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miércoles, 20 de octubre de 2010

El vengador sin piedad

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En la década de los 60 se acuñó el término western desmitificador (junto al de 'crepuscular') como si hasta entonces el género hubiera estado encapsulado en una idealización no ajena a la mistificación. A no ser que la noción de realismo se restringa a mostrar una ambientación menos lustrosa y personajes desgreñados y desdentados. Un ejemplo de esta falaz consideración es esta obra, 'El vengador sin piedad' (1958), de Henry King, que pone en cuestión la figura del héroe, o apuntando hacia sus claroscuros, ya manifiesto en su títula original, 'The bravados'; la bravura puede ser ciega, como el afán de justicia ofuscar el discernimiento. Y, por tanto, el héroe puede tener el criterio errado, y ser falible. Este implacable y sombrío vengador, Douglas (Gregory Peck), no está lejos del Ethan Edwards que encarnaba John Wayne o, fuera del género, el Achab que el propio Peck encarnó en 'Moby Dick' (1956), de John Huston. El género en estos años alcanzó sus más altas cimas, conjugando la densidad del mito, del arquetipo, y la corrosiva vena crítica, que no sabía de blancos y negros. Este mismo año se produjeron dos de las más grandes obras que ha dado el género, y que inciden en lo que apunto: En 'Cowboy' de Delmer Daves un personaje, el que encarna Jack Lemmon, contrasta sus idealizaciones de lo que es la vida del cowboy con lo que es en realidad (en paralelo con la asunción de que el ideal amoroso puede no materializarse). En 'Hombre del oeste' se destripa la figura del hombre civilizado para mostrar las turbias raíces de su origen, del salvajismo de donde procede. Ambas obras ya reflejan en sus t´tiulos como abordan un arquetipo, y lo que hacen es desentrañarlo, quebrar cualquier imagen idealizada. Pero King incluso lo realizó antes.
'El pistolero' (1950), otra de sus grandes obras, con Peck también de protagonista, realizaba el proceso inverso a 'El vengador sin piedad'; partía de la figura del 'otro', de la figura siniestra de un pistolero, para ofrecer otro ángulo, el de hombre a ras de tierra, el rostro tras la máscara interpuesta (el estigma de las proyecciones de los llamados civilizados, que de paso son mostrados en su mezquindad). Y yendo más atrás en el tiempo, en 'Tierra de audaces' (1939), ya mostraba los claroscuros del mito, de Jesse James (Tyrone Power), que de adalid la lucha contra el poderoso (cual Robin Hood) devenía en un personaje enajenado en su papel y misión, perdido en su 'sombra', extraviada su capacidad de justicia o compasión.
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Como Douglas, descrito con precisión por la geografía que transita en su presentación, un desfiladero. Porque su interior es un desfiladero angosto, obcecado con un propósito. Douglas acude al pueblo de Río Arriba para asistir a la ejecución de cuatro hombres. En pocas secuencias, con admirable sentido de la sintesis,se nos describe personajes y circunstancias. La tensión que domina al pueblo, vigilante de forasteros que puedan venir en ayuda de los condenados; el visceral ansia de que se ahorque a esos hombres; la aparición de Josefa (Joan Collins), que no ha visto a Douglas en cinco años, y en cuya conversación se sobreentiende que ella estuvo enamorada de él ( y aún lo está), y que algo ha ocurrido en la vida de Douglas, por la sombra asoma en su rostro ante las preguntas de ella sobre si se casó (él escueto contesta que sí); sombras cargadas de rabia que se evidencian cuando contempla a los cuatro condenados, tras reconocer a sheriff que lleva seis meses persiguiéndoles (el motivo poco después se conocerá: son los que cree mataron a su esposa); la reticencia de un padre a que su hija se case con un chico del pueblo, porque aspira a que conozca a alguien de mayor posición en la 'ciudad'. Chica que,irónicamente, 'conocerá mundo' (ejemplo de un guión en el que no hay nada superfluo) cuando sea secuestrada por los cuatro condenados tras huir de la prisión (admirable secuencia la dela huida, aprovechando que el pueblo entero está en la iglesia).
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En la persecución Douglas (vestido de negro) dará rienda suelta a su implacabilidad, tratando, y matando, sin piedad a los huidos que va capturando, pese a sus suplicas o su desconcierto ante su obstinada persecución incluso aunque hayan cruzado la frontera. Lo sorprendente, e inesperado, y quien no haya visto la película que no siga leyendo a partir de aquí, es que estos hombres no fueron los que mataron a su esposa, de lo que tema consciencia enfrentado al último de los cuatro evadidos, Lujan (Henry Silva), no por casualidad el más templado y el más perspicaz (el que a diferencia de sus tres compañeros no se deja dominar por las 'bravatas'). No sólo el héroe no encuentra la catarsis de su venganza, de realizar su 'misión', sino que descubre que estaba equivocado, sin siquiera justificar sus asesinatos en el hecho de que fueran unos criminales y estuviera haciendo un favor a la Ley (y Justicia). La transcendencia de su 'misión' era, incluso, un error desde el principio, desde su mismo resentido afán de revancha, de retribución.El héroe, el mito, se revela como un ciego siervo de sus instintos lejos de cualquier real 'iluminación'.

‎'El vengador sin piedad' (The bravados, 1958), es un excelente y sombrío western de Henry King, realizado con el exquisito y preciso sentido clásico de este gran director, acentuado por la fotografía del gran Leon Shamroy. El guionista es Philip Yordan, el de 'Johnny Guitarr', 'El hombre de Laramie' o 'Day of the outlaw', grandes y nada convencionales westerns de su edad dorada, en la que se aunaba la entraña mítica con la reflexión crítica, y no carentes de una afilada y sombría naturaleza.

1 comentario:

  1. He vuelto a verla luego de muchos años y, además de la excelente fotografía, el tema es muy bueno y deja unas cuantas reflexiones sobre la Justicia y la Venganza. Me hace acordar, de alguna manera, a una película de Steve McQueen, creo que Nevada Smith, y una persecución incansable con una vuelta de tuerca final.Peck,como siempre, impecable...

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