domingo, 25 de abril de 2010
El intercambio
La imagen de lo que no es, la imagen conveniente. La imagen que sustituye a la realidad, la imagen falsificadora, impostora, que responde a unos intereses creados, y que modela la realidad de acuerdo a estos. Y la realidad es ya esa imagen. ‘El intercambio’ (2008), como ‘Banderas de nuestros padres’ (2007), ambas de Clint Eastwood giran alrededor de una fotografía que falsifica, instituye y ‘secuestra’ la realidad. En la primera, aquella que retrata el reencuentro de Christine (Angelina Jolie) con el que se supone que es su hijo desaparecido, aunque ella bien sabe que no lo es, que aquel es otro niño, pero las ‘autoridades’, a través del capitán Jones ( Michael Donovan),la presionan para que reconozca ante los medios de comunicación presentes que sí lo es.
Es una puesta en escena, una representación conveniente, ante la que ella es incapaz de reaccionar en el momento, consternada ante una situación que no entiende. Superada por las aviesas y mezquinas estrategias de los representantes de la ley y el orden que necesitan de esa imagen ‘feliz’ para contrarrestar la mala imagen que han ido adquiriendo, cuando se ha ido desvelando su condición corrupta. Es una imagen que pretende sepultar a la realidad, una imagen de distracción, una imagen que proyecta la falsa ilusión de que la realidad está en orden. Como la famosa fotografía de la puesta de la bandera de Iwo Jima, que se utilizó como emblema de la victoria, imagen creada de lo que no era, imagen espectáculo, para incentivar la inversión (recaudar fondos para la industria armamentística), motivar a los jóvenes para alistarse, y hacer sentir a la población que todo iba bien, que todo tenía un ‘sentido’.
Eastwood rasgaba esa falsa pantalla para mostrarnos cómo, primero, esa imagen no se correspondía a la realidad, ya que fue una puesta en escena, una ‘reproducción’ de los hechos, ya que los soldados que ahí la alzan fueron los segundos en realizarlo ya que en la primera ocasión no se había podido hacer esa fotografía bien. Y estos segundos soldados, o los supervivientes, son utilizados por las autoridades para hacer una campaña de espectáculo, un circo ambulante, en el que simulan que fueron los primeros que lo hicieron en el fragor de la batalla.
Corrupción, conveniencia, engaño. Esa imagen reificadora que prioriza el ‘desfile institucional’ sobre la realidad no ha tenido mejor encarnación ‘fundacional’ que la mirada, en 'Mystic river (2003), de Annabeth (Laura Linney), la esposa de quien se ha tomado la justicia por su mano matando a quien creía el asesino de su hija, a Celeste (Marcia Gay Harden), la esposa del asesinado por error, por parecer lo que no era, con la que la conmina al silencio, mientras el desfile continúa entre ellas. Y puede contemplarse ‘Gran Torino’, como el complemento de otra perspectiva de ‘El intercambio’, del mismo modo que ‘Banderas de nuestros padres’ y ‘Cartas de iwo Jima’ componían una doble perspectiva, la de los dos bandos en un conflicto, y, sin duda, la dureza era más manifiesta con respecto a los ‘nuestros’, y alentaba la comprensión hacia el ‘ellos’, al esfuerzo de ponerse en su piel y mirada. En ‘El intercambio’ se radiografía y desvela ese capcioso ‘nosotros’ asentado en los intereses de conveniencia y la corrupción, y en ‘Gran Torino’ se hace apología de la apertura flexible a unos ‘ellos’ que deben ser considerado como ‘nosotros’, reflejo en el espejo con sus específicas diferencias, y por los cuáles llegar hasta sacrificar la vida. Nadie es menos que nadie, tenga las señas de identidad que tenga. Posea la imagen, legitimada o no, que tenga. No es una cuestión de señas de identidad, sino de actitudes. No, no sólo no es 'un mundo perfecto', sino un mundo terrible que crea a sus ‘desheredados’ y además los estigmatiza para luego eliminarlos. E incluso, como reflejaba en 'Un mundo perfecto', ni siquiera existe la opción de la segunda oportunidad.
En ‘El intercambio’ esto se transparenta a través de un trabajo caligráfico tenebroso. Pareciera que estamos en un cuadro de Caravaggio o de El Bosco. Y, de nuevo, el sentimiento de orfandad resuena hiriente. El detalle de que Christine trabaje de supervisora en una centralita no es más que un corrosivo contrapunto con respecto a una realidad donde las voces de los que no detentan el poder no son escuchadas. Donde no hay real comunicación, sino un mero intercambio de intereses, definido por el abuso o aprovechamiento del otro. Una maraña, en suma.Da igual si son los poderes institucionales o un trastornado que mata niños, están hechos de la misma materia, y su actitud o forma de considerar a los otros no deja de ser semejante. Eastwood equipara, no distingue. Porque refleja un conjunto. Por eso, en un momento dado, cuando Christine ha sido recluida en un sanatorio psiquiátrico por querer denunciar una mentira (en la que se encuentra con el hecho de que otras tantas mujeres que se han enfrentado a una figura masculina con cierta posición de poder han sufrido la misma desgracia; otro corrosivo apunte sobre la discriminación por detentar una identidad genérica), y enfrentarse al poder, el centro narrativo la abandona, y se centra en la investigación que descubre al asesino de los niños. Eastwood nos refleja un 'cuadro' abstracto con figuras, donde los personajes son piezas y representaciones (no es el retrato psicologista lo que prima), porque le interesa la visión de conjunto (como en la citada 'Bandera de nuestros padres').
Y Christine es un personaje más de ese conjunto (que parece extraido de El infierno de Dante), aparte de perdida en él. Eastwood, de nuevo, rehúye los mecanismos convencionales de identificación, aquellos que hubieran buscado la transferencia, para el espectador, en el vía crucis de Christine, para, en un requiebro de genial agudeza, cambiar la perspectiva de la narración (y darnos una secuencia tan sobrecogedora y excepcional como la del relato, sobre los crímenes, del niño al policía). Y, aún más, para, en su último tramo, establecer una esquinada correspondencia, de imposible encuentro, entre dos personajes ‘proscritos’, el de Christine y el asesino, y en donde la ejecución de éste se convierte en una sórdida y turbia culminación de un malestar que no desaparece aunque en sus últimas imágenes Christine siga voluntariosa en su ánimo de encontrar a su hijo. Porque el asesino, al fin y al cabo, es ‘hijo’ y reflejo de este tenebroso y corrupto sistema que no tiene escrúpulos en sustituir al hijo de Christine por otro, para dar la imagen conveniente de que todo está en su sitio, de que todo es ‘perfecto’, y ellos pueden manipular la realidad, o su representación, ya que poseen el ‘poder absoluto’(o eso pretenden, porque hay ocasiones en el que el poder instituido puede quedar en evidencia).
'El intercambio' (2008) de Clint Eastwood, con una excelente Angelina Jolie, y con un admirable trabajo caligráfico de Tom Stern, es otra extraordinaria e incisiva reflexión sobre los turbios mecanismos del poder, y,aún más, sobre la siniestra condición humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario