jueves, 7 de octubre de 2010
Los testigos
Los testigos (Les temoins, 2006), de André Techiné, con guión de Lauren Guyot y Vivianne Zing, una obra solar y radiante, está hermosamente tejida como un tapiz, o hilada como un musical mosaico, que refleja unas circunstancias, las de un tiempo, 1984, y las emocionales de unos personajes que verán sacudidas sus vidas por la intrusión de un acontecimiento, el sida, que las transforma y quiebra como a la misma película (el letrero que abre esta parte es la guerra), dividida en dos partes bien diferenciadas. Como en otras obras de Techiné, Los ladrones (1996) o La chica del tren (2009), la narrativa es descentrada, alternando, en un armónico fluir, los distintos puntos de vista o vivencias de los personajes principales. Sarah (Emmanuelle Beart) es una escritora a la que cuesta integrar en su vida el bebé que acaba de dar a luz: su pareja, un policía, Mehdi (Sami Bouajila) la cuestiona que no lo atienda como es debido; ambos mantienen una relación abierta, algo necesario para Sarah, que prefiere sentirse la primera, pero que haya otras relaciones le hace sentir que tiene aire en su vida. Ambos pasan un fin de semana en la costa, donde se reúnen con un amigo de Sarah, Adrien (Michel Blanc), médico, que acaba de conocer en un parque, donde realizan sus encuentros los homosexuales, a un joven recién llegado, Manu (Johan Libereau), en cuya relación no entra el sexo (aunque sea la expectativa de Adrien).
Manu vive con su hermana, cantante de opera, en un pequeño hotel, en el cual, como en el bar de enfrente, abunda la prostitución, y en donde Mehdi realiza alguna redada. Éste, que había evitado, cuando se bañaban juntos en el mar, que Manu se ahogara, con la respiración asistida, le avisa de que no frecuente ese ambiente. Y entre ambos surge algo más, y se hacen amantes. Significativamente es en el momento en que Adrien reacciona despechado, al saberlo, golpeando a Manu, cuando descubre en el cuerpo de éste los primeros signos de que padece el sida. Revelación que afectará a los otros también como una cadena de dominó. Techiné rehuye la sobrecarga dramática siempre primando su atención al detalle, a las gestualidades, transmitiendo con su estilo fragmentario una sensación tanto de inmediatez como de conexión entre cada vida. Por ejemplo, Mehdi visita a Manu y descubre en su cuerpo los efectos del sida; Techiné inserta un escueto plano cuando Mehdi ya se marcha por el sendero, con la ropa de Manu que lleva a limpiar, acuclillándose para prorrumpir en un doliente sollozo. Techiné corta rápido el plano. Su trazado de las emociones es sutil.
Sutil también es el detalle de que en las primeras secuencias, en la costa, encuadra juntos bailando en la terraza a Manu, Adrien y Sarah, y dentro de la casa a Mehdi. En la secuencia final éste está con Adrien y Sarah, y un nuevo recién llegado, otro chico joven que ha conocido Adrien. Una circularidad que sugiere que la vida está constituida de recién llegados, a veces como estímulos vitales, como Manu, a veces como tragedias cercenadoras, como la aparición del sida, y a la vez, que la vida es tanto desaparición como transformación, muerte y vida, de la que estos personajes han sido tan testigos como protagonistas.
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