lunes, 21 de mayo de 2012
Verde es el peligro
'Verde es el peligro' (Green for danger, 1946), de Sidney Gilliat, es un estimulante 'whodunit' que adapta una novela de Christianna Brand. Una intriga detectivesca, que se amolda a los patrones de un género del que Agatha Christie sigue siendo su más celebre representante, no exenta de unos sugestivos aspectos tenebrosos. Gilliat escribió junto a Frank Launder el guión de 'Alarma en el expreso' (1937), de Alfred Hitchcock, así como el de la interesante 'Tren nocturno a Munich' (1940), de Carol Reed, y juntos formaron una productora, Individual pictures, colaborando en cuarenta producciones. Hay tres aspectos que destacan, y que dotan de una gratificante singularidad a este atractivo relato de misterio que transcurre en un hospital, y al que la voz en off del narrador prontamente nos introduce, presentando, en un opresivo ambiente nocturno al que será la primera víctima, un anciano cartero, y a los seis personajes que serán los sospechosos: Una panorámica nos los presenta embozados, con su vestuario de faena en el quirofano, a los dos doctores, a las dos monjas y a las dos enfermeras.Una eficaz manera siniestra de ponernos en situación. El primero aspecto nos sitúa en el tiempo de la acción, otra amenaza que constantemente se cernía sobre la población de Londres y alrededores, las bombas volantes, los v1, cuyo motor escuchaban con temor hasta que el silencio más inquietante indicaba que la bomba iba a caer. Esa bomba es la causante de que el cartero sea herido y tenga que ser operado, operación de la que no saldrá con vida. Durante el resto del relato no dejará de suministrar tensión añadida la aparición de ese turbador sonido, o más aún el de su silencio.
El segundo aspecto es la atmósfera lóbgrega del hospital, esas sombras que parecen también cargadas de otro tipo de explosivos, los que se ocultan en las mentes de los personajes, en los pasados que no explicitados o compartidos (qué habilmente se insinuan en los momentos previos a la operación del cartero) o en las más manifiestas tensiones o rivalidades, como las que hay entre el cirujano Eden (Leo Genn) y el anestesista, Barnes (Trevor Howard), y cuya causa es una de las enfermeras, Freddi (Sally Gray), hasta justo ese día pareja de Barnes. Destaca el empleo de esas sombras en la secuencia nocturna tras que uno de esos seis personajes haya declarado en una fiesta que sabe quién mató al cartero, lo que determinará su muerte, en una secuencia en la que Gilliat realiza un muy certero uso de lo entrevisto (la fugaz visión del asesino o asesino embozado en un destello de luz), y con un afinado empleo atmósferico de las corrientes de aire que azotan las puerta provocado por el intenso viento. El tercer aspecto es el del inspector Cockrill (Alistair Sim), que se nos revelará que era el narrador. Se puede recordar a Sim en su memorable papel como el padre del personaje de Jane Wyman en 'Pánico en la escena' (1950).
Sin duda, su personaje es el que transfigura el relato, dotándole de una distinción de la que carecía el retrato de conflictos y perfiles más convencionales entre los personajes sospechosos. Su acidez, su descarnada falta de tacto, que no deja de poseer una afilada capacidad de provocación, su falta de complacencia, son memorables,como su misma presentación protegiéndose torpemente cuando escucha el ruido de una de las bombas volantes. Irónicamente, él no deja de poseer esa cualidad, esa forma de hacer 'ruido', que tiene bastante de estrategia desestabilizadora, para sorprender con sus 'silencios', con el movimiento imprevisto, a los sospechosos (es impagable su expresión divertida cuando Barnes y Eden se lían a puñetazos). Hay películas que no se desea que se termine por seguir en compañía de alguno de sus personajes. Este es uno de esos casos.
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