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domingo, 23 de enero de 2011

El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford

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Quizás casualidad, quizás reflejo de unos tiempos en que los modelos de actuación están en cuestión, ¿contra qué se lucha, y con qué medios, dónde están los límites entre lo justo y lo necesario?, pero no deja de llamar la atención las coincidentes resonancias que se pueden apreciar en las secuencias de apertura de dos recientes revisitaciones del paisaje genérico del western , ‘Tren de las 3’10’ (2007), de James Mangold, y ‘El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford’ (2007) de Andrew Dominik . Resonancias que hacen alusión a la relevancia de la ‘mirada’, tanto narrativa, integrada en el propio relato, como simbólica, en cuanto mediatizada y proyectora. Una mirada puesta sobre el modelo del hombre de acción, sobre su mito fundacional, el hombre del oeste, el forajido de leyenda.

En la obra de Dominik vertebra el relato. Su primera secuencia es una sucesión de fragmentarios planos sobre Jesse James (Brad Pitt), o meros espacios vacíos, cuya conexión es la voz de Frank Ford (Cassey Affleck), y sobre los cuáles las palabras de ésta refleja, y proyecta, cómo la presencia o imagen de Jesse ‘transfigura’ la percepción de la realidad, incluso la noción del tiempo. En su presencia nada es igual. O, dicho de otro modo, a través de la mirada de Ford, la realidad es otra gracias a la imagen modelo de James. Porque este no deja de ser un ‘fantasma’ del deseo, para Ford, de ser Otro, de ser lo que representa James.
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Lo que diferencia esta nueva versión de las realizadas, anteriormente, por Henry King, Nicholas Ray o Walter Hill, entre otros, sobre las andanzas o vida de este forajido, no es que se convierta en una revisión sobre su imagen (ya la de King incidía en sus claroscuros; puede que su imagen estuviera embellecida en sus rasgos, por ser interpretado por Tyrone Power, pero no su visión sobre sus contradicciones), sino cómo conjuga, en una misma obra, dos figuras y dos miradas, la del espectador y la imagen, la del interprete y el referente, la del émulo y el modelo, y esto a través de dos personajes contrapuestos, y, quizás, complementarios, Ford y James.
Y digo, sí, dos miradas, porque no es sólo la ‘mirada’ de Ford la que guía la narración. Ya su misma estructura discontinua, con saltos de perspectiva de uno a otro, de Ford a James, nos indica cómo en esa aparente disonancia hay una convergencia.
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James también proyecta, por así decirlo, sus ‘fantasmas’.
Por eso cobra tanta relevancia en el relato sus miedos a una conspiración por parte de los miembros de su escindida banda. Es su mirada, tensa y escrutadora, la que modula estos enfrentamientos encubiertos, a través de diálogos con cada uno de ellos, transformándose, aun latentes, en las secuencias más violentas del film, más que su puntual descontrolado estallido, después del cual él mismo, James, se sume en lágrimas, tal es la tensión que padece, ante algo que cree inminente, su fatal muerte, como una sombra permanente que le persigue. Y que de hecho será así. Por eso, a diferencia de otras versiones, aquí se representa su muerte como una asunción, por parte de James, de algo inevitable, ‘ofreciéndose’ a Ford, cuando descubre que él va a matarle, como si, a la vez, esa muerte fuera una liberación.
Ambos personajes miran pero no ven, proyectando Ford en el otro lo que le gustaría ser, y James sus miedos a dejar de ‘ser’. Uno crea una imagen, el otro teme la destrucción de su cuerpo.

'El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford' (2007), segunda obra del cineasta australiano Andrew Dominik, es un excelente western que plantea una sugerente reflexión sobre la ‘mirada’, o la proyección, y nos enfrenta, dentro de este espejo mítico o legendario, a otro espejo de nuestro tiempo. El de cuáles son los modelos necesarios, el de cuáles creamos y por qué, y cuál es el reverso de éste y, por añadidura, qué dice de nosotros. Dominik escribe el guión que adapta la novela de Ron Hansen, y plantea una narrativa discontinua, bajo el influjo de Terrence Malick (ya manifiesto en las secuencias de apertura), y transitando el cine sensorial, atmósferico, vertebrado a través de miradas y acciones, en el que el mismo entorno, la naturaleza, es un personaje crucial. Roger Deakins realiza uno de los trabajos fotográficos más deslumbrantes de la década, y Nick Cave (que realiza un cameo en la parte final) y Warren Ellis componen una bellísima banda sonora.

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