martes, 26 de enero de 2010
Los Límites del control
Todo es subjetivo, según la percepción. La realidad no tiene centro ni límites. La realidad es arbitraria. Es necesario usar la imaginación. 'A veces los reflejos tienen más presencia que el objeto que se refleja'. La primera imagen de 'Los límites del control' es el reflejo distorsionado del protagonista, sin nombre, figura impasible, que se desplaza, y a la vez es quietud. Jarmusch, como los Coen en 'Un tipo serio', explora 'el principio de incertidumbre', y lo hace cine. Su apuesta es más radical si cabe, e igual de desconcertante y excéntrica. Los Coen transitan los senderos de Preston Sturges, haciendo de la dislocación y el absurdo una superficie aparentemente ligera cuyo trasfondo es una visión nihilista de la vida. Eso, un absurdo incierto en el que nada se controla, y los límites son difusos. Juegan con la paradoja, como Sturges en 'Los viajes de Sullivan' que a la vez que nos decía que la risa es necesaria nos soltaba bajo sus ropajes de comedia unas cargas de profundidad sobre las inconsistencias y precariedades de la vida y de la sociedad de su tiempo. Jarmusch transita los senderos de Buster Keaton, aunados con Becket ( al fin y al cabo, Keaton actuó en una obra de Beckett), aliñado con las figuras impertérritas del cine de Melville, que se desplazaban cual fantasmas en un escenario revelado abstracto e intemperie, y con la quietud serena,transcendental, de Ozu y Bresson. Un cine de pausas, acciones, rituales, repeticiones. Un espacio de extranjeria: las resonancias del cine de Nicholas Ray: I'm stranger here myself. Jarmusch radicaliza la abstracción de su cine. En su anterior obra, 'Flores rotas', su protagonista, Murray, terminaba en una encrucijada que era círculo, como el movimiento de la cámara alrededor de él, aunque su estatismo inicial se había convertido en puesta en movimiento, pero las direcciones seguían siendo inciertas, como William Blake en 'Dead man' no era William Blake y sí lo era al mismo tiempo, o no el que creían los demás, aunque su viaje era un tránsito a través de las puertas de la percepción, aunque él no supiera a dónde iba, y su itinerario era una muerte anunciada que era a la vez catarsis y fusión con la incertidumbre. La vida no vale nada, es una realidad artificial controlada por quienes no tienen consciencia ( y conciencia) y se sienten más grandes que los demás.
La comunicación, el lenguaje, es una cosa extraña, y difusa: Todos los personajes con los que se encuentra, en su periplo por tierra españolas, de Madrid a Almeria pasando por Sevilla, le preguntan si sabe español. Cada uno procede de lugares diferentes, y hablan lenguas distintas, inglés, español, arabe, japonés. Cada uno le pregunta si está interesado ya sea en la música, el cine, la ciencia, el arte y la bohemia.'Todo depende del color del cristal del que se mire, nada es cierto, todo es imaginado'. La música resuena en los instrumentos de madera, como una huella que cala en cada uno según su percepción. 'Las mejores películas son como sueños que nunca se está seguro de haber soñado'. Aquel cine llamado clásico que a la vez nos transporta a otro tiempo, y captaba los pequeños detalles. Eso hace el cine de Jarmusch, aunque sus personajes no hagan nada, sólo escuchen música, se desplacen por las angostas calles que dominan el film, o vean a dos obreros transportando una vieja bañera. El protagonista mira cuadros y luego se corporeiza el personaje, el hombre que porta un violín, la chica desnuda que aparece en su habitación, tentación a evitar en su misión determinada (hay cierta ascesis en toda misión a cumplir con decisión), o a la inversa, como la mujer de peluca plateada y sombrero cual cowgirl, cuya imagen 'percibirá' más adelante en un cartel en la calle, puntuado por la frase 'Un lugar solitario'. Queda el lienzo en blanco, queda la imaginación. No hace falta enfatizar con retóricas visuales para plantear la realidad como incógnita y escenario tan abstracto como extraño. Al protagonista le preguntan por su mujer que dicen que es bella, y él dice que está dormida. Quizá estemos despiertos, quizá estemos inmóviles en un sueño que no sabemos que estamos teniendo. Lo que sí es cierto es que, como Jarmusch deja claro en los letreros finales tras los títulos de crédito, es que es necesario sentir y pensar que no hay control ni límites. Y algo más es cierto, esta es una obra extraordinaria, un fascinante y exultante viaje a través del espejo.
'Los límites del control' (2009), disfruta de un variopinto y estimulante reparto, de Isaac de Basonké, el protagonista (que había colaborado ya con Jarmusch en Night train y como el mejor amigo de Whitaker en 'Ghost dog'; eran amigos íntimos aunque hablaran lenguas distintas y no se entendieran con las palabras), Tilda Swinton, el gran John Hurt, Luis Tosar o Bill Murray. Agudas y afinadas sentencias se conjugan con una reflexión sobre el sentido del lenguaje verbal convertido en un instrumento más de engaño y negación que de revelación. En cambio, las acciones siempre hablan, aunque siempre dependientes de la capacidad de percepción, como la realidad en su amplio espectro. En esta obra no importa saber si lo que nos relatan es imaginado o real, sino su interrogación sobre lo que es real o imaginado, el principio de incertidumbre que rige nuestra esencial forma de habitar la vida. La cuestión básica es que seamos conscientes de ello, y no nos sintamos más grandes que nadie, sino podemos ir al cementerio para saber de qué materia está hecha la vida.
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