideas. Su cine es epifanía a la vez que protesta lírica y desolada.
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