viernes, 11 de junio de 2010

El hombre leopardo

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En El hombre leopardo’ (1944), Jacques Tourneur vuelve a dar otra lección de cómo crear una atmósfera perturbadoramente fantástica, donde no se sabe lo que es real o es imaginado, lo que puede tener un origen que escapa a los límites de la razón o proviene de la maraña del corazón humano. Las explicaciones conciliadoras o domesticadoras no bastan, pero también hay miedos que son creados para satisfacer una posición de poder o un capricho o pulsión de instinto no menos dotado de oscuridad, la de la mente fracturada. La oscuridad es también moldeable. Y es que Las sombras pueden provenir tanto de la realidad como de mente, o de su incierta interrelación. En 'El hombre leopardo' se cartografía esta doble dirección en la que se mueve, o más bien, desliza, la mirada tourneriana. Tanto la realidad como la mente están vulneradas por las sombras. Con respecto a lo segundo, en la secuencia en la que se dilucida la trama de asesinatos, la atmósfera es tan tenebrista como irreal, como si se encarnaran los fantasmas de la tortuosa mente del trastornado en esas figuras siniestras que se mueven cual sonámbulos en una procesión católica de encapuchados con capirotes.
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Con respecto a lo primero, son modélicas dos secuencias en la que dos chicas pierden la vida. Esa en la que la joven cruza por dos veces por debajo de las vías, donde las sombras tiemblan con los sonidos del tren, sombras en las que se hace palpable la posibilidad de cualquier aparición (cual palpitantes agujeros negros). O aquella en la que otra chica espera en un cementerio a su amado, y el mero movimiento o sonido de unas ramas puede convertirse en anuncio de muerte.
Es ejemplar cómo juega con la duración de los planos, los elementos del decorado, los sonidos (y la ausencia de música) y el fuera de campo. Logra que éste se sienta como una ausencia que es presencia al acecho, como ese muro que separa de algo que puede cruzar nuestros límites, a la vez que campo donde la mente se desestabiliza con sus miedos, como si los estuviera casi invocando (como esas estatuas que parecen poder hacerse materia en cualquier instante).

'El hombre leopardo' (1944), es otra gran obra del fantástico de Jacques ourneur, que quizá no tenga el merecido reconocimiento como otras de sus obras mayores, 'Yo anduve con un zombie', 'La noche del demonio' o 'La mujer pantera'. Desde luego, tiene tres o cuatro secuencias que pueden ser parte de cualquier antología del género.

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