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sábado, 25 de septiembre de 2010
39 escalones
La vida se puede volver del revés de modo más imprevisto. En un momento pasas de ser un espectador de la vida a un protagonista escénico. Dejás de ser un hombre anónimo para convertirte en alguien perseguido por la policía acusado de un asesinato. Esto es lo que nos narra, con proverbial dinamismo narrativo, sin un momento de respiro, '39 escalones' (1935), de Alfred Hitchcock. Si en la representación a la que asiste Hannay (Robert Donat) pregunta qué distancia hay entre Winnipeg y Montreal a Mr. Memory ( el hombre que todo lo recuerda, o que sabe demasiado) pronto descubrirá la tenue distancia que separa de ser inocente a parecer culpable. La suspicacia es una tendencia muy arraigada en el ser humano, y complicado es superar las equívocas apariencias. Un granjero piensa que va a seducir a su esposa, o unos ciudadanos piensan que es un político que viene a dar una conferencia sobre la lucha por la igualdad. Sin duda podemos parecer lo que los demás quieren que anhelan que seamos,o temen que seamos. No es de extrañar que los escenarios transmitan sensación de encierro o de intemperie, sea la urbe (esa imagen de dos figuras detenidas en la calle, en la que casi no hay otro signo de vida, que parecen observar el edificio de Hannay), o la naturaleza, apresada por la bruma (como la que puede afectar la percepción del discernimiento de ciertos personajes), o por la inhóspita intemperie (la figura empequeñecida de Hannay huyendo en los páramos).
Este es un viaje, un desplazamiento no sólo exterior, en el que quedará constancia, con mordaz irónia, de qué frágiles son las apariencias y qué poco discernimos de los demás. Hannay descubrirá la paradoja de que dos personas se conocerán realmente, confiarán y hasta se enamorarán cuando pasan el trance de estar esposados, como le ocurre con Pamela (Madeleine Carroll), con quien compartirá noche en una fonda, y cuya relación vivirá, en un corto lapso de tiempo, una Odisea que implica el vértigo del paso de la desconfianza o sospecha a la confianza cómplice que es amor entregado: el plano final es el de sus manos entrelazadas (en la de él cuelgan las esposas), tras que, cerrando círculo, se haya resuelto el equívoco, que pendía como amenaza sobre Hannay, en otro espacio de representación, un teatro, ahora desentrañado. El escenario deja lugar a la emoción.
'39 escalones' (1935), de Alfed Hitchcock, además de una jubilosa celebración de la narración y otra aguda disgresión sobre una movediza realidad, que tiene mucho de escenario, asentada sobre lo incierto y lo equívoco y los desajustes entre discernimiento y percepción, transpira el sabor de lo que se agitaba entonces, el auge del nazismo, los tratados diplomáticos con Inglaterra, convirtiéndose en una solapada pero encendida llamada de atención por lo que se gestaba. Para los inflexibles sectarios que siempre dicen que es mejor el libro que la película, señalar que figuras como Mr Memory o el detalle del misterioso hombre sin un meñique, y casi todos los golpes de humor, no provienen de la novela de John Buchan sino que son ocurrencia de la adaptación, guionizada por Charles Bennet.
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