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sábado, 17 de diciembre de 2011

La conspiración

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‎'La conspiración' (The conspirator, 2011) es una muy sugerente y estimulante obra de Robert Redford, una de sus obras más equilibradamente afinadas, en las dos veertientes que han primado en su obra ( en ocasiones coincidentes), tanto en la vertiente discursiva, no dejando que unas pretensiones críticas de denuncia se superpongan y ahoguen el conflicto dramático, como en la vertiente melodramática, en la precisa modulación de la emoción (concisa, cortante), lo que la acerca a su gran obra, 'Quiz show', con la que coinciden en entresacar con eficacia los trapos sucios del sistema, el engaño, la manipulación, y la conveniencia, nociones que le define y sobre las que se se sostiene. En 'La conspiración' es la trama orquestada, sin escrúpulo alguno, para rapidamente condenar a la pena de muerte a los cnspiradores en la muerte del presidente Lincoln, no importa lo más mínimo si no participó, caso Mary Surrat (extraordinaria Robin Wright). Para el secretario de guerra, Stanton (Kevin Kline), lo primordial es saciar la sed de enganza del pueblo, dar unos culpables, que a la vez, por el drástico castigo ejemplar (ser ahorcados) frene cualquier mínimo reducto de rsistencia combativa que quede en el frente sudista, aunque ya se haya rendido el General Lee. Este interés colectivo sofoca cualquier cuestión sobre la justicia. Redford trabaja con suma habilidad con patrones narrativos conocidos, como son los de las películas de juicios (variante enfrentamiento a la corrupción instucional), y el proceso de concienciación del personaje protagonista (según el patrón de 'Caballero sin espada'), Aiken (esplendido James MacAvoy), combatiente ejemplar como oficial nordista en la guerra, reticente a defender a Surrat, cuando se la adjudica su superior en el bufete el senador Johnson (brillante Tom Wilkinson), porque cree como todos que es también culpable.
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Durante el proceso judicial, vivirá un proceso de transformación, el ser consciente de que quizá no sea culpable, aplicando algo que es básico en su oficio ( o debería serlo), la duda razonable, unido a la consciencia de la descarada manipulación que la acusación, es decir, el gobierno, realiza del juicio, de las declaraciones, indicios manifiestos de que el veredicto está establecido desde antes de empezar. Una de las grandes virtudes de la película es el admirable trabajo de luz y color (de Newton Thomas Sigel; es la más elaborada en este aspecto de su obra), que propicia una atmósfera sofocante, con el predominio de las sombras, y de la escasa luz, casi sulfurosa, como si se reflejara un infierno, acorde a esa corrupción, a esa emponzoñada actiitud vital ajena a cualquier emoción, y en concreto a la integridad (cómo Aiken se va viendo rechazado por los 'suyos'). No deja de ser, también, otra corrosiva alegoria, complementaria a su anterior obra, más estimable de lo que se la reconoció, 'Leones por corderos', alrededor de la intervención de Estados Unidos en Afganistan, y aplicando una de las incisivas interrogantes que se planteaban ahí, luchar ante todo por dejar oir su voz no dejándose llevar por la apatía. Hay que remarcar un hermoso detalle. El protagonista, Aiken, abandonó la abogacía, decepcionado, y se convirtió en redactor del Washngton Post, el periódico en el que, un siglo después, dos periodistas, Woodward y Bernstein, revelaron la corrupción del poder (incluido el presidente,Nixon) con el 'Caso Watergate.

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