jueves, 24 de junio de 2010
Lilith
En el primer plano de esta prodigiosa obra, 'Lilith' (1964), de Robert Rossen, vemos la figura de espaldas de un hombre, Bruce (Warren Beatty), que camina por un sendero flanqueado por unas tupidas hileras de árboles. Vemos que llega a un lugar que parece una especie de vergel, o remanso, aunque el edificio en cuestión es un sanatorio psiquiátrico al que viene a ofrecerse como celador. El último plano de la película es un primer plano de su rostro,congelado, tras que diga a los responsables del sanatorio: 'Ayúdenme'. ¿Qué ha ocurrido durante el resto del metraje, o qué se ha desvelado, o afrontado este personaje para que diga esa frase final?. Bruce es alguien que acude a éste lugar porque quiere hacer algo provechoso en su vida, ayudar, ser útil. Acaba de regresar de la guerra, del caos. Pero pronto apreciaremos que en buena medida, aunque no lo asuma, quiere ayudarse a sí mismo. Su interior está quebrado. Son admirables las secuencias posteriores en 'espacio normal', tras ser aceptado para realizar ese trabajo en su primer contacto con ese 'otro mundo', de esquizofrénicos, los cuáles, como dice el director, quizá es que, por su sensibilidad especial, han visto las cosas demasiado de cerca; es su excelencia la que les ha abocado a ese trastorno.
Primero veremos cómo Bruce se encuentra con la que fue su novia antes de ir a la guerra, Laura (Jessica Walter). El diálogo asienta el extrañamiento, la normalidad que parece haber perdido pie, o que no tiene centro: ella le reconoce que no sabía cuáles eran sus sentimientos, o expectativas románticas con ella, y se casó con otro, y él sólo es capaz de responder: ¿Ah, no?. Cuando ella se marcha, Bruce se vuelve hacia el escaparate, y se ve el reflejo de Laura en el escaparate, años atrás (la realidad parece haberse convertido en un desestabilizado espacio de reflejos). En la siguiente secuencia vemos cómo Bruce come con su abuela; el tic tac de reloj resuena con fuerza, amplificado; Bruce nervioso, tras haber dicho a su abuela que no es vergonzoso el trabajar en un sanatorio, deja de comer y sube a su habitación, donde ve en la televisión imágenes de la guerra, hasta que musita, 'ella muere, todos mueren' (resaltar también la fotografía de su madre ya muerta). No se puede presentar de modo más efectivo y brillante la circunstancia emocional de un personaje. Alguien que viene del caos, y que se enfrentará a las fuerzas de la naturaleza, al mismo caos, como si de este modo pudiera superar esa doliente huella. En ese otro espacio, la figura fundamental, su reflejo a la par que contrapunto, o desafío, será Lilith (Jean Seberg). Durante la primera visita, hemos intuido su presencia, sin aún ver su rostro,mirando a través de la verja de su habitación. La segunda aparición será del mismo modo, pero ahora la vemos, y oímos,tocando la flauta (cual sirena), música que tiene embelesado a otro de los pacientes, Stephen (Peter Fonda).
Cuando ya vemos su rostro, es cuando van a realizar una excursión campestre, en la que queda bien definida asociada con el agua: Primero, los reflejos del agua, que ven desde un puente ( más tarde, dentro del agua, ante la mirada de Bruce, ella besará su reflejo, en una bella secuencia, rodeada de una liviana niebla); después, el agua fluyendo, la naturalidad expandida, sin corsés; y, por último, los torrentes (a la par que una súbita tormenta), la emoción impetuosa, desbocada, al filo ( colocará en un trance de peligro a Stephen, que está a punto de precipitarse en las turbulentas aguas porque ella se lo ha pedido). Lilith es tanto la naturalidad de las emociones sin límites ( los de la sociedad), la lucidez perspicaz ( define a Bruce en escuetas palabras al poco de conocerle) como la crueldad, o la emocionalidad más turbia y descontrolada. Bruce se convertirá. o se sentirá, ese caballero protector que puede ayudarla a superar su trastorno, rescatarla de su pesar o dolor no resuelto, a la par que se verá cautivado por su 'canto'. Dos secuencias se convierten en dos reflejos de la desubicación de Bruce, que aún no ha asumido. En la secuencia en la que acude con Lilith a la representación de una justa medieval, en la que él participa a caballo, enganchando con su lanza tres aretes,convirtiéndose en el ganador del lance para su dama. Pero será testigo de una acción turbadora que le cuesta asimilar: Lilith conversa con dos niños, sobre si le venden el hielo (y jugando con el hielo de un modo más que insinuante; cómo le deja que le toque los labios), y acaba besándole al niño con un gesto que tiene mucho de voraz sensualidad.
En la otra secuencia, vagando por las calles, bajo la lluvia, su presencia es advertida por Laura, que estaba en el porche de su casa (como quien busca aire). Le invita a entrar, y le presenta a su marido, Norman (Gene Hackman). La conversación entre éste y Bruce, mientras esperan que Laura traiga el café, asienta la consciencia de que la normalidad es más turbadora que lo calificado como anómalo (la prototípica convencionalidad de la mentalidad de Norman: sus grotescos chistes; sus observaciones sobre que tendrá historias raras que contar sobre el sanatorio; los gestos en los incómodos silencios) y que Warren se encuentra entre dos mundos, como ese primer plano de la película, flanqueado por los árboles, como si fuera una celda anímica. El frágil equilibrio de Bruce se quiebra cuando, tras seguirlas, sorprende a Lilith tras haber hecho el amor con otra paciente en un apartado granero. Su reacción primero es despechada, pero después la besa y la hace el amor. La incapacidad de Bruce de saber relacionarse con alguien como Lilith, no saber comprenderla es no saber ayudarla ni apoyarla, sino más bien demandar que se convierta en un reflejo complaciente, abocará a la misma a un irrevocable trastorno (Bruce meterá la muñeca de Lilith en las aguas de su pequeño acuario).
Si en su admirable obra precedente, 'El buscavidas' (1961), Rossen nos mostraba el trayecto de aprendizaje o de conocimiento de Felson (Paul Newman), en el que dejará de lado sus aires de grandeza para asumir que lo importante no es la vanidad ni la soberbia, y en el que es crucial la lucida figura de una mujer, como contrapunto, aquella, coja, que sabe lo que es el dolor o 'cojera' emocional por ser consciente de las siniestras hechuras de la vida ( una mujer que a su modo vive apartada del mundo, en un estado fronterizo, vulnerable), en 'Lilith, el proceso de Warren es el de comprender al final que quien realmente necesita ayuda es él. El caos no estaba fuera, y no era algo que fuera a dominar, 'ayudando' a su encarnación, Lilith, 'rescatándola', sino que estaba ya en él, como un dolor sordo, un extravio y desguarnecimiento emocional, y por no saber verlo había abocado a Lilith al otro extremo, al del completo extravío, de mirada perdida. Había confundido los reflejos, y al besarlo, lo había matado.
Particularmente, 'Lilith' (1964), de Robert Rossen me parece una de las obras más bellas a la par que más desazonantes que ha dado el cine, y de la misma envergadura que su obra precedente,'El buscavidas' (1961), Rossen escribió el guión, adaptando la novela de JR Salamanca, y de nuevo el gran Eugen Schufftan creó unas memorables imágenes, como de entresueños, como si uno se deslizara en una realidad paralela en la que pierde pie.
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