martes, 23 de noviembre de 2010
Burt Lancaster, sabia exuberancia, sabia gravedad
Burt Lancaster era un actor inmenso. Es increíble cómo podía ser toda una explosión de extroversión y dinamismo, de cuerpo que parecía ser danza y acrobacia al mismo tiempo,como 'En el halcón y la flecha' o 'El temible burlón', sonrisa exuberante, seductora en su doble sentido, como en 'El fuego y la palabra', y a veces envenenada como en 'Veracruz', y ser una máscara de pura gravedad, casi espectral, como un totem indio, aunque sí, en sus gestos, en su mirada, podían agitarse el temblor de mis fisuras de emociones, como en ese plano de 'Los temerarios del aire', tan sobrecogedor como aquel de 'El gatopardo', durante la fiesta final, en el que se mira en el espejo. Podía encarnar el epicureismo escéptico, como en 'Los profesionales', o la crueldad abyecta,como en 'El dulce sabor del éxito', o el fanatismo obtuso en 'Siete días de mayo'.
Lograba hacer sentir cómo un hombre iba perdiendo, por la desolación, el aliento de vida interior para convertirse en una implacable maquina, el último resorte de lo justo, el grito callado pero firme de la desesperada indignación moral, en 'El tren', o lograr imbuir de una aparente y desconcertante dignidad a un inclemente nazi, en 'Vencedores o vencidos'. O hacer sentir la fragilidad en el orgullo, y como la vulnerabilidad iba tomando lugar a la coraza en 'El hombre de Alcatraz'. Y pocas veces he visto encarnada la sabiduría, cansada, como en su antológico explorador de 'La venganza de Ulzana'. Curiosamente, parece ser que él siempre se sintió muy inseguro por no tener una preparación actoral de escuela, y llegó a sentirse acomplejado ante actores como Montgomery Clift, o a vomitar antes de cada plano en 'El nadador', porque consideraba que era uno de los mayores desafíos de personajes a los que se había enfrentado. Humilidad que le dignifica, por añadidura, porque pocas presencias realmente de puro magisterio como la suya han alumbrado una pantalla. Lo dicho, inmenso.
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