viernes, 3 de septiembre de 2010
Planeta prohibido
Lo más sugestivo de esta estupenda obra de ciencia ficción, 'Planeta prohibido' (1956), de Fred McLeod Wilcox, adaptación libérrima de 'La tempestad' de Shakespeare, aparte de la idea de los 'monstruos del id (del subconsciente)', es cómo está construida sobre la guía narrativa del descubrimiento y del asombro. Un extrañamiento afianzado por una modulación que se toma su tiempo en el desarrollo de un acceso a 'otro mundo', y, vamos a decir a diferencia del cine de Tourneur, con una cierta distancia que se revela fructífera. De hecho, los acontecimientos más extraordinarios, ya sugeridos o insinuados desde un principio, no se 'materializarán' hasta bien avanzado el desarrollo narrativo.Podríamos compararlo, por ejemplo, con el'Alien' (1979), de Ridley Scott, que también se tomaba su tiempo antes de que tuvieran lugar las peripecias. También se preocupaba de cultivar esa sensación de acceder a 'otro mundo', aunque aquí, también, más atmosféricamente, pero haciendo de la dilatación del tiempo, de la 'expectativa en suspenso', uno de sus vectores nucleares. En este caso, son los tripulantes de una nave especial, comandados por el capitán Adams (Leslie Nielsen), definidos con rasgos poco sobresalientes, representantes casi de la mundanidad, los que llegan al planeta Altair IV, de otro sistema estelar, para saber qué ha sido de una expedición enviada ahí veinte años antes.
A partir de su llegada, se dosificará con afinada progresión el paulatino descubrimiento de hechos asombrosos. Empezando por una estela en el horizonte que resulta ser un vehículo conducido a supersónica velocidad por un robot, Robby, y siguiendo con la revelación de que parece que sólo queda un superviviente, el doctor Edward Morbius (Walter Pidgeon), que parece muy satisfecho con su circunstancia, dedicado a investigaciones que en principio no aclara ( y que sorprenden, como el hecho de que fuera de construir en su primer mes a un robot como Robby, porque se supone que es un filólogo y filosofo) y que se muestra más que remiso a abandonar el planeta (y hasta exhortando a que abandonen el planeta). Asombro les causa a los recién llegados el desarrollo tecnólogico del lugar, y las referencias a otros habitantes que cientos miles de siglos atrás, pese a su desarrollo superior a los humanos, desaparecieron en una noche debido a fuerzas desconocidas. Como asombro les supone el descubrir que hay una mujer, hecho que Morbius prefería mantener en secreto, y que no es sino su hija, Altaira (Anne Francis), presencia que resultará tan perturbadora para los recién llegados como los otros extraños misterios, ya no sólo por ser una mujer (para unos hombres que llevan un año de viaje), sino por su desconcertante comportamiento, que rompe moldes convencionales de conducta, como su desdramatizada reacción ante el hecho de que la besen, como si fuese algo que hay que experimentar y probar ( y que para algunos será como materializar la fantasía de una disponibilidad sin trabas y para otros el salirse de lo que debe ser una conducta femenina de decoro). Añádase el componente insinuado incestuoso, cuando entran en juego esos 'monstruos del id', y se amplifica esa subversiva condición de este otro mundo, de fuerzas de mayor desarrollo intelectual, pero desaparecidas, y de naturalidad desconcertante (en las acciones de Altaira), que irán delineando el discurso alegórico subyacente de cómo las fuerzas del instinto poseen una condición perturbadora de un modo u otro, y cuya 'tempestad', parece superar a las facultades racionales o razonables del ser humano ( y de cualquier especie).
Fascinantes son las secuencias en que Morbius les muestra el interior de las instalaciones que los Krell habían creado, y en concreto una maquina que podía facilitar a través del control de la mente la materialización de lo que se deseaba ( claro que también de lo que se teme o no se tiene asumido). Y secuencias de estimulante atmósfera fantástica como aquella en la que se advierte la irrupción de una presencia invisible que se acerca a la nave por la huellas que deja en la arena; huellas de magnitud desproporcionada (que, cuando se hace un molde de ese pie, parece pertenecer a una criatura descomunal nunca vista); el ataque del tigre en ese jardín de presencia edénica a Altair y Adams, y, por supuesto la celebre secuencia del ataque de esa criatura, o 'monstruo del id' (que desata los deseos de un personaje, que no desvelo para quien no lo haya visto) que es entrevisto, como las líneas de contorno de un dibujo, por las corrientes eléctricas del campo de fuerzas que han colocado alrededor de la nave. Una secuencia que, aún hoy con todos los avances que se han producido en los efectos especiales, sigue siendo más inquietante, espectacular, y, sobre todo, más 'asombrosa', que muchas de las obras de hoy en día. Claro que lo mismo se puede decir de esta película, que además saber ser compleja sin parecerlo. Quizás a eso se llame sutilidad.
'Planeta prohibido' (Forbbiden planet, 1956), es una de las propuestas más estimulantes y singulares de la ciencia ficción de los 50. Una producción de serie A de la Metro Goldwyn Mayer, con un sugerente guión de Cyril Hume, y cautivadora fotografía de George J Folsey. Entre las anécdotas reseñar que fue la primera vez que se vio a una actriz con minifalda en una pantalla, lo que provocó que en España,añadido al hecho de que iba descalza,se prohibió su estreno (que no se dio hasta 1967). Por otro lado, el robot Robby se convirtió en todo un fenómeno,que saldría en muy diversas obras posteriores, incluidas series como Perdidos en el espacio, Dimensión desconocida, Vacaciones en el mar o Colombo.
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