jueves, 24 de junio de 2010
El juez y el asesino
El 'juez y el asesino' (1975), de Bertrand Tavernier, es una sugestiva ampliación, desde otros ángulos, de cuestiones ya presentes en su anterior obra, 'El relojero de Saint-Paul (1973), esto es, la responsabilidad y la justicia moral y social. Que se desarrolle a finales del siglo XIX constata que los despropósitos del presente están larvados largo tiempo atrás. Su estilo es más directo, pero esa transparencia, que le aproxima al cine de Otto Preminger, tiene más recovecos de lo que aparenta. Lo estimulante de su propuesta es que toma una distancia que alienta la ambivalencia, y desmonta toda presunción de certeza.El asesino, Bouvier (Michel Galabru), acusado de violar, sodomizar, eviscerar y asesinar a jóvenes pastores, chicas o chicos, se califica de anarquista de Dios. Venera a la Virgen María y despotrica contra los poderes eclesiásticos y políticos. El juez, de provincias, Rousseau (Philippe Noiret), es un aposentado burgués que vive con su madre y tiene una amante, Rose (Isabelle Huppert).
Tavernier juega hábilmente con las equiparaciones, cada uno se engaña o moldea la realidad según le conviene. Según Bouvier, no puede controlar esos impulsos homicidas, consecuencia del inadecuado tratamiento médico posterior a ser mordido por un perro. Aunque sabemos, por las primeras secuencias, cómo aún tiene en su cabeza dos balas, tras disparar, primero, a la mujer que le rechazó y después a sí mismo.
Según Rousseau, ha liberado a Rose de trabajar en la fábrica doce horas cada día, una forma tanto de negar esta realidad como de no asumir que sigue sojuzgada en su condición de mantenida. ¿En qué medida se engañan, o engañan a los demás? Rousseau reconoce que el mentir es parte de su trabajo, por eso cualquier artimaña es válida para conseguir que Bouvier confiese. Pretende que se convierta en su particular Dreyfus: una oportunidad para conseguir notoriedad y la condecoración de honor de la legión - En 1894, las altas instancias militares, al descubrir que alguien, dentro de esa institución, pasaba información al enemigo alemán, había decidido elegir un chivo expiatorio, y qué mejor que un judio, dado el antisemitismo imperante. Dreyfus fue recluido cinco años en la Isla del diablo, en una celda, sin poder ver el sol. Decisiva fue la crucial y perseverante presión del escritor Emile Zola(en una secuencia de 'El juez y el asesino' se ve cómo el ejercito quema sus obras). Hasta 1906 Dreyfus no fue rehabilitado-. No importa realmente a Rousseau verificar si padece un trastorno mental, sino encontrar la argucia legal para que no se le declare loco.
Porque, además, Bouvier representa un conveniente instrumento político, un símbolo de lo que las instancias del poder, en una época de convulsas agitaciones sociales, quieren reprimir, y estigmatizan como indeseables: anarquistas, socialistas y vagabundos (reflejo de la descompensada distribución de riqueza en el país). Como declara cínicamente el magistrado Villedieu (Jean Claude Brialy), amigo de Rousseau: Considera que todos somos homicidas en potencia y esa necesidad homicida la canalizamos por medios legales: industria, colonialismo, antisetimismo. Yo elijo el antisemitismo porque no es peligroso, está de moda y la Iglesia lo aprueba. Es curioso que Villadieu se esfuerce en comprender a Bouvier, lo que antes ha cuestionado que no debe hacer Rousseau, cuando él es estigmatizado por sus afiliaciones monárquicas. Como los presuntos opuestos se revelan poco distantes. Es tan terrorífica la violencia no controlada de Bouvier como la reacción de aquellos que se niegan a que su hija haga la comunión junto a los suyos, llegando incluso a intentar disparar sobre ella. O cómo Rousseau, tras sufrir un amago de agresión por Bouvier en su celda, descarga su tensión forzando con violencia a Rose, sodomizándola, aunque después llore arrepentido. Lo que tampoco podrá evitar es que, a su vez, Bouvier se convierta en símbolo para aquellos que luchan contra la injusticia social. Precisamente, las últimas secuencias reflejan el enfrentamiento entre unos manifestantes socialistas, incluida Rose, y el ejercito. El letrero final en el que se nos dice que Bouvier asesinó a doce niños, mientras que 2500 fueron asesinados en las minas y fábricas de seda, apuntala este corrosivo retrato de una sociedad asentada sobre la injusticia y las manipulaciones interesadas. O cómo pueden ser de difusos los límites entre los conceptos de juez y asesino.
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