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viernes, 16 de diciembre de 2011

Caballero sin espada - Imágenes de un rodaje. La voz disidente, el escenario inmóvil

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Frank Capra, James Stewart y Jean Arthur en varios momentos del rodaje de la excelente 'Caballero sin espada' (Mr. Smith goes to Washington, 1939). No deja de ser curioso ( o irónico) que tras su estreno fuera calificada por la prensa de Washington y senadores como antiamericana y procomunista por resaltar la corrupción política (según relata Capra en su autobiografía, incluso durante la primera proyección varios senadores abanadonaron la sala sin haber terminado la película). Irónico porque Capra durante tiempo sufrió el arrastrar la etiqueta de buen rollismo y edulcoramiento de la realidad: esa alergía más acentuada décadas atrás de rechazo a los finales felices, como si lo lúcido y realista es el final infeliz. Lo cual no deja de ser más sangrante dada la evolución de nuestra sociedad, o cómo es el estado de cosas actual. ¿De ahí tanto el conformismo como la incapacacidad de unirse para transformar los basamentos de esta sociedad, y mejor quedarse con las quejas sobre los políticos como si fueran seres que se han generado espotaneamente en otra dimensión pero no tienen que ver con el ciudadano común, es decir, no son su reflejo ni representación? Esta gran obra, de visión nada complaciente, y sí siniestra, que se irá intensificando en las siguientes, 'Juan Nadie' y ¡Qué bello es vivir!, aún más pesadillescas y oscuras, que sitúan a sus protagonistas en el filo mismo del suicidio (de la autoaniquilación por un sentimiento de derrota), condensa en su tramo final un gesto que es esplendor, la posibilidad de una transformación por la perseverancia de un individuo. Es decir, un final feliz. ¿No es ejemplar, aún más hoy, este tipo de obra? O es preferible rechazarlo porque no es posible materializar algo así? ¿O no se acaba de hacer en paises como Islandía? ¿Tan poco se confía en el colectivo humano, más tendente al acomodamiento, a la conveniencia, a aspirar a una posición más elevada, e incurrir en lo que se cuestiona cuando no se detenta esa posición de privilegio, sea cargo político o empresarial?. Desde luego, esta obra ya señala con meridiana claridad la maraña de vínculos entre políticos y empresarios ( de los que los primeros son gestores delegados en el escaparate, mientras los segundos rigen en la sombra). Más allá de estas cuestiones, es una película que refleja dos de las grandes virtudes de Capra, su asombrosa capacidad de alternar drama y comedia ( como McCarey o Ford), y su impecable e ingenioso trazo caracterizador de hasta el más puntual secundario ( como Hitchcock, o de nuevo, Ford).

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