lunes, 11 de octubre de 2010
Chantaje contra una mujer
Es mucho más preciso y sugerente el título original, 'Experimento de terror' (Experiment in terror) que el adjudicado aquí 'Chantaje contra una mujer' (1962), de Blake Edwards, en la que Gordon Elliot y Mildred Gordon adaptan su propia obra, con un tratamiento estilístico que combina texturas del film noir y del terror, como al año siguiente 'Charada' de Stanley Donen combinará intriga con comedia, compartiendo músico, el gran Henry Mancini, algún secundario (Ned Glass, aquí el soplón 'Palmitas', presentado como espectador en un cine viendo un slapstick, y en la de Donen el hombre que no deja de estornudar incluso antes de que le maten) y hasta ciertos acordes, los más siniestros, puesto que ambas obras se sumergen con delectación, y suma eficacia, en lo siniestro. El comienzo de esta obra es de los más intensos y sobrecogedores que ha dado el cine. Durante los títulos de crédito vemos a una mujer, Kelly (Lee Remick) conducir en la noche, hasta una zona residencial de nombre Twin Peaks. Llega a su casa, guarda su coche en el garaje, pero de repente la puerta automática se baja, y comienza a escucharse una inquietante respiración entre ronca y silbante. La cámara encuadra, 'apresa', en primeros planos a Kelly, dilatando la duración hasta que de las sombras surge un hombre que la apresa por la espalda. La duración del plano, mientras él le habla al oído, se exaspera, cargando de tensión la situación. El terror ya se ha aposentado en el relato, una indefensión que no se desvanecerá ante una amenaza permanente. Ese hombre sabe todo sobre ella, en especial que trabaja en un banco, y su propósito es que robe cien mil dolares, sino la matará lo mismo que a su hermana adolescente, Toby (Stephanie Powers).
La narración alternara esa indefensión que se asiente en la vida de Kelly (el entorno se desprende de su segura familiaridad: ahora cualquier hombre, o cualquier cliente que se acerca a su ventanilla, puede ser ese inquietante hombre). con las pesquisas de la policía, a cargo del inspector Ripley (magnífico Glenn Ford). Las investigaciones de éstos parecen recuperar las de aquellos 'procedural noirs' que a finales de los cuarenta e inicio de los 50 retrataban los procesos de investigación de las fuerzas del orden, investidos, aunque fuera en parte, de un aire documental, como 'La brigada suicida' (1947), de Anthony Mann, 'Boomerang' (1947), de Elia Kazan 'La ciudad desnuda' (1948) o 'Relato criminal' (1949) de Joseph H. Lewis que protagonizaba el mismo Ford. Pero aquí adquiere una dimensión más abstracta. No conocemos nada de la vida íntima de estos policías, como si se definieran en el ejercicio de su trabajo, cual espartanos implacables e irreductibles en su labor: véase la expresión de Ford tras que haya atendido a una mujer, Nancy (Patricia Huston), que, nerviosa, quiere consultar un caso de una 'amiga' involucrada en un caso criminal: cuando ella le pregunta si algún día quiere que queden para tomar algo, su expresión entre distante e irónica lo dice todo.
Precisamente la secuencia de la muerte de Nancy, aparte de una de las más brillantes, condensa esa atmósfera siniestra lindante con la abstracción que va asentando el extrañamiento. Nancy llama para pedirle que venga a verla porque tema por su vida, no sin avisarle que no se sorprenda con su trabajo; se levanta y vemos una mano que cuelga del techo, la de un maniquí; la cámara panoramiza hacia la izquierda siguiendo el movimiento de Nancy y vemos que es un estudio de maniquíes que ella diseña. Nancy se desplaza por la estancia, apagando las luces, dirigiéndose hacia su habitación ( de nuevo un afinado uso de la dilatación temporal), desde donde cree oír un ruido; vuelve al estudio pero no ve nada; la cámara se desplaza hacia la derecha, y entrevemos entre las sombras la figura del criminal. Este, uno de los grandes hallazgos de la película, está durante buena parte del relato encuadrado en sombras, o entrevisto parcialmente, que hace más efectivo la turbulencia opresiva de un fuera de campo amenazante, una fuera de campo, de nuevo abstracto, que parece representar la irrupción de lo extraño, de lo siniestro, en la cotidiana familiaridad. Portentoso es el momento en que entra tras Kelly en un aseo público disfrazado de ancianita, como el Lon Chaney del 'Trío fantástico' o el Lionel Barrymore de 'Muñecos infernales', ambas de Tod Browning.. Veremos su rostro completo, cuando la policía sepa su nombre, Red Lynch (Ross Martin).
La magnífica fotografía de Philip Lathrop hace sentir cómo pesan las sombras, cómo se crispan los encuadres, como las vidas de estos personajes en una realidad que parece una representación de maniquíes prisioneros en una celda invisible. Esa atmósfera opresiva se carga además de desasosegante tensión sexual cuando recluye a Toby en un sucio cuartillo. En esta secuencia resalta otra de las virtudes de la película, el uso que hace intermitentemente, sin abusar, de objetos o figuras interpuestas en el encuadre (pareciera haber tomado buena nota de los film noirs de Anthony Mann): unas perchas aparecen en primer termino en el encuadre, y Toby tras ellas, con Red al fondo, como barrotes que la apresan. Edwards apunta otro detalle extraordinario: Red corre las perchas, de la que emana una nube de polvo. Y no deja de ser elocuente, a la par que sobrecogedor, el vestuario de Red en la secuencia del climax en el estadio, en el que aparece vestido con gafas oscuras, capucha y la trenka sólo abotonada en el cuello, como si portara una capa cual vampiro. La resolución en el campo del estadio, que culmina con un plano aéreo en un travelling de alejamiento, adelanta la tan magnífica secuencia semejante de 'Harry el sucio' (1971), de Don Siegel, y en ambas alienta la misma desazonadora sensación. La realidad es un siniestro y brutal campo de juego, y no porque el 'cuerpo extraño' sea eliminado desaparecerá esa sensación: es reflejo de la condición humana, esté a un lado u otro de la ley.
La magnífica banda sonora de Henry Mancini. En una obra con un personaje que se apellida Lynch, un lugar de nombre Twin Peaks, además hay acordes que pueden anticipar algunos de la música de Angelo Badalamenti para la magistral serie.
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