lunes, 4 de octubre de 2010
Charlton Heston, las fisuras de la roca
Charlton Heston es otra de las señeras figuras de aquellos tiempos, denominados clásicos, como si fueran de una era que ya no es ni podrá ser.Charlton Heston fue otra de aquellas estrellas que surgió a finales de los 40, y cuyo fulgor duró alrededor de tres décadas. Aunque quizás no tenga el reconocimiento como actor del que otros disfrutan, en parte puede que por la poca simpatia que su imagen pública despertaba (algo que también afectaba a ese gran actor que es John Wayne), y quizás también por arrastrar el lastre de ese icono en el que se convirtió en sus inicios, de poderoso macho sexual.Pero las cosas son menos claras de lo que parecen, hay más de un ángulo desde el que su imagen y su misma figura de actor aparecen más contradictorias o más complejas. Aparte que para valorar a un actor hay que dejar de lado la impresión que podía suscitar por sus ideas personales. Y pienso que desde luego era mejor actor de lo que parece estar considerado.
Comenzó a las ordenes de William Dieterle, en la muy sugerente 'Ciudad en sombras' allá por 1950, y en los primeros cincuenta se asentó su icono de simbolo sexual, en concreto, de macho puro y duro, de porte chulesco, con camisa entreabierta insinuando su poderoso pecho, una masculinidad agresiva y tosca. Un rocoso espartano de severos y esquivos aires. Algo que se podía apreciar en sus interpretaciones de 'El triunfo de Buffalo Bill' (1953), el blanco educado entre indios, en 'El salvaje' (1953), de George Marshall, el jefe del circo de 'El mayor espectáculo del mundo' (1952), de Cecil B DeMille, o el aventurero de 'El secreto de los incas' (1954), de Jerry Hooper (de hecho el personaje de Indiana Jones se inspiró en este, sobre todo en su vestuario, tamizando su agresiva virilidad con un toque más suave y burlón en Harrison Ford). Y destacando, sobre todo, en las excelentes 'Pasión bajo la niebla' (1952), de King Vidor y 'Cuando ruge la marabunta' (1954), de Byron Haskin, en donde esa coracea virilidad, hosca y esquiva, insinuaba una huidiza vulnerabilidad, transfigurada en defensiva susceptibilidad. Esta ambivalencia ya se haría cuerpo de personaje en obras posteriores, como su personaje de 'Horizontes de grandeza' (1958) de William Wyler, que modificaba su virilidad elemental gracias a la influencia o contraste del personaje de Gregory Peck, epitome de caballero, y tomaba consciencia de que no hay que hacer alardes ni demostraciones de macho para uno afirmar la masculinidad.
Sus personajes adquieren más claroscuros, incidiendo en esa vena torturada sino tortuosa, fisuras que se insinuan en la imponente fuerza de su apariencia rocosa, en las afamadas pero no muy consistentes 'Ben hur' (1959), de Wyler, 'Los diez mandamientos' (1956), de DeMille, la más interesante 'El tormento y el extasis' (1965), de Carol Reed, o en la notable y poco reconocida ' Karthum' (1966), de Basil Dearden. Y más aún en 'Mayor Dundee' (1965), de Sam Peckinpah, donde ese inflexible oficial del ejercito que persigue obsesivamente al cabecilla de una tribu india, se enfrenta a los despropositos de su inflexibilidad, con unas escenas, en concreto, que recogen su caida en el infierno, o falta de autoestima, con ribetes alcoholicos, que me hicieron evocar la obra maestra literaria, Bajo el volcan, de Malcom Lowry. Un cineasta al que apoyo, pese a sus diferencias, frente a los productores, como fue decisivo en que Orson Welles realizara una de sus mejore obras, 'Sed de mal' (1958).
Y qué decir de su personaje de 'El planeta de los simios' (1968), de Franklin Schaffner, el macho potente convertido en nada, desposeido de todo, incluso de voz en buena parte del metraje, frente a unos simios que ahora son la raza superior. O esa acida fabula de ciencia ficción que es 'Cuando el destino nos alcance' (1973), de Richard Fleischer, donde realiza unos descubrimientos que le enfrentan a la barbara mezquindad del ser humano. O una extraordinaria obra, a reivindicar, en la que realiza una de sus mejores interpretaciones, 'El señor de la guerra' (1965), de Schaffner, en donde ese caballero medieval al que han condecido un señorío, representado en una austera y desolada torre, ve sus principios, ya fragiles, minados por no sólo otra cultura,l a celtica, sino por una pasión que entra en conflicto con su rol de señor, los cuales podían recurrir al derecho de pernada, pero él siente algo más profundo por esa mujer...y esa elección, que dinamita su rigido mundo, es la catapulta que a la vez que afirmará su voz intima quebrará su mundo. Tampoco hay que olvidar un atractivo western como 'El más valiente entre mil' (1967), de Tom Gries, o la apreciable 'El último hombre vivo' (1971), de Boris Sagal, según la extraordinaria obra de Richard Matheson. Más allá de las afamadas, pero poco relevantes, películas de catástrofes en las que se especializó en los 70, sería figura secundaria en una de las más grandes obras de John Carpenter, 'En la boca del miedo' (1994).
Teneis toda la razón. Todas esas películas no hubieran sido iguales sin su interpretación. Si él representó el papel de hombre duro y chulesco fué porque así lo querían los productores y directores y creo que todas las críticas desfavorables actuales proceden de individuos bastante anodinos y envidiosos que presumen de "políticamente correctos" pero que nunca se mojarán por nada ni nadie. Es curioso que le adoren las mujeres y le vilipendien los ¿hombres?. Da que pensar. Quedará como uno de los más grandes, pese a qién le pese. Amén. ISABEL
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