sábado, 9 de octubre de 2010

El hombre que sabía demasiado

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‎'El hombre que sabía demasiado' (1956), de Alfred Hitchcock. Un turista, McKenna (James Stewart), junto a su familia en un pais extraño, 'diferente', Marruecos. Una mirada turista. Un hombre que siente que no encaja en un mundo que violenta su hábito (como ejemplo, no puede sentarse con comodidad siquiera para comer, dado cómo estan configuradas las mesas y los asientos).Está fuera de sitio. Se siente violento con las familiaridades con los extraños, como en el autobús, cuando su hijo crea un conflicto con el vestuario que portan las mujeres (arrancando un velo, accidentalmente), y son 'rescatados' del conflicto por un amable francés, Bernard (Daniel Gelin), otro extranjero, pero este sí sabiendose desenvolverse en un mundo extraño. Quitar los velos. La realidad es otra, no es lo que parece. Quizás la propia vida, hecha de hábitos. La realidad se violenta definitivamente, lás máscaras se desnudan, ofreciendo la desamparada suspensión de la vulnerabilidad en un mundo que no se domina, cuando un suceso violento 'irrumpe', en un espacio público, la plaza de un zoco, y 'señala', singulariza, a Mckenna. Dos hombres 'ocultos' bajo sus capuchas corren entre la multitud, uno persigue al otro, hasta que logra acuchillarle. Contorsionándose de dolor, intentando arrancarse el cuchillo de la espalda, el que ha sido herido se acerca hasta McKenna. Este le coge en sus brazos, su cuerpo cae al vacío, las manos de McKenna no logran sostener su rostro, que desvela que está 'maquillado'.Es Bernard. La máscara cae, las identidades no son lo que parecen, la realidad no se sostenía sobre una materia cierta, como ya no lo será la vida de los Mckenna. Bernard, antes de morir, le dice unas palabras, 'Ambrose Chappell'.¿Qué es? ¿Qué significa?. Es una clave, equívoca, como ya así se revela la realidad, que conducirá a moverse por ella como un espacio incierto, movedizo y frágil, donde las identidades, y la misma realidad, se desestabilizan y difuminan. Como si la realidad al despojarse de la máscara revelara que es, ante todo, el escenario de una representación. Somos criaturas vulnerables en un universo donde descascarillado el maquillaje del hábito se desvela que nada se puede controla.
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Una de las secuencias cumbres del cine de Alfred Hitchcock, es la secuencia del concierto en el que pende la amenaza del atentado mortal. Un auténtico prodigio de montaje. Pero no es la única, como la desconcertante y alucinada en la tienda del taxidermista. O en la iglesia ( ironía que quien programa el atentado se oculten bajo la apariencia de un sacerdote). Hitchcock traza con tiralíneas un relato que se hila sobre la incertidumbre que se va adueñando de la narración y de la mirada de unos personajes representantes de la normalidad que descubren como el mundo puede ser un espejismo que es a la vez un agujero negro fuera de sus rutinas de hábito.

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