domingo, 6 de junio de 2010

Jeanne Moreau, el temblor de los pensamientos

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Jeanne Moreau, fotografíada por Dan Budnick. En este mundo tan proclive a clasificar todo con etiquetas, esta actriz poco amiga del maquillaje (algo que la condicionó en sus inicios de cara a los productores) fue calificada por Ginette Vincendeau como la encarnación de la intelectualidad femenina en contraste con Catherine Deneuve que era la de la elegancia o Brigitte Bardot la del sexo. Más allá de los gustos de cada uno, o de lo que representen para cada cual, no es que particularmente me fascinara ninguna de ellas, reconociendo que Moureau es la mejor actriz, y que Deneuve ha progresado mucho desde sus inicios. Del mismo modo que poca fascinación me suscita una tediosa obra como la mitificada 'Jules et Jim' (1963), de Francois Truffaut, tan poco consistente como su 'La sirena del Missisipi' (1968). O las fallidas obras de Orson Welles en las que colaboró, 'El proceso' (1963), 'Una historia inmortal' (1968) o 'Campanadas a medianoche' (1967), muy por debajo de las sugerencias de las obras que adapta. En cambio, admirable es 'Fuego fatuo' (1963), y notable 'Ascensor para el cadalso' (1957), ambas de Louis Malle, y magníficas 'El tren' (1965), de John Frankenheimer o 'La noche' (1961), de Michelangelo Antonioni, como merecen reivindicarse 'La ausencia' (1992), de Peter Handke o 'Cinco mujeres marcadas' (1960), de Martin Ritt. Remarcables, aunque no las considere entre las más logradas obras de sus respectivos autors, son 'El paso suspendido de la cigueña' (1991) de Theo Angelopulos o 'El último magnate' (1976), de Elia Kazan, mientras que me parecen muy cuestionables obras como 'Memorias de una camarera' (1964), de Luis Buñuel, 'Hasta el fin del tiempo' (1991), de Wim Wenders o 'Querelle' (1982), de Rainer Fassbinder.

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