viernes, 3 de diciembre de 2010

Inteligencia artificial

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El ser humano construye la vida sobre reflejos, construcciones o proyecciones artificiales. Se relaciona con y a través de reflejos, interposiciones o filtros en la mirada. Los demás son sobre todo representaciones, en función nuestra. En ‘Inteligencia artificial’ (2001), de Steven Spielberg, el demiurgo o taumaturgo científico, el profesor Hobby (William Hurt), que se plantea crear robots con capacidad de respuesta emocional, alude en las primeras secuencias a que Dios, o la figura creadora divina, supuesta dotación fundacional de sentido, creó al ser humano para que le diera, respondiera con, amor. Es decir que le sirviera o complaciera. Del mismo modo el ser humano considera la función de las creaciones artificiales o robóticas que ha creado. Pero esto se puede ampliar, alegóricamente, a las relaciones que establecen entre sí los seres humanos. Una de las más destacadas cualidades de esta obra es cómo Spielberg destaca en los encuadres esa figura o idea de los reflejos. Sea en espejos, superficies metálicas (utensilios domésticos), o pulidas como mesas, o la difusa interposición de materias como cristales esmerilados: los reflejos también emborronan o se superponen, como en la primera noche de en la casa; la madre, Mónica (Frances O’Connor) se muestra nerviosa cuando el niño robot que han adoptado, David (Harley Joel Osment), le dice que le quite la ropa, y sale agitada de la habitación, contemplando a través del cristal esmerilado ( su reticencia o miedo, el recuerdo de su hijo en coma) al robot que a su vez la mira.
El niño robot, David, es en sí mismo una replica o reflejo, una forma de consolar la ausencia de su hijo en coma, un sustituto, un intento en el reflejo, la idea o representación, de contrarrestar la herida por el cuerpo ausente a través de los rituales reflejos ( la relación con un hijo, los rituales de hábito que establecen la inercial mecánica de vida que puede conjurar la consciencia, la consciencia de nuestra finitud, de la perdida y de la ausencia).
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Es decir, de nuevo, reflejos: el ser humano construye su relación con la propia vida, el tiempo, los otros, sobre la mecánica o acciones reflejas. Dentro de estas, están las propias del instinto visceral, como se refleja en las acciones y reacciones del hijo, cuando se recupera, con el robot, que inciden en la consideración de la inclinación visceral humana a la crueldad, como impronta o código de barras de su naturaleza relacionado con la competitiva pulsión de poder, y su derivación en la humillación y manipulación (provocar que tome alimento natural sabiendo que es perjudicial para su organismo; provocarle, sabiendo su lealtad a la palabra dada, a que corte, con unas tijeras, un mechón de cabello de su madre mientras duerme). El robot no guiña sus ojos, su mirada es frontal, no hay párpados o doblez que interpongan su mirada y actitud. Pero también vive entre reflejos, y muere entres esos reflejos. Ese plano cenital de David sumergido en la piscina señaliza su fin ( los padres decidirán abandonarle tras que se haya lanzado a la piscina agarrado a su hermano; ignorantes de que la causa era otro inconsciente juego cruel de los otros niños), que anuncia, adelanta, o se verá corroborado con el prodigioso, y terrible, plano de en la nave submarina, aplastado bajo la noria, contemplando a la figura de la hada azul, ese sueño perseguido, esa ilusión, influenciada por el relato de Pinocho, que cree puede ser verídico, de que ese hada sea la que le convierta, como en el cuento, en un niño real. Perseguir esa ilusión ha sido su modo de evitar confrontar que es mera ‘carne’ (o chatarra); la ilusión incentiva a no asumir o aceptar el abandono al que ha sido sometido, el desprecio y rechazo, el aceptar que realmente era nada, algo prescindible, una mera representación, en principio sustitutoria o suplente (servía para algo, complacía, como el otro robot con el que establece una relación emocional más real que los humanos, el gigolo que interpreta Jude Law, otro robot que se dedica a dar amor), que ya trocada en amenaza es convertida en desperdicio (lo terrible, implícito, en esa feria de la carne en la que los robots son destruidos en un espectáculo que hace divertimento de la crueldad, está en la negación del otro como ser reflejo en el espejo, el otro no sufre como uno, es una mera función o reflejo, una entidad mecánica o virtual en su concepción simbólica; ese bárbaro ritual no es más que la negación de una identificación, una necesidad, además, se seguir sintiéndose superiores). Como también ha tomado consciencia de que no es único, que es un reflejo sin identidad propia ( las decenas de figuras como él en el laboratorio de su creador, Hobby; detalle mordaz que su apellido sea ‘pasatiempo’) que determinan se lance al vacío (reflejada su caída cual lágrima en el rostro del robot gigoló, un de los planos más bellos rodados por Spielberg; hay más real compasión o empatía en una criatura que no es humana). Un corrosivo reflejo de las relaciones como de la propia condición humana.
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No hay un sentido último, no hay un artífice, padre o hada, que dote de singularidad la propia vida, y que pueda posibilitar la realización de las ilusiones. Por eso es tan desolador y demoledor ese plano de David con la mirada fija contemplando durante miles de años a una figura que representa el conjuro de la decepción de la realidad (la miserabilidad de los propios humanos en la relación entre ellos) mientras yace aplastado por la falacia de esa ilusión, la noria, el círculo en el que realmente estaba atrapado y que no tenía dirección. Pero esa desolación no se desvanece en las secuencias finales, tan denostadas por algunos en el momento del estreno, como si fueran una erupción de sacarosa complaciente que suavizaba las afiladas aristas del relato. Todo lo contrario, la ternura de estas secuencias acentúa, o hace aún más desgarradora, esa orfandad o intemperie: Quienes por un día le conceden un anhelado deseo, vivir con su madre un día de radiante armonía, son criaturas de otro mundo (para él reflejo virtual de esa hada azul que se quiebra ante sus ojos al ser sacada del mar). Es un día construido sobre una ilusión, sobre lo que no pudo ser, el conjuro efímero de una desolación y decepción, aquel abandono. No pudo ser real, y su ilusión se ha realizado fugazmente, pero ahora sí puede cerrar sus ojos, ahora ya puede vivir en los sueños, o dejar de soñar despierto, porque donde los sueños se realizan no son en éste mundo que sólo sabe vivir y habitar (inconsciente y hasta cruelmente) entre reflejos.

‎'Inteligencia artificial' (AI, 2001), es la obra maestra de Steven Spielberg, la obra con la parece que dio el paso a ser 'adulto' en su mirada. Afortunadamente, no fue Kubrick quien dirigió esta obra que estuvo entre sus proyectos, sino Spielberg que sabe dotarla de una emocionalidad que la hace más desgarradora y da más amplitud a la densidad de su planteamientos reflexivo. El mismo Spielberg adapta la obra de Brian Aldiss. Magníficas la banda sonora de John Williams como la elaboración visual de Janusz Kaminski.

2 comentarios:

  1. Gran análisis, una pequeña corrección; no son criaturas de otro mundo, son robots avanzados. Saludos

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  2. Gran análisis pero no son extraterrestres, son robots avanzados, lo que aparece al final de la película

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