martes, 2 de marzo de 2010
Escondidos en Brujas
Brujas es quizás la casa de chocolate del bosque del cuento de hadas, donde Hansel y Gretel son dos asesinos profesionales que no saben que las migas para volver están envenenadas por la bruja, en este caso, un brujo, su jefe…Brujas es quizás el purgatorio donde esperan, no saben qué, mientras vagan por su paisaje de reminiscencias medievales fuera de este tiempo, o se preguntan sobre el sentido de su vida, el por qué y las consecuencias de sus actos…’Escondidos en Brujas’ (2007), de Martin McDonagh es una deliciosa fábula, un exquisito dulce con pimienta camuflada…Ray (Colin Farrell) y Ken (Brendan Gleeson) son esos dos asesinos que tras realizar un trabajo en Londres son enviados a Brujas…pero dónde está Brujas…ah, sí, en Belgica ( excurso: no dejaba de ser gracioso la perplejidad de algunos críticos o bloggers estadounidenses por un título tan ‘extraño’, reconociendo su ignorancia al descubrir que Brujas era una ciudad Belga)…
Pero ¿por qué en Brujas y no en Conventry?¿Y para qué?...Ken disfruta, con su talante sereno, de la ciudad, del recorrido por sus monumentos y calles de otro tiempo, mientras Ray, desde un principio, muestra una inquieta incomodidad por tener que ‘enclaustrarse’ en una ciudad como esta, que para él es como el infierno…y además odia la historia…claro que su agitado nerviosismo tiene su ‘historia’, algo que va mucho más allá de su rechazo a una ciudad que considera inanimada, un féretro de ciudad detenido en el tiempo…¿Por qué Harry (Ralph Fiennes) les ha enviado a semejante lugar?...
McDonagh teje un admirable guión, definiendo con afinados rasgos el contraste entre ambos personajes, excelentemente encarnados por ambos actores, cuya disímil gestualidad ya les define, calmada e interiorizada en Gleeson, histriónica y tensa en Farrell…dosificando con habilidad los giros de guión, y cómo transfigura el relato la progresiva influencia o presencia del personaje de Harry (de nuevo, un asombroso Fiennes)…
Pero más allá de los ingenios de los meandros de la trama, es en la creación del tono donde reside su mayor mérito, una envolvente atmósfera, como si se estuviera entre el sueño y la vigilia, una pausada cadencia, como si efectivamente, estuvieran fuera del tiempo, en un standby vital, en principio, dominada por los toques de humor, que van revelando su condición de absurdo, el absurdo no sólo de su situación, sino de la misma existencia…y se va tiñendo de gravedad, y crispándose con la violencia que va poco a poco aposentándose de la narración, no exenta de un latente lirismo que agrieta ese mismo absurdo con el que cohabita…una violencia, que se extiende a la misma condición humana, agudamente definida por el dibujo de los personajes que salpican la narración, como el obtuso taquillero de la torre, la pareja de canadienses del restaurante que se encrespa porque les molesta el humo de los cigarrillos de Ray y Chloe (Clemence Poesy), o el obeso turista que se reacciona airado porque Ray le señala que su gordura no le posibilitará subir la escalera de caracol hasta la torre…El absurdo de la susceptibilidad, obtusidad y, por lo tanto, violencia humana…
Por eso, no deja de ser un buen apunte dramatúrgico el hecho de que se esté rodando en la ciudad una película de toque surreal, con personajes disfrazados de carnaval, y enanos ( ¿no aparecen los enanos en las secuencias de los sueños, como ya bien ironizaba en ‘Vivir rodando’ de Tom Dicillo?)…¿No es acaso la vida una ficción absurda, en donde un día nos preguntamos por qué estamos haciendo lo que hacemos, y las consecuencias que tiene, y qué poco podemos controlar de ella?...Y quizás el enano sea ese espejo distorsionado en el que vernos como meros niños grandes que se enquistan en sus representaciones y roles, y que reaccionan con violencia cuando alguien cuestiona su ego, perturba su espacio, o se le interroga si se puede ser más flexible y no tan apegado a la rigidez de las normas… Quizás Brujas sea ese espacio que nos recuerda que el ser humano no ha cambiado nada en siglos, y sigue atrapado en la tela de araña de su violenta inconsecuencia…Seguimos en el medievo…Aunque eso sí, siempre nos quedará la magia de obras palpitantes de vida e ingenio como esta primera obra de este director británico…Sí, a uno le entran más ganas de vivir, si cabe, tras disfrutarla, y, cuando menos, conocer Brujas y comer chocolate y beber cerveza en esas hermosas calles adoquinadas, recuerdo de lo que aún podemos ser si ponemos todo nuestro empeño en no ensimismarnos en nuestro crispado ombligo.
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