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viernes, 15 de abril de 2011

Magnolia

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Un aparte en la narración que es un umbral, una cesura que invoca el deseo de transformar la realidad. Una cancion que todos 'comparten', la música que reanima su peso vital. El verosimil se quiebra como si se conectaran los desolados espacios intimos de los personajes principales, atorados en lo que parece un callejón sin salida donde sus emociones se abrasan en su irresuelta congestión. El desencuentro de voces que no parecen saber conjugarse, la orfandad ante un mundo remiso a nutrir la calidez y la cercanía (esa vida en 'precipitación' reflejada en la portentosa presentación de los diversos personajes 'encadenada' a través de febriles travellings, hasta sosegarse con el personaje más 'centrado', presto a 'servir', el policía). Un mundo donde los padres, aquellos que deberían dotar de guía y sensación de refugio, no son sino seres rapaces, que abusan de su poder, de su posición, incluso de sus hijos, por omisión, despreocupándose de su suerte, o por activa, aprovechándose de su talento o hasta como fuente de placer físico. Y aquellos que buscan el poder 'servir', realizandose en el acto generoso con los demás, colisionan con un mundo poco receptivo, o enmarañado en sus heridas y extravío, y enquistado en su encapsulados egos inflamados, incapaces o no dispuestos a 'aproximarse' a los otros, presos de sus autojustificaciones, pesares que hacen de la resignación escepticismo, o rituales exorcizadores en los que reproducen en su conducta aquello que los causó dolor en la conducta de otros, de sus progenitores, que se constituyen en representantes de toda una sociedad, en la que todo sentido sustancial parece haberse extraviado ( o corrompido).
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De ahí ese prodigioso prólogo que interroga sobre las casualidades y el azar, que es interrogante sobre si hay algún sentido en la cadena de aconteceres, o todo es arbitrario, caprichoso. Porque el sentido, el que emana de los modelos 'paternos'(sociales), se revela una impostura, un vacío, una opresión o un abuso.Y algún 'sentido'(sustancial) debe haber, o encontrarse, para poder seguir en movimiento 'entre', 'con' y 'hacia' los otros. Porque lo único que parece haber en la vida son 'programas', cuyo emblema son los programas de televisión, en concreto, ese concurso que presenta uno de los padres (el que abusó de su hija en la infancia, encarnado por Philip Baker Hall, como si ese deseo fuera un 'programa' que no podía evitarse), y cuya cadena de televisión está regida por otro padre, ya agonizante, el encarnado por Jason Robards, emblema de la depredación inclemente, no sólo laboral y económica, que arrasó con la vida de todos, incluida su familia, como su hijo, encarnado por Tom Cruise, que ha transferido su dolor creando otro 'programa', un misógino servicio de autoyuda para hombres que no hace sino recrear lo que rechazaba en su padre.
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Inesperadamente, cuando todos estos destinos parecen irremisiblemente 'atrapados' en esa tela de araña que parece hacerles sentir que nada es posible, sino agitarse en sus pesares o arrepentimientos, todos y cada uno, en su aislado espacio, entonan una estrofa de la canción 'Wise up' (animate o enderezate), de Aimee Mann. Es el instante en que sus dolores parecen conectarse, y en esa corriente empática, enunciada con la ruptura del verosimil, pues es una situación 'imposible', sus emociones se proyectarán como si cruzaran un umbral y lo posible se hiciera horizonte que alcanzar, en donde sentir al otro, y abrir el corazón con confianza. Aunque para ello, el artificio haya tenido que hacerse manifiesto, y lo considerado imposible explosione esta 'encadenada' serie de emociones congestionadas en desencuentro, como una súbita lluvia de miles de ranas propulsará posteriormente. Lo 'extraño' romperá esa agrietada pantalla de la realidad para recuperar el impulso de poder sentirse en el otro.
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Como la grandeza de esta obra maestra, 'Magnolia' (1999), de Paul Thomas Anderson nos conmocionará, y hará palpablemente real la potencialidad curativa del arte. No, no como consuelo, sino como impulso después de habernos sumergido, sin complacencias, en los abismos de la emoción quebrada. Sí, hay luz en el túnel, pero implica esfuerzo y disposición, fe, o mejor dicho, confianza, en uno mismo, los otros, y lo posible. Si la realidad se ha convertido en un espacio de presencias ajenas, cual fantasmas dolientes o espectros rapaces, hace falta quebrar los muros de lo 'verosimil' para que lo que parece imposible, por nuestra incapacidad o torpeza, se haga posible, e incluso, real. Y así, como refleja el plano final (en travelling hacia un rostro, el movimiento encontrado, 'realizado',en el 'entre', 'con' y 'hacia') un rostro, hasta entonces máscara de aparente irreversible dolor, se sonríe, y nos sonríe, porque una voz le está diciendo, y haciendo sentir, que siempre estará a su lado, 'servicial', atento a lo que sienta.Es el rostro de ese misterio tan ultrajado llamado amor. Así de sencillo, asi de posible, aunque parezca inverosimil.

‎'Magnolia' (1999) es una prodigiosa obra de compleja estructura de uno de los más grandes cineastas de la actualidad, Paul Thomas Anderson. Pocos cineastas elaboran movimientos de cámara tan fascinantes como cargados de sentido,y a la vez pura música, como lo es su narrativa (su proverbial sentido del montaje), una música de emociones 'entrecruzadas'. Admirable es la labor de colaboradores habituales como el director de fotografía Robert Elswitt o el músico Jon Brion, en este caso con la colaboración de las canciones de Aimee Mann. Un portento, y una obra única.

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