martes, 20 de julio de 2010
Las puertas de la noche
'Las puertas de la noche' (1946), de Marcel Carné hace poesía, tan descarnada como lírica, de unas circunstancias que son encrucijada; son liberación pero a la vez huella de un dolor y de una culpa. La incertidumbre sobrevuela sobre Paris, como esa panorámica con que se abre esta bella obra, tras que haya sido liberada de la ocupación alemana. Una misteriosa figura,un vagabundo (encarnado por Jean Vilar), de rasgos afilados y hasta inquietantes, se cruza con varios de los personajes, declarando que es el Destino. Su primera aparición, mirando fijamente a Jean (Ives Montand), es el interior de un tren elevado. Un movimiento que es círculo, pues las secuencias finales tendrán lugar en la misma estación. En esa primera secuencia, bajo el andén, el vagabundo pone su mano sobre las dos manos de dos jóvenes que se han quedado prendados, cada uno a un lado de la verjas que les separan, aunque les una el sentimiento naciente entre ambos ( las verjas serán unas figuras que tendrán su relevancia en otros momentos del relato).
Los personajes son como pasajeros cuyos vínculos desconocemos hasta avanzado el relato, como si la misma trama de la vida fuera inextricable, difícil de discernir, ya de entrada porque algunos cultivan las falsas apariencias convenientes. La trama parece en principio deshilachada, como si se estableciera un mirada de conjunto sobre los habitantes de un barrio pobre; pero íremos distinguiendo cómo los vínculos entre esos personajes están más conectados, incluso más de lo que ellos piensan, o sus caminos se cruzarán para crear un momento fugaz de amor o materializar sin saberlo una venganza que no se quería cometer; o reflejos de un contraste,un padre busca en la noche a una de su hijas que vive un momento mágico de amor mientras otros viven otro parecido pero señalados por la tragedia, que no es sino reflejo, a su vez, de lo irresuelto en unas vidas, las de un país, las de una ciudad. Jean acude a este barrio porque tiene que comunicar a la esposa de su amigo Raymond que este fue ejecutado meses atrás por los alemanes, para encontrarse con que su amigo está vivo, y más adelante Jean sufrirá la notificación de la verdadera muerte de alguien; Jean recuerda la voz y la risa del colaboracionista que le traicionó; el vagabundo le señala que se va a encontrar con el amor: descorre la cortina del bar, y Jean se queda prendado de una mujer en un coche, Malou (Natalie Nattier), quien esa noche sufrirá la escasa receptividad de su esposo para aceptar que ella no le ama ( ambos hablan en unos callejones oscuros, el espacio de su niñez, en el que las sombras parece que se duelen de precariedad); Jean y Malou cruzan sus destinos y viven un instante de felicidad en un taller repleto de estatuas (estatuas parecen los personajes, preso de su culpa, de su colaboración con los alemanes, o presos quizás de un destino inmutable).
En ese mismo espacio reconocerá la risa de aquel que denunció a su amigo (felicidad y dolor, amor y muerte, se entrelazan en un espacio inmovilizado: una ciudad que debe ponerse en movimiento pero tiene que afrontar sus miserias, sea el enriquecerse colaborando con los alemanes, como uno de los vecinos de Raymond, o colaborando con ellos denunciando a los resistentes;o simplemente el despecho de no aceptar que ya no se es amado). El vagabundo predice a una pitonisa en el bar que morirá ahogada, y lo escucha Guy (Serge Regianni), quien da muestras de preocuparse de cuál será su fin, y que se descubrirá que no es sólo el que denunció a Raymond sino hermano de Malou e hijo del vecino que se enriqueció con los alemanes. El tren en el que trabaja Raymond será el destino en el que afronte sus errores. En ocasiones, hay justicas poéticas.
'Las puertas de la noche' (1946) es otra muestra de esa fructífera colaboración entre el cineasta Marcel Carné y el guionista Jacques Prevert, que hacen de la poesía realismo, y viceversa. Y también con el diseñador artístico Alexandre Trauner, que crea espacios que parece que habitan a los personajes como éstos a aquellos. Y magnífica es la sombría dirección de fotografía de Philippe Agostini. Su cine fue calificado por Georges Sadoul como 'realismo poético' y por Marc Orlan como 'Fantástico social'. Más allá de etiquetas su cine es pura poesía de sombras que sangran. Una obra de deslumbrante belleza.
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