domingo, 16 de mayo de 2010
Two lovers
Las secuencias finales de 'Two lovers' (2008), de James Gray, probablemente sean de lo más bello que ha dado el cine en los últimos años, tan dolientemente conmovedoras como exquisitamente refinadas en su puesta en escena de orfebre. Asombrosa es esta extraordinaria obra, vertebrada a través de las emociones de un personaje fronterizo, Leonard (excepcional Joaquim Phoenix), aficionado a la fotografía, cuya mirada no acaba de ajustar, y que trabaja en la tintorería de su padre, aunque las manchas en su vida no parece que sean fáciles de extirpar, como en su mirad, escindida entre ventanas en la distancia y azoteas desde las que pende su intemperie vital. Ya manifiesto en la primera imagen en la que su figura, jugando con una equívoca perspectiva, pareciera suspendida, o incierta su ubicación en el espacio.
Como lo es en su vida, y su acción de lanzarse a las aguas, desde el muelle, para luego volver a surgir de ellas, como si se arrepintiera de su decisión, refleja su naturaleza escindida, como en su talante se combina una espontanea vena de exuberante humor excéntrico (su baile en la discoteca, su vivaz histrionismo) con una gravedad emocional, una desesperación, como si habitara extremos, sin que alcance un centro de gravedad que sea equilibrio.
Si el pasado es un peso, el dolor de que la mujer que amó le abandonara porque se le diagnosticara que había heredado una tendencia bipolar, el dolor ajeno le atrae como a una falena la luz, como si pudiera rescatarse rescatando a la mujer cuya vida está cautiva de las sombras del dolor. Lo que él piensa que es reconocimiento lo es más que por real conexión por mutua transferencia. Michelle (esplendida Gwyneth Paltrow) vive en la ventana de enfrente, en el patio interior, reflejo en el espejo, pero quizás sólo eso, reflejo. Alguien que ama a otro, pero que siente que no parece sea posible la realización de esa relación, porque no parece dispuesto a romper su matrimonio. Sus encuentros son en las alturas, en las azoteas, encuadrados entre paredes que asemejan celdas que les comprimen.
Entre las sombras que dominan la narración con una presencia casi ominosa, de tinieblas, como la luz gélida invernal, plomiza, que no deja respirar a los exteriores, como cuando conversa con Sandra (excelente Vinessa Shaw) en el bar frente al muelle, mujer terrestre, a ras de suelo, cálida, alguien que conoce su espacio íntimo, su habitación, en la que conoce su cuerpo, con la que crea un afecto que no es ardiente pasión, algo demasiado tenue quizá para alguien que necesita volver a arder para cauterizar sus quemaduras, para alguien que necesita sentir las alturas para conjurar la atracción de los abismos, porque en las distancias están los abismos aunque no sean más que sombras en las que proyecta su mirada emborronada, porque necesita del extravío para romper con la gélida cotidianeidad en la que se piensa que se limpian las manchas, pero éstas nunca desaparecen, aunque las alturas hagan sentir la ilusión de que no existen. Y es que la posibilidad de la proximidad crea vértigo, por eso atrae perderse en las distancias y azoteas de los sueños que son sombras de uno mismo.
Con esta excepcional obra, 'Two lovers' (2008), James Gray certifica que es uno de los grandes cineastas del momento, con una elaborada y compleja puesta en escena. Un admirable trabajo del espacio filmico que no es sino la huella de una rigurosa mirada que saca fructifero partido de los recursos cinematográficos, del color y la luz (asombroso el trabajo de Joaquín Baca-Asay en la dirección fotográfica), de la composición de los encuadres, del montaje interno, de la modulación musical, del uso del sonido (a remarcar en las secuencias iniciales y finales, en las que priman determinados sonidos o la música, creando una atmósfera turbadora, ingrávida, y que, por otro lado, revela la relación entre ambas secuencias, entre ambas acciones).
Su estilo le hace resistente a esa tendencia refleja a encasillar y etiquetar. No creo que sea mimético, lo que pienso hace es recuperar algo no muy extendido hoy en día,el sentido moderno de la puesta en escena muy meditada de cineastas como Ophuls, Lang o Hitchcock. O el del Coppola de los 70, por ejemplo. Su mirada, su sentido, está en las elecciones de su puesta en escena. Se inspira en cineastas pasados como buen alumno, pero no reproduce o recrea de modo referencial ni mimetico.
Incluso se le puede establecer afinidades con esos cineastas que he dicho, sobre todo con esta película, inspirada en las 'Noches blancas' de Visconti. Tiene tantas sombras tenebrosas como 'Carta de una desconocida' de Ophuls, otra obra sobre la proyección sentimental, como transita los senderos del Hitchock más severo, el de la gran 'El proceso Paradine', donde también está escindido entre dos mujeres distintas (por lo que representan, y las emociones que suscitan), o con el Lang de 'Encuentro en la noche', en tono y parecida escisión. Más bien pienso que un cineasta como Gray demuestra que el cine sigue aún vivo, que existe eso llamado puesta en escena como fuente de sentido además de emoción. O que aquellos cineastas eran radicales en su modernidad, llevando el cine a sus más altas cotas, y Gray sigue ese sendero en vez de jugar con la moviola.
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