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viernes, 14 de enero de 2011

Los viajes de Sullivan

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En 'Los viajes de Sullivan' (1941), de Preston Sturges, Sullivan (Joel McCrea), un director de cine quiere realizar una obra con sustancia, harto de hacer obras lígeras y evasivas, en la que retratar el lado menos gratificante de la vida, la precariedad, la miseria, aquello que se oculta como si no existiera más allá de las candilejas. Es impagable la introducción, en la que Sullivan tras presenciar la proyección de su última obra en la que dos hombres pelean encima de un tren en marcha, cayendo al rio, la representación, según él, de que el Capital y el obrero no se entienden, discute con sus dos productores para convencerles de hacer esa obra de manifiesta carga de crítica social, y estos le dicen que vale, pero si hay una pizca de sexo, aunque, cuestionan para que desista de tal propósito, qué sabe él de precariedad si siempre ha vivido entre algodones, argumento que les sale la rana, porque le convence a Sullivan de hacerse pasar por un mendigo para conocer esa misería de primera mano.
Y comienza un periplo, el de Sullivan cual Ulises o Gulliver, por el pais de la mendicidad, entre los desheradados y marginados, sufriendo, por golpe del azar, como remate, el ser acusado de un crimen que no ha cometido (ya que paradoja, es sobre sí mismo, pero padece amnesia, y el muerto, el que le robó su dinero y zapatos es quien todos creen que es él), y encima condenado a trabajos forzados en la carcel.
Sí, ahora sabe de qué materia está hecho el lado oscuro de la vida, el que no se quiere ver, ni padecer. Y viendo cómo ríen los presos con una película de dibujos animados, con el perro Pluto, toma consciencia de la importancia 'social' y vital de la risa. Y eso decidirá, realizar más comedias para alegrar las precariedades de la vida.
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Pero aún cuando esta sea la conclusión a la que llega el personaje, no es ninguna claudicación a la hora de desistir de reflejar el lado menos halagueño de la vida o la sociedad, porque, al fin y al cabo, es lo que la película nos ha reflejado, podríamos decir de contrabando, como vitriolo encubierto bajo el dulce de la risa.
Porque, entre corrosivos apuntes sobre las precariedades y desigualdades sociales y cómo se invisibiliza, bien que se ríe uno. Descacharrantes secuencias como aquella en la que la caravana de los periodistas y asistentes de los productores se convierte en una coctelera, en la que todos son zarandeados arriba y abajo, cuando pesiguen al sidecar, conducido por un niño, en el que va Sullivan, ya que quiere despistarles, porque ve absurdo hacerse pasar por mendigo cuando tiene un equipo de asistentes pendientes de él (o se va a experimentar lo real, anónimo, o se plantea como si fuera otra 'película' en la que él fuera un personaje, cual turista, en una provisional excursión al otro mundo); o las vivaces secuencias con el personaje de Verónica Lake, puro músculo de Screwball comedy, o las que comparte Sullivan con ese personaje antólogico, el impávido mayordomo, 'Pepito grillo' con sus doctas reflexiones sobre filosofía y política (qué portentosa capacidad de Sturges para dotar de personalidad restallante a cada secundario). Sturges, en suma, lanza sus ácidos comentarios sobre la vida y la sociedad, y cómo 'representarla', mientras eleva el género de la comedia a sus más elevadas cotas de ingenio hilarante.

‎'Los viajes de Sullivan' (Sullivan's travels, 1941), de Preston Sturges, es una de las cimas de la comedia. Una aguda y corrosiva reflexión sobre los propios mimbres de la comedia, un carrusel de pródigo ingenio conjugado con una sombría reflexión sobre las precariedades sociales, lo que no suele visibilizarse en las 'pantallas' de la realidad institucional. Sturges bascula del slapstick a la screwball comedy pasando por el reflejo del lado más siniestro de la realidad, con modélica armonía.

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