sábado, 11 de diciembre de 2010
Al rojo vivo
Siempre me ha llamado la atención una singular 'esquizofrenia' en algunas de las obras de film noir de finales de los 40 ( y principios de los 50), que parecían presentarse como loas a las actividades de las fuerzas del Orden en su lucha contra organizaciones gangsteriles o criminales individuales, pero que parecían ser 'abducidas' por la imponente caracterización del 'villano', ejemplificado en el Cody Jarret que interpreta magistralmente James Cagney en 'Al rojo vivo' (1949), de Raoul Walsh, equivalente al Richard Widmark de 'La calle sin nombre' (1948), de William Keighley o al Richard Basehart de 'Orden: caza sin cuartel' (1948), de Alfred L.Walker (y Anthony Mann). Coincide con el primero en ser el cabecilla de una banda criminal dedicada a los atracos y con el segundo, solitario criminal, en bordear la condición psicótica. Y se puede establecer un vínculo con el pasado, con el Montana que encarnó Paul Muni en 'Scarface' (1932), de Howard Hawks, en compartir ambas características, y en la frase repetida a lo largo el film como leitmotiv, el alcanzar 'la cima del mundo'.
Las figuras de los representantes de la ley, en cambio, parecen carecer de rasgos característicos reseñables: Parecen no tener vida privada, y dedicarse exclusivamente a su tarea. Aún más, en este caso, el infiltrado en la banda de Jarret, Fallon (Edmond O'Brien), conjuga de un modo aún más acusado que en la obra de Keighley, en la que otro agente se infiltra en la banda que lidera el personaje de Widmark, las condiciones de héroe y traidor, sin que allá separación entre ambas, y remarca su condición antipática pese a la siniestra caracterización del villano, Jarret. Lo que no deja de reflejar la agitación de aquellos años,de persecución de aquel que mostrara actitudes 'antinorteamericanas', y el clima de delación, materializada en la 'Caza de brujas'. Jarret es un personaje de complejos matices, de inclemente crueldad (no tiene reparos en ordenar matar a un integrante de la banda herido que dejan atrás en su huida) y desgarrada vulnerabilidad (sus intensos ataques de jaquecas; somatizaciones de simulaciones que realizaba cuando era niño para llamar la atención de su madre, con la que tiene una poderosa dependencia: uno de los grandes momentos de la película es cuando recibe la noticia en la prisión de su muerte, y tiene un ataque de desesperación que le lleva a golpear a todo guardián que se pone a su paso). Walsh traza con admirable vigor este emponzoñado relato (ya es magistral la primera secuencia del atraco al tren, con el cruento detalle del integrante de la banda abrasado por el vapor del tren) en el que las traición es una espada de Damocles que pende en todas las relaciones.
No sólo la del inflitrado Fallon, con el que Jarret crea una confiada relación de aprecio, sino a de su propia esposa, Verna (Virgina Mayo), que establece una relación con uno de los integrantes que aspira a 'derrocar' a Jarret, Big Ed (Steve Cochran). Esa crispada tensión, sazonada con cruentos detalles (Jarret ejecuta al que intentó asesinarle en la prisión, disparándole a través de la puerta del maletero en el que le ha encerrado), tendrá su cáustica catarsis en la explosión final en la refineria en la que tiene lugar el enfrentamiento final entre Jarret y los representantes de la ley, y en la que alcanza la 'cima del mundo' cuando literalmente salta por los aires con la nube de fuego que él mismo provoca con sus disparos.
'Al rojo vivo' (White heat, 1949), es un excelente film noir de Raoul Walsh, con un brillante guión de Ivan Goff, Virginia Kellog y Ben Roberts, y en el que brilla especialmente la interpretación de James Cagney, que crea una de las más memorables figuras del género. Como lo fue un gangster bien distinto, el que creó en otra gran obra de Walsh, 'Los rugientes años veinte' (1939), pero el trágico lirismo de su final, como el del personaje de Bogart en 'El último refugio' (1941) se troca en uno más descarnado acorde alas turbulencias que vivía el país.
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