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miércoles, 26 de mayo de 2010

Una noche, un tren

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Si en la última década se pusieron en boga obras caracterizadas por un sorpresivo giro final que hacia variar nuestra perspectiva sobre lo anteriormente relatado (aunque salvo contadas excepciones, como por ejemplo obras de Fincher, Shyalaman o Nolan, la mayoría se quedaban en el mero truco final), en la extraordinaria 'Una noche, un tren' (1968), del gran cineasta belga André Delvaux ya la aplicó de modo tan sorprendente como riguroso. Delvaux crea una genuina obra fantástica donde nuestra percepción de la realidad se va desestabilizando progresivamente, sedimentandose con sutilidad la incertidumbre, una ruptura de eje de sentido en la que se va asentando lo extraño en la percepción de lo real. Y esto ya va calando desde el inicio, creando ese extrañamiento en la contemplación de lo ordinario. Mathias (Ives Montand) es un profesor de linguistica en Bélgica, que diserta sobre cómo las matemáticas se han ido adueñando de las herramientas de la linguistica para adulterar la relación con la realidad. En el entorno universitario se producen unas manifestaciones de alumnos, basado un conflicto de lenguas, entre la flamenca y la francófona. Mathias ha trabajado en la adaptación de un texto teatral, que se va a representar, en el que un personaje habla con la muerte, aunque Mathias remarcará al director que es más bien un monólogo, un diálogo entre el él y el yo. Como diseñadora de vestuario trabaja Anna (Anouk Aimee). En su hogar ella habla sobre sus dudas sobre un problema con el vestuario que tiene que resolver. Parece un monólogo. Él desea hacer el amor, pero ella no está receptiva. Mathias propone un paseo antes que parta en tren a otra ciudad en la que tiene que dar una conferencia.
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En el autobús parecen dos figuras rígidas. Anna le reprocha su actitud. Parece que su relación se resiente, que hay algo atascado, como si hablaran dos lenguas distintas ya. Se cruzan con la manifestación. Discuten: ella se siente fuera de lugar, accedió a vivir con él una ciudad en la que no tiene amigos, en un ambiente que no domina su lengua (es extranjera), y airada se aleja. Delvaux ha dibujado con sutilidad un extrañamiento, una ruptura de conexión, en donde en las miradas se adivina un poso que no acaba de surgir a la superficie. Anna aparece en el tren para su sorpresa, y pareciera que la reconciliación pudiera ser. Delvaux tejerá una fascinante serie de texturas a partir de éste momento,en el que se entrecruzan tiempos (flashbacks, breves como ráfagas, de momentos compartidos con Anna; en Londres, ante un puerto que es el más ineficaz del mundo (¿hay un posible puerto para ellos?); o cuando se conocieron en una iglesia), y detalles impresionistas (los gestos de los viajeros, una ropa colgando, un periódico sobre lo asientos, Mathias acariciando una fruta que llevaba en el bolsillo). El tren se quedará detenido, y por accidente, Mathias y dos viajeros (un antiguo alumno, un anciano profeso que él conocía), quedarán fuera, aislados en unos páramos embarrados y nevados. Pareciera cualquier lugar, y a la vez pareciera que no hay lugar habitado alrededor. Erran, y a la vez, por fin, Mathias articula lo que siente por Anna, a la vez que reconoce su dificultad para articularlo con ella.
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La llegada a un pueblo donde no logran hacerse comprender, porque ignoran su lengua, en donde no parece haber relojes ni carteles que indiquen dónde pueden estar, y donde los presentes en un café, con banda de música, les miran como si fueran de otro planeta, o como si ellos lo fueran, es el definitivo asentamiento de lo extraño. La misma percepción del tiempo parece haberse transformado. La canción que suena al principio, y en el café, parecieran haber inspirado algunas de las que canta Julee Cruise en 'Twin Peaks'. El fascinante y cautivador cine de Delvaux es un admirable puente entre el cine de Resnais y Lynch. O la correspondencia cinematográfica del gran pintor homónimo Paul Delvaux. En ambos, la transfiguración de la realidad es un embriagador deslizamiento de sentido en la incertidumbre.

Es una lástima que el apasionante cine de este cineasta belga, André Delvaux, que alcanzó cierto reconocimiento en los 60, y principios de los 70, haya quedado relegado en el olvido. De las nueve obras que realizó, son igual de cautivadoras que 'Una noche, un tren' (1968), 'El hombre del cráneo rasurado' (1965) y 'Cita en Bray' (1971) , muy sugerente la combinación de ficción y documental en 'Babel opera' (1985), e interesantes 'Belle' (1973), 'Benvenuta' (1983), con Vittorio Gassman, Fanny Ardant y Francoise Fabian la adaptación de la obra de Marguerite Yourcenar, L'ouvre au noir' (1988).

2 comentarios:

  1. conoces algun sitio donde se pueda conseguir descargar esta pelicula en dvd rip o algo asi...

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  2. Yo en su momento fue a través de la búsqueda en el emule como la encontré, y en buena copia. Abrazos!

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