miércoles, 31 de marzo de 2010
My blueberry nights
Figuras entrevistas a través de los cristales esmerilados. Juegos de llaves que la gente deja en los bares para que otra persona las recoja, pero nadie viene a por ellas. Tartas que nadie come, que nadie desea, y permanecen intactas en la vitrina al final del día. Cintas de video de una cámara de seguridad en un bar, que recoge todo aquello que ha sucedido delante de ti, pero que no has visto, entregado a tu labor en la barra. Amores atrapados en reflejos, de los que hay que desprenderse, para abrir la ventana del corazón a una nueva luz. Estos son algunos de los 'acordes' que componen esa hermosa película que es 'My blueberry nights' (2007), de Wong Kar wai. Otra envolvente inmersión en las inciertas mareas de la emoción.Lizzie (Norah Jones) ha sufrido una decepción amorosa, el hombre que ama está con otra. Herida, deja sus llaves en un bar para que él las recoja, como clausura de una relación, pero le duele aún más que él no venga a recogerlas. Es como si ya no existiera, y no fuera digna ni de una mínima consideración, perdida en un fuera de campo donde ya no es nada, mientras un cristal esmerilado la atrapa como el ámbar a un insecto. Los repetidos encuadres de los personajes a través de cristales y ventanas son como rimas de figuras que no han quebrado el muro tras el que yacen sus emociones, enquistadas por la decepción o la espera, ancladas en un tiempo pasado que ha convertido en fósil su presente, o atoradas en la costra de una decepción de la que cuesta desprenderse para reiniciar un nuevo 'viaje sentimental'.Lizzie necesita hablar, necesita rasgar algo de ese cristal, y sentir el aliento de un contacto donde vibren las intimidades compartidas. Y vuelve al bar cada noche para conversar con Jeremy, el dueño del bar. Y algo se va creando entre ellos. Ambos personajes quedan definidos con precisión. Jeremy conserva todas las llaves de aquellos que las han dejado para que otra persona las recoja, y se acuerda de todas las historias. Y una es propia, su gesto le delata (excelente Jude Law), también espera que alguien vuelva a por la llave que dejó. Jeremy le habla de que siempre hay alguna tarta que queda intacta al final del día, como la de arándanos (la blueberry del título), y es la que elije Lizzie para comer (es como se siente ella, y no quiere sentirse así). Y Jeremy se la prepara cada noche. Jeremy también le habla de cómo suele revisar cada noche las cintas de la cámara de seguridad de su bar, asombrado de todo lo que ocurre a su alrededor sin que él se haya percatado. La intimidad crece, pero Lizzie aún tiene que desprenderse de un lastre para quebrar el cristal esmerilado que aprisiona su corazón. Esa ventana, o imagen como peso, a través de la cual ve a su anterior novio con su actual pareja.
Antes de reiniciar su corazón tiene que hacer un viaje para limpiarlo, y eso hace. Necesita alejarse para poder sentir la cercanía, que por ahora no puede sentir, porque aún siente la interferencia del recuerdo (es un ruido del que debe desprenderse para poder dar rienda suelta a esa intimidad que se va gestando con Jeremy, y que la impide quebrar la 'distancia' en la que la apresa el cristal esmerilado de su recuerdo).Dos encuentros trazan el simbólico proceso interior de Lizzie. El primero, es el primer paso alquímico, la inmersión en el núcleo de su dolor, reflejado en el espejo que le devuelve otra relación. Una relación ya rota, y doliente, impregnada de negrura, la de Arnie y Sue (magníficos David Strathairn y Rachel Weisz). En este caso, inversión del propio dolor o despecho de Lizzie, ya que es ella, Sue, la que le ha abandonado a él, pero Arnie no logra asimilarlo ni aceptarlo, intentando anestesiarse con el alcohol, aunque ella ya esté con otro. De nuevo, la misma rima visual. Arnie ve a Sue y su nueva pareja, a través de un cristal esmerilado, cómo se besan en la calle. Como la primera imagen que Lizzie ve de él es a través de otro, en un plano general dominado por las sombras donde es una figura encorvada por el pesar, sentado ante la barra. A la inversa que la forma de presentar a Sue, entrando resuelta en el bar, dominando el espacio, indiferente y a la vez plena. Es como si fuera la trasposición de lo que le gustaría ser a Lizzie, es decir, de cómo quisiera haber actuado (la imagen que le hubiera gustado transmitir) con quién la abandonó, y no es casual el detalle del parecido físico entre ambas actrices. Pero el despecho no conduce a nada. Desear que el otro sufra lo mismo que uno no es más que empañarse en el esmerilado lastre del recuerdo, en vez de liberarse de él. Arnie se suicida estrellando su coche en el mismo lugar donde conoció a Sue, y en una portentosa secuencia ( con Sue de perfil en primer plano, y Lizzie al fondo del encuadre, borrosa), Sue llora su dolor. No porque lo amara, sino porque es un peaje demasiado doloroso y extremo para su liberación, porque aunque fuera una historia a la que quería dar término y reiniciar su vida, no tendrían que deslucirse los aspectos luminosos del recuerdo de lo vivido con él de un modo tan drástico. Y Lizzie inicia un nuevo periplo. Ha matado, en el espejo que son los otros, al monstruo de su despecho. Y conoce a una jugadora de cartas, Leslie (Natalie Portman), alguien que parece libre, jugando con el azar, con el impulso liberado de no tener ningún apego, surcando las carreteras sin lastres, sin que nada te afecte, ganes o pierdas. Pero todos tienen su historia, sus lastres, su anhelo de compañía, por mucho que te hayas liberado de los quistes de unas relaciones que te han dañado, como en el caso de Leslie la relación con su padre. Y Lizzie comprende que dependemos de los otros, como espejo en el que nos vamos definiendo.
Y se da cuenta de que, sí, había iniciado un viaje para aprender a no ser confiada, pero se alegra de no haberlo conseguido, pues así su ventana estará de nuevo abierta. Como ese plano de la ventana donde vio a su anterior pareja, en la que se aprecia ahora un letrero que pone 'se alquila'. Su corazón ya está libre de 'pesos' para iniciar una nueva historia.Pero no sólo ella ha necesitado ese proceso, ese enfrentarse a dilemas pendientes en su corazón. Jeremy, aunque durante el año de su separación no ha dejado de buscarla y de recibir con entusiasmo sus cartas, aún tiene pendiente también algo, y el reencuentro con esa mujer que no volvió a por sus llaves resitúa su pasado en un presente sin brillos esmerilados en el espejo (curiosamente en un encuadre que es casi una rima de uno con Lizzie).Ya no es que no haya puertas que abrir si no tienes la llave, es que aunque la tengas ya no importa quién esté dentro. Se ha liberado de su recuerdo.Y Lizzie y Jeremy se reencuentran. Jeremy reconoce que ya sólo hay una cinta de video que conserva y revisa, y ella comprende que es la de la las noches que ambos compartieron. Y de nuevo se produce la rima visual, con una importante variación. Si en una de aquellas noches compartidas un año atrás, él, mientras Lizzie dormía apoyado su rostro en la barra, le quitó los rastros de crema de la tarta de arándanos en su boca, ahora, al hacerlo de nuevo, con sus labios, ella responde, y ambos se entregan a un beso que sella la rotura al fin de los cristales esmerilados.
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