sábado, 28 de agosto de 2010
El hombre del traje blanco
Ya en el mismo título, 'El hombre del traje blanco' (1951), de Alexander McKendrick alienta la sutil mordacidad de esta brillante satira. Es este hombre, Stratton (Alec Guinness), que pone en jaque a la industria textil, y hasta posibilita lo inconcebible, la unión de empresarios y trabajadores, por tener la ocurrencia de inventar una tela que no se puede romper y manchar, una especie de cruzado del progreso? Al respecto recordar ese momento, cuando es encerrado por su compañera de trabajo, Bertha (Vida Hope), en una habitación, para que no se le ocurra hacer público su logro, y Stratton porta un palo y una tapa, como si fueran una espada y un escudo. Sin duda, como demuestra su reflectante traje blanco, cuando es perseguido en la noche por unos y otros, puede verse como representante de una individualidad que siempre va a ser anulada por los interese colectivos. Pero no hace sino reflejar cómo MacKendrick, al optar por el tratamiento de sátira, evita el maniqueismo de un material que podría haber sido tratado como drama. El mismo creador, Stratton, aparte de víctima, no deja de ser presentado como empecinado cruzado que no tiene en consideración las necesidades de los demás.
También es una forma de desestabilizar los mecanismos de identificación, primando una perspectiva de conjunto, lo que hace resaltar de modo más contundente el desatino general. O que cada uno, represente lo que represente, ante todo, se preocupa de sus propios intereses. O cómo el pogreso se matiza dependiendo de si sirve a la conveniencia de todos (en lo que subyace un cierto inmovilismo: los trabajadores no aprovechan para cuestionar las estructuras laborales o económicas sino que se alían con la empresa para 'eliminar' al que puede propiciar que se queden sin puestos de trabajo). Mckendrick opera con un humor, que tiene, como posteriormente en la también extraordinaria 'El quinteto de la muerte', bastante de viñeta de cómic o de dibujo animado (léase la excentricidad demoledora de Tex Avery), como refleja el uso del sonido (esa letanía burbujeante de la 'maquina' en la que experimenta Stratton, y que le acompaña incluso en los planos finales en la calle). Stratton, que no tiene puesto de científico sino de trabajador (de limpieza o de carga), aprovecha cualquier medio, cualquier resquicio del 'sistema', para seguir con sus experimentos (o para conseguir lo que pretende), pero esa es la norma. Véase en las primeras secuencias cómo Corland (Michael Gough) espera lograr un buen trato con su competidor, Brimley (Cecil Parker), o que éste invierta dinero en su planta, así como casarse con la hija de éste, Daphne (Joan Greenwood), claro que quizá esta pretensión tenga algo de inversión (posteriormente, será capaz de aceptar que ella seduzca a Stratton para que éste ceda y firme el contrato que le han ofrecido que implica que no se pondrá a la venta su invención). Admirable es la presentación de Stratton en esas primeras secuencias. Brimley repara en la 'maquina' de Stratton, y todo el mundo se pregunta que puede ser eso (en una sucesión de interrogantes en las que el superior pregunta al que le sucede en la jerarquía qué es eso).
La obra es pródiga en momentos memorables, cómo la sucesión de experimentos en la empresa de Brimley (y sucesivas explosiones: el espacio se va mutando, como si ya fuera un espacio de trincheras); Stratton descendiendo, como una aparición, desde la ventana de la habitación donde ha sido recluido por los empresarios, con su traje brillando en la noche (es un personaje entremedias, sin lugar, en suspenso); la batalla campal en el despacho de Brimley cuando los empresarios quieren evitar que se escape, al negarse a firmar (la secretaria contesta al interfono, y el plano siguiente nos muestra que no es que nadie la llame, sino que es el cuerpo de Stratton el que pulsa las teclas forcejeando para desasirse de los empresarios); la persecución por las calles , como si Stratton fuera un trasunto del asesino de niños de 'M' (1931), de Fritz Lang, allí perseguido por policías y delincuentes aliados en ese caso, y aquí por de empresarios y trabajadores; la dureza del momento cuando ya le atrapan : Que refleja,también, la inteligencia como cineasta de MacKendrick: no abundan los primeros planos en la obra, coherente con esa distancia que plantea, y en esta secuencia abundan los primeros planos, que son como rasgones dolientes que hace patente que bajo el absurdo latía una visión desoladora sobre el comportamiento humano: o que el mismo Sistema ve a sus componentes como entes de viñeta, dibujos animados, representaciones, que sirven a sus intereses, y que poco le importa sus necesidades. Cada uno en su sitio, y sino fuera de la 'cadena' (claro que un empecinado cruzado como Stratton seguirá firme en sus propósitos, refrendado en el plano citado de Stratton alejándose por la calle, mientras en la banda sonora resuena la letanía burbujeante de su 'máquina': Sus ideas seguirán bullendo, así como seguirá buscando resquicios en el 'Sistema').
'El hombre del traje blanco' (The man in the white suit,1951),es otra de las grandes obras de Alexander MacKendrick, una ingeniosa y ácida sátira sobre los desatinos de las políticas empresariales. Se puede decir que visionaria, o, que, desgraciadamente, por otra parte, no ha perdido actualidad. Muestra con irreverencia los claroscuros de la tensión entre progreso y tradición ( o quizá, mejor, conveniencias). Un invento revolucionario puede desestabilizar las rígidas estructuras de la economía (que se sustenta en la competitividad, y un invento así desterraría este concepto fundamental de la economía capitalista). Y pone en evidencia que el concepto 'bien común' tiene también sus sombras siniestras.
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