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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Crisantemos tardíos

 photo OIR_resizeraspx_zps676ee61f.jpg Cuando la vida se revela como un camino de vanidad, como un sueño vacío. En el cine de Mikio Naruse, hay un punto en el que relato se densifica, se hace cuerpo lo que se ha sembrado o gestado, como piezas de un conjunto (o, quizás más apropiadamente, pétalos de una flor) que van configurando el perfil de una realidad, a medida que progresa el relato. En Crisantemos tardíos' (Bangiku, 1954), en la que se adapta una obra Fumiko Hayashi, a quien Naruse también adaptará en la extraordinaria 'Nubes flotantes' (1955), y que convertirá, al retratar su vida, en personaje protagonista de la bellísima 'Crónica de una vagabunda' (1962), acaece en unas estremecedoras secuencias nocturnas, divididas en dos espacios interiores, unidas o conjugadas con una tormenta. La tormenta de las frustraciones y decepciones.  photo OIR_resizeraspx2_zps21a3a8e3.jpg Tres mujeres que fueron geishas, tres mujeres que miran hacia atrás como lo que pudiera haber sido, como lo que no fue, mero espejismo, o como lo que ya no será, reflejo de un presente que sienten que se encorva o que se alza arrogante como si fuera un territorio que podría dominarse en toda su extensión, aunque el pasado retornará para abrasar esa presunción. Su futuro se contrae como un reflejo distorsionado que pusiera en evidencia una vida desperdiciada. Así es para Tamae (Chikako Hosokawa) quien contempla impotente como su hijo la abandona, para casarse con una mujer mayor que él. Un hijo que hizo pasar por hermano, para mantener las apariencias, para evitar los estigmas, las miradas que condenan. También se casa la hija de Tomi (Yuuko Mochizuki), quien se había ya encogido en su presente, entumecida con el alcohol, enmarañada en su afición al juego, para aliviar el dolor de una soledad que se siente como un aire frío. Ambas sienten que sus hijos no han sido, no han respondido a lo que esperaban, a lo que habían invertido. Han pagado a la vida, y ahora se sienten estafadas.  photo OIR_resizeraspx4_zpsb70feb6c.jpg  photo OIR_resizeraspx5_zps276f3b56.jpg Ambas tienen que pagar dinero a quien fue compañera geisha en el pasado, Kin (Hariko Sugimura), una mujer que esa noche recibe a quien años atrás, en la guerra, en su juventud, fue su amante, Tobe (Ken Uhere) a quien fue representación de un poderío, ese que ahora Kin detenta incluso con arrogancia (complementada con la vanidad de quien aún se enorgullece de que alguien quisiera suicidarse por ella en su juventud). Kin no deja de pensar en comprar terrenos, ampliando su poder, ajena, inclemente, en ocasiones, con quienes viven en la precariedad. No soporta que quien simbolizara en su pasado aquel esplendor ahora sea una figura arrastrada que viene en busca de un préstamo, degradación de la figura que fue, o de lo que representó (contraste que Naruse hace más doliente y sombrío con el uso en estas secuencias de la voice over de Kin, mientras el rostro de Tobe se va desfigurando por la ebriedad). El pasado vuelve como una mueca fúnebre que se convierte en reflejo corrosivo de la miseria de su presente.  photo OIR_resizeraspx3_zps70d7b84a.jpg Kin se ha convertido en lo que la postró en el pasado por su condición de mujer. Ha tomado un relevo, y ahora ve a quienes entonces dominaban el escenario convertidos en figuras patéticas. El escenario no se modifica, sólo quien lo domina. Y ahora deja resquicios para quien era menos factible que lo dominara, una mujer. Kin quema la foto de un joven Tobe. Quema los resquicios de unos sueños, los que había relegado mientras construía su particular pequeño imperio de usura. Ante la usura del tiempo poco puede hacer. Quienes entregaron su vida a otros, a sus hijos, como Tamae y Tomi, ahora se duelen mientras beben, se duelen de esa vida de sueños vacíos que atrapa como una tela de araña con sus brillos para sumirte en una negrura de la que tardas en percatarte. Pero la sonrisa no deja de brotar en cualquier instante, porque cualquier mujer puede caminar como Marilyn Monroe, como si nadie se moviera como tú en el escenario de la vida.

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