jueves, 5 de noviembre de 2009
El hombre del brazo de oro
El hombre del brazo de oro lo es por su buena mano con las cartas. Lleva la banca en el juego, pero no domina la de la vida. Depende de los demás, de su mezquindad. Y su brazo se doblega, como ante la heroina a la que se hace adicto. Su ilusión es ser batería de jazz, pero su brazo no responde, porque esta inmovilizado, atrapado en la falsedad de su esposa que finge necesitar silla de ruedas cuando puede andar.
'El hombre del brazo de oro' (1955), de Otto Preminger es una obra áspera, sin concesiones, que deja en pañales a moderneces vacuas como 'Requiem por un sueño'. Fue todo un hito, porque Preminger doblegó a la censura y, por primera vez, en una obra de un gran estudió se mostró sin ambages la adicción a las drogas, incluidas dolorosas, y sobrecogedoras, secuencias del personaje de Frank Sinatra enfrentándose al 'mono'. Pero, ante todo, es una obra sostenida sobre una aguda reflexión sobre las dependencias que nos creamos o que nos sojuzgan otros con sus aviesos intereses o miserías, como su esposa (interpretada por una esplendida Eleanor Parker) que se aprovecha de la culpa que él siente del accidente de coche que la dejó postrada en una silla de ruedas, cuando ella, realmente, está bien. Sí, es un ejemplo de que cómo el infierno pueden ser los otros. Otra variante del 'vampiro ( o más bien, parásito) emocional' que tan bien sabe hacer uso del victimismo como estragetegia.
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