domingo, 12 de diciembre de 2010
El hombre de Kiev
Bernard Malamud, Dalton Trumbo, John Frankenheimer. Cuando tres figuras, novelista, guionista y director, de esta envergadura coinciden en un proyecto como 'El hombre de Kiev' (1968), no es probable que el resultado pueda ser decepcionante. Es más, hasta ahora una obra de difícil acceso, y sobre la que poco se ha escrito, no puedo dejar de sorprenderme porque una obra tan magnífica haya permanecido en el olvido. Bernard Malamud, para su estupenda novela (que también recomiendo encarecidamente) se inspiró en un caso real, con ciertas similitudes con otro más afamado de resonancias antisemitas y desatinos judiciales que acaeció años antes en Francia, el Caso Dreyfuss, el que sufrió en la Rusia zarista el judío Menahem Mendel Beilis, injustamente acusado de asesinar ritualmente a un niño cristiano. Dalton Trumbo, que bien había conocido la persecución y las consecuencias de ser estigmatizado, tras ser encarcelado por negarse a colaborar con el Comité de actividades antinorteamericanas, y sufrir un vía crucis en su profesión durante casi una década en la que no podía firmar su guiones por estar en la lista negra( hasta que fue 'rescatado' por Kirk Douglas que consiguió que su nombre volviera a constar en los títulos de crédito en 'Espartaco' (1960), de Stanley Kubrick), elaboró un impecable guión. Frankenheimer había realizado una serie de obras que reflejaban la lucha contra los abusos de poder y sobre los desmanes institucionales, de 'El mensajero del miedo' (1963) a 'Plan diabólico' (1966), pasando por 'Siete días de mayo' (1963) o 'El tren' (1965). Y ya había realizado otra obra, también esplendida, centrada en el ámbito de la prisión, 'El hombre de Alcatraz' (1962).
'El hombre de Kiev' hace cuerpo de la noción del absurdo, y progresivamente,a medida que avanza la narración, de modo más lacerante y terrible, y narrado con una precisión impecable, que rehuye efectismos y afectaciones. En el primer tramo asistimos al absurdo de unas circunstancias, en las que existía una violenta persecución sobre los judíos. Yakov (excelente Alan Bates), un aldeano pobre pero de rica formación cultural ( porta un libro de Spinoza), es testigo cuando llega a Kiev de una brutal carga de cosacos en un guetto judio. Para sobrevivir toma una decisión, aunque en principio se muestre reticente a tener que optar por simular lo que no es, es decir, hacerse pasar por un no judío. El azar le pone en su camino,en una noche de ventisca de nieve, a un mercader antijudio, Levedeb (Hugh Grifftih), al que encuentra borracho y desmayado en plena calle. Acogido por él, encontrará una protección que le posibilita hasta un trabajo, pero también encontrarse siendo el foco de interés de su hija, Zinaida (Elizabth Hartman), quien no cesa tanto en preguntarle qué piensa del amor romántico como en conseguir que se acueste con ella (hay una secuencia magnífica que ya señala la 'virtualidad' en la que vive esta mujer: subida a una escalera, dibujando, mientras Yakov va pegando los fragmentos de unas pinturas en la pared). De hecho, el despecho de ella será el que propicie el primer paso en el terrible via crucis que padecerá Yakov cuando le acuse de haberla violado.
Al surgir en la investigación que es judío, cual figuras de dominó, se sucederán las acusaciones, y más especificamente, la del brutal crimen del citado niño cristiano. Yankov para los representantes institucionales se convertirá en una 'representación', conseguir su confesión servíría de instrumento de apoyo en su bárbara persecución, sin límites, de los judíos, al 'instituir' una imagen demonizada de los mismos a través de tal cruento crimen. Sólo el fiscal Bibikov (Dirk Bogarde) muestra disposición en ayudarle, mientras sufre, una tras otra, mil humillaciones y torturas de carceleros y militares, o las inquinas del acusador del Estado, Gubrechov (Ian Holm) o del cínico ministro de justicia, el conde Odoevsky (David Warner). Su resistencia será la resistencia de la conciencia en un mundo en el que nadie (que no sea eliminado) parece preocuparse de la misma. Obra tan descarnada como desoladora, pero narrada con un afinado equilibrio, que mantiene la justa distancia en la narración de tal sucesión de infamias, contiene secuencias tan brillantes y efectivas como las que narran los momentos en que la razón de Yakov parece perder asideros en su larga reclusión, cuando imagina que su celda está inundada o que el techo le va a aplastar. Que una obra de tal calibre haya permanecido tan olvidada quizá no sea de extrañar en un mundo que parece seguir despreciando algo llamado conciencia.
'El hombre de Kiev' (The fixer, 1968), es una extraordinaria obra de John Frankenheimer, con guión de Dalton Trumbo que adapta una novela de Bernard Malamud, y que permanece en el limbo del olvido. Una obra que pone en cuestión los desatinos de la justicia humana, más allá incluso de las institucionales, y otra corrosiva reflexión sobre los absurdos de esa noción llamada identidad. Otro ejemplo del admirable nivel creativo de Frankenheimer en aquellos años que realizó obras de la envergadura de 'Los temerarios del aire' (1969), 'Yo vigilo el camino' (1970) o 'El repartidor de hielo' (1973), entre otras.
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